IN MEMORIA

Don Benito Juárez García cumple hoy 145 años de haber pasado a ocupar su poderosa columna en el Eterno Oriente, y él a su vez pasó a convertirse en una poderosa columna, que, a pesar de sus eternos enemigos, sostiene como una lámpara inacabable, con sus valores y principio, aparentemente olvidados, a este México nuestro que en un futuro no muy lejano tendrá un futuro esplendoroso, superando el hoy atávico vicio de la deshonestidad y la malversación.
Juárez fue siempre un vencedor desde cualquier óptica que se le quiera ver, venció a la adversidad por haber nacido en un lugar aparentemente inhóspito y retirado totalmente de la civilización mundana, aun cuando esto quizá fue lo mejor que le pudo haber ocurrido. Venció a la adversidad de haber sido un niño huérfano de padre y madre, así como al hecho de estar rodeado de una pobreza lacerante. Venció también la ignorancia que le daba su alejamiento de la urbe y la incultura que esto le propiciaba, venció el terrible destino de haber nacido dentro de una raza indígena 500 años zaherida y humillada. Juárez vencedor fue un elegido de los dioses. Vivió y murió de pié, como decía Vespasiano que debían vivir y morir los vencedores.
Juárez aprendió a platicar con la montaña y con la madre naturaleza que lo había parido, y a falta de artificios supo cómo jugar con el aire, la tierra, el agua y con el fuego del sol que son los 4 elementos radiantes de vida y energía; estos fueron los factores determinantes de su existencia que forjaron su carácter y lo prepararon para la batalla cruenta que se avecinaba, y la cual supo ganar sin pedir ni dar cuartel.
Hoy a 145 años de su transmigración se yergue victorioso ante una iglesia católica que antes lo vituperaba y ahora lo reconoce como el gran impulsor de la separación de la iglesia y el estado.
Juárez supo, gracias a ese carácter pétreo que lo definía, agradecer a su gran protector y padrino don Antonio Salanueva todos los apoyos concedidos, pero también supo decirle que no cuando aquel llevado por su fervor religioso lo deseaba encauzar hacia el claustro para convertirlo en sacerdote; la iglesia católica perdió a una posible columna sostén de su poder pero el estado ganó a un paradigma de su vigencia y razón de ser.
De Juárez se podrá decir todo, menos que fue un cobarde o un apátrida, y supo con valor, la razón y el derecho, defender y resucitar a la patria moribunda y conculcada.
Juárez no es un híbrido, ni un producto del artilugio social.
Juárez es un indio puro, indomable, sin mácula de mestizaje, afortunadamente para él, por el lado español.
Juárez es el gran reivindicador de la raza indígena, casi a 200 años de que otro indígena americano, con mejores circunstancias que él, asumiera el poder en un país hermano.
La impasibilidad, y la grandeza de la montaña, estampan su huella en la presencia permanente de su figura enhiesta y su carácter estoico.
Simón Bolívar y Napoleón Bonaparte, Julio César y Alejandro fueron grandes porque supieron con las armas erigir y derrumbar imperios. Juárez fue y es grande porque supo con las armas de la ley y la razón, preservar a una nación y erigir el imperio de la justicia y el derecho como una lección para el mundo y ante el mundo, lección reconocida por todos y solo negada por los fanáticos y los resentidos que la historia ya ha superado.
Juárez es el pueblo hecho patria y es la patria realizada. Tal como lo conciben dos de sus grandes biógrafos, Ralph Roeder y Justo Sierra.
Juárez es un hombre, como todos los hombres, pero más allá del común de los hombres.
Juárez es el espíritu de la raza roja, la que Vasconcelos definía como la raza del amor, por esto no cobijaba odios ni prohijaba venganza, solo justicia.
Juárez proclamaba el respeto a la República y la defensa de los símbolos patrios.
La muerte de Maximiliano, la de Miramón y Mejía en el Cerro de las Campanas, es la muerte del imperio producto del abuso social, que nunca debió haber sido y que cayó sepultado bajo los miasmas de su ilegítimo poder.
Lo sepultó el derecho y la justicia de un pueblo mancillado en su soberanía y en su honor.
A Juárez le rinden culto todos los pueblos del mundo que ven en la independencia y la libertad el tótem sagrado que lo sostiene.
