Seguí a Cuevas por años, primero en Excélsior y luego en El Universal. Antes de que las tecnologías de la comunicación estuvieran en boga, pues ni modo, había que caerse con los periódicos sino todos los días, cuando menos de manera salteada. Los compraba según el día que publicaban gente como Gastón García Cantú o León García Soler, Buendía escribía todos los días, pero a él lo leía cuando el tema que trataba era de mi interés. Años antes a otro que era imprescindible seguir era a Luis Spota en El Heraldo de México, en la época de don Gabriel Alarcón Chargoy, también dueño de la Compañía Operadora de Teatros, S. A.

Haciendo un paréntesis, en ese entonces había dos periódicos diarios muy encuadrados a la derecha del espectro de la geometría política de México, uno era el citado Heraldo de México y el otro era Novedades de Rómulo O’Farril Jr., gente con raíces familiares en Puebla, Hidalgo y el estado de México, que tenían un gran peso en el ambiente empresarial y político del país en aquellos años. Los Alarcón y los O’Farril eran socios de Emilio Azcárraga Vidaurreta y después del Tigre, en el negocio de la televisión, las salas de cine, en donde también estaba Carlos Amador Jr., en los teatros, e inclusive en Industrias Unidas (S. A.), junto a otro poblano que era el Ing. Carlos Peralta Quintero.

Comento esto porque estos periódicos, a pesar de su evidente tendencia derechista, muy conservadora y hasta pro gobiernista, tenían secciones muy disfrutables, leíbles digámoslo más bien, entre las que se encontraban las de Spota, Agustín Barrios Gómez con sus crónicas de sociales, al igual que las de Enrique Castillo Pesado y Nicolás Sánchez Osorio, que eran una especie como de condes metidos a la crónica de la gente high. Por ahí aparecían también ‘Las Fábulas Pánicas’, que eran una serie de relatos ilustrados a manera de cómic que Alejandro Jodorowsky publicaba también en El Heraldo a fines de la década de los 60 y principios de los 70. En dichos cómics, el locuaz chileno trataba lo que es su especialidad, o sea los temas místicos  dizque para conectar a los lectores con niveles intelectuales superiores, o sea más allá de la Vía Láctea. Nunca he sido mucho de estas cosas, pero eran locuras que lo divertían a uno.

Bueno pues en ese México de alguna manera irreverente, conservador y procaz a la vez surgió ídem la figura rupturista de José Luis Cuevas, que además de su talento como artista plástico era un tipo dotado de una inteligencia para la ironía como pocos y divertido también. Cuando hablaba lanzaba dardos hipodérmicos con mucha ponzoña a veces, así fue el que bautizó a la Zona Rosa de esa manera porque ese barrio de la colonia Cuauhtémoc de la capital, no era tan inocente y casto como para darle el calificativo de blanco, ni tan indecente como para catalogarlo de rojo, por lo que era mejor definirlo como rosa, o sea un color entre esas dos tonalidades.

Y a mí me gustaba leerlo en su Cuevario de los domingos porque era un prosista delicioso, donde narraba vivencias como sus exposiciones pictóricas en algunos de los principales museos y galerías del mundo, poniendo por delante a lugares como París, New York, Madrid y otros puntos geográficos de alta alcurnia en donde José Luis era muy admirado y alabado por lo más exquisito de la sociedad y de la intelectualidad. Y en esas giras artísticas, nunca faltaba la narración de un encuentro extramarital, en donde alguna princesilla incauta caía rendida a los pies del gato macho, por supuesto encuentros fugaces que inevitablemente siempre terminaban en la cama.

No demerito de ninguna manera su obra plástica, pero al mismo nivel, y lo subrayo, están sus crónica donde contaba sus devaneos y aventuras amoroso-eróticas. Debo decir que en estas no había ni un ápice de mal gusto, vulgaridad o lenguaje pornográfico, estaban escritas con mucha naturalidad y siempre el lector se imaginaba las atmósferas que Cuevas describía, sobre todo cuando hablaba de calles y barrios parisinos, ya sabe usted Rue de Rivoli, Musée de Louvre, Le Centre Pompidou, Place de la Bastille, y otros nombres ‘pompadour’ que le encantaba presumir con magistral estilo a Cuevas.

No he visitado todavía su museo en CDMx, pero he visto cuando menos tres exposiciones del artista en diferentes escenarios, y en una pude ver una pieza que daba cuenta de los alcances de Cuevas, que es un performance muy típico de él, se trata de una ampolleta de vidrio en donde depositó en 1979 su semen. En ese mismo año formó parte de una exposición que presentó en París, ocurrencia que fue muy aplaudida por la crítica especializada, calificándola como un desplante muy típico de la genialidad de un hombre como José Luis Cuevas.

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@marcogonzalezga