*De Voltaire: “Sólo entre hombres de bien puede existir la amistad, ya que los perversos sólo tienen cómplices, los voluptuosos, compañeros de vicio; los interesados, socios; los políticos, partidarios; los príncipes, cortesanos; únicamente los hombres honrados tienen amigos”. Camelot.

LOS 71 AÑOS DEL BIKINI

Leo en el muy leído portal de Felipe Hakim, Crónica del Poder, que el bikini cumplió 71 años de mostrarse a la humanidad. Yo no sé muchas cosas, es verdad, digo tan solo lo que he visto, por parafrasear al gran León Felipe, pero para mí nació el mismo día, en el año 1952, cuando una mujer delgadita, con apenas 18 años y cuerpo de tentación, se mostró con él en el Festival de Cannes, y los diarios pararon las prensas y los comentaristas se quedaron con la boca abierta de emoción. Las amigas de la Vela Perpetua, pegaron el grito en el cielo. ‘Paciencia, prudencia, verbal contingencia, presencia o ausencia según conveniencia’, faltaba decir. Conminaban a Jesús, porque el diablo se había aparecido en esas playas cinematográficas. Era la gran Briggite Bardot. De Gaulle pensaba que la cintura de BB era la primera industria de Francia, y no andaba muy errado. Cuando ella lo posó, según la revista Vogue, comprobaron que era la versión perfecta del bikini. Hubo canciones, como aquella del verano de un bikini amarillo. Hoy a nadie asombra, pero en aquellos años a muchos les salieron perrillas, y coscorrones de las esposas que tenían al lado. Porque luego cual más lo usó, en playas jarochas o de la Cuenca del Papaloapan. Atreviéndose una, las demás pasaron a esas pasarelas para deleite de los mirones. Años después, Scarlett Johansson y Woody Allen, posaron con un traje de los 20s. Por igual de bella, ella impactó al director afamado. Va la historia de esa foto.

SCARLET Y WOODY

Al ver la foto, uno supone de inmediato que uno de ellos no está con la vestimenta adecuada. Es foto de playa, o quizá esas de escenarios fingidos. Él viste de traje, corbata y chaleco de marista, ella en traje de baño de los años 20’s, cuando aún no llegaba ni nacía el bikini. A la foto, se le podría llamar La Bella y la Bestia, pero eso sería irreverencia. Ella es bella, pero él no es bestia, es afamado escritor, guionista y director. Los dos son neoyorkinos de nacimiento. Scarlett Johansson (1984) y Woody Allen (1935), actriz consentida del afamado cineasta. Él, escritor y director neoyorkino. De Woody se tejen leyendas. Nunca abandonaba Nueva York y su Manhattan querida, hasta el día en que razones humanas lo hicieron abandonar la isla para ir a Los Ángeles, California, a rendir homenaje a los bomberos caídos en aquel terrible 11 de septiembre. Sin el miedo a tomar el avión, viajó a Oviedo, a recibir el Premio Príncipe de Asturias de las Artes (2002), y se enamoró de esa bella ciudad. Al aceptar el premio, soltó una frase de chascarrillo de otro comediante: “Yo no me merezco este premio, pero tengo diabetes y tampoco me lo merezco”. Luego, les dijo otra que los maravilló: “Esta ciudad, Oviedo, es como un cuento de hadas, y además, tiene un príncipe”. Scarlett tomó su nombre de la inmortal bella de Lo que el viento se llevó. Su madre, al bautizarla, no pensó jamás que sería una actriz ilustre, galardonada, reconocida y que ha embrujado al mismísimo Woody Allen, que la tiene entre sus musas, como Almodóvar a sus chicas, es la mujer más sensual del mundo, según encuesta hollywoodense. La foto contrasta, pues mientras Scarlett está en traje de baño de los años 20’s y zapatillas rojas puntiagudas, Woody, sentado en silla de director, porta chaqueta, pantalón de pana y chaleco, como si se estuviera en la nieve. Se le ve cara de aburrido en sus ojos escondidos en sus gafas cuadradas, muy típicas de él, al fondo el mar y la playa al piso, un pedazo de su calzado bostoniano asoma. Pero más bien, parece que se está subyugando por esa espalda que muchos quisieran tener a la vista a pocos metros. El balón playero al lado, es lo de menos.

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