Alguien me preguntó algún día, bueno, más bien me lo han preguntado muchos amigos, que por qué me gusta escribir del pasado, y mi respuesta ha sido siempre, invariablemente, que para un servidor escribir del pasado es como una necesidad, es un acto catártico que me permite mantenerme vivo, y si a eso le agregamos la más o menos buena memoria histórica que aun mantengo, pues la verdad es que cada vez que recuerdo algo del pasado en realidad es como si reviviera de mis cenizas.
Y aquí voy a abrir corchetes para comentar algo que está relacionado directamente con lo que acabo de comentar. Cuando he dado alguna clase de sicología social, cuando junto con los alumnos analizamos el papel que juega la vista en el proceso de socialización desde que somos niños, de cómo este sentido nos ayuda a reconocer a los nuestros (madre, padre, hermanos, etc.) y a nuestros medio ambientes más próximos, me ha llevado a reconocer a la vista como el sentido más importante para los seres humanos, sin duda. Pero ¿cuál es el sentido que deviene en importancia?, para mí sin duda es el del oído, habrá quienes piensen diferente y los respeto.
Lo anterior viene a colación porque uno de los sentimientos que más se me desarrollaron cuando niño fue el de la melancolía. Lo recuerdo muy bien porque en casa, los dos hermanos que me anteceden en edad, en su adolescencia fueron como la gran mayoría de sus colaterales, grandes adoradores del cuarteto de Liverpool. Tenía 6, 7 u 8 años, y en casa la música que se escuchaba con más frecuencia en la vieja consola Telefunken era la de The Beatles. Estamos hablando de los últimos años de la década de los 60, digamos del 1966 a 1970, sus últimos cuatro años como agrupación musical en los que lanzaron al mercado los que para mí son sus álbumes más importantes: Revolver (1966), Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band (1967), 1967: Magical Mystery Tour, Yellow Submarine (1969), Abbey Road (1969) y Let It Be (1970).
Debo decir que para esas fechas yo ya traía algo de sensibilidad en el gusto musical. Ya había escuchado a Bob Dylan con su “The answer, my friend, is blowin in the wind” (La respuesta, amigo mío, está soplando en el viento), Frank Sinatra, por supuesto Elvis Presley, que era una especie de fenómeno musical y al gran Andy Williams, sin faltar por supuesto los de casa como el trío Los Panchos, Los tres Ases, Pedro Infante, Jorge Negrete, Miguel Aceves Mejía, Emilio Tuero y Antonio Badú. La cosa es que The Beatles irrumpieron en ese universo musical con una fuerza inconmensurable por ese toque melancólico, a veces triste, nostálgico y hasta cierto punto frío porque como que transmitía el ambiente un tanto gélido y brumoso de Londres.
Fue así que me aficioné a canciones emblemáticas como ‘Eleanor Rigby’, del álbum Revolver, que transmite un ambiente como de depresión y de una profunda soledad. Así hubiera querido componer una canción para mi maestra de primer año de primaria, la letra me ha dejado marcado para siempre. Y así fue transcurriendo la infancia, sentado al borde de un descansabrazos de un sofá y repitiendo estos Lp’s. Vendría luego ‘For no One’ (Para nadie) del mismo álbum, de la cual diría que la letra es un dechado de tristeza que habla de un rompimiento amoroso, pero lo notable también es el acompañamiento de violines y del corno que le dan un toque como de distancia.
Seguiría esa especie de himno que es ‘Let it Be’ (Déjalo ser), del mismo álbum lanzado en 1970. La composición de la letra escrita por McCartney, es un homenaje que el beatle le rinde a su madre muerta cuando era apenas un adolescente. Gran canción, mejor letra y una sonoridad increíble. Y la última que comentaría es ‘While My Guitar