Juárez es inmarcesible en el tiempo y en el espacio. Nunca nada ni nadie lo podrán derrotar.
A Juárez lo proclama Benemérito de las Américas el Congreso de Colombia, en un gran momento de lucidez histórica, como un reconocimiento a su grandeza y a su figura sin par.
Juárez es la audacia de un pueblo que baja de la montaña en forma de niño, sin más recurso que su esperanza y su fe en un destino maravilloso pero aún incierto en su devenir.
Juárez es el pueblo mismo, porque como lo define don Raúl Noriega es el pueblo integrado en él, quien lo apoya y lo sigue; es este personaje el amigo invariablemente fiel, aliado constante en el que siempre halló estímulo y aliento.
El pueblo de Juárez, no es la aristocracia, ni la “élite” social que lo combatieron, todos inconscientes, el pueblo de Juárez, el pueblo de siempre, es aquel que disperso y sufrido, lleva sobre sus espaldas el sustentamiento de la nación y que no tiene más patrimonio que su trabajo, o que identifica sus intereses con los de la patria; el que sirve a los demás sin explotarlos, y en los momentos críticos, sin condiciones, aporta su vida y cuanto posee a la causa de una idea noble, o a la defensa del país.
Juárez, como pueblo, es el joven que se cultiva en la adversidad, apoyado por un sacerdote humanista, que, excepcionalmente, en todos los tiempos se manifiestan.
Juárez es el adulto forjado y consolidado en las Leyes de Reforma; y es, también, el presidente perseguido por la calumnia y la maldición de la expresión privilegiada y conservadora de la antipatria y la sinrazón.
Juárez es quien realmente logra y consolida la independencia de México con las Leyes de Reforma expedidas en Veracruz.
Por esto los conservadores de todos los tiempos lo odian.
Y también por esto es una vergüenza nacional que el estado más liberal de la República esté secuestrado con la complicidad de una corriente impostora de izquierda que solo le ha servido para fortalecerse en nuestra nación.
Juárez es la fuerza de voluntad que viaja en su carroza, con la República a cuestas y un traje raído por el tiempo y la persecución.
Quienes hoy pretendan destruirlo solo lograrán fortalecer su recuerdo en un pueblo perversa e inútilmente inducido al olvido, porque que lo lleva arraigado en lo más profundo de su corazón.
Juárez es la patria marginada, aunque le pese a la tecnocracia política que ha hecho de este país un apéndice de la globalización deshumanizada y desnacionalizada, donde la historia ha sido desdibujada por quienes hoy debieran tener la enorme responsabilidad de fortalecerla y dignificarla.
Juárez es, ha sido y seguirá siendo, el espíritu, baluarte y sustento de esta joven y grandiosa nación.
Juárez representa la antítesis de todo lo que hoy nos corroe, nació pobre, fue huérfano y humilde y jamás se enriqueció, vivió como lo pregonó de la medianía de su salario y no forjó grandes fortunas.
Un ejemplo de su integridad como funcionario público lo constituye el siguiente fragmento de su Apuntes para mis hijos “A propósito de malas costumbres había otras que sólo servían para satisfacer la vanidad y la ostentación de los gobernantes como la de tener guardias de la fuerza armada en sus casas y la de llevar en las funciones públicas sombreros de una forma especial. Desde que tuve el carácter de gobernador abolí esta costumbre usando de sombrero y traje del común de los ciudadanos y viviendo en mí casa sin 76 guardia de soldados y sin aparato de ninguna especie, porque tengo la persuasión de que la respetabilidad del gobernante le viene de la ley y de un perfecto proceder y no de trajes ni de aparatos militares propios sólo para los reyes de teatro. Tengo el gusto de que los gobernantes de Oaxaca han seguido mi ejemplo concluye”, esto es algo de lo mucho que se ha olvidado.
Hablar de la antipatria en estos momentos es hablar de pobreza, desempleo, enfermedades, inseguridad producto de la corrupción y la impunidad.
Juárez es una ofensa histórica para los corruptos y para los que les dan impunidad, si él viviera no habría suficientes cerros de la campana donde pagaran su condena los pillos de siete suelas y cuello blanco de todos colores y sabores que tienen asolado a nuestro estado y a la Nación.
Es cuanto…Muchas gracias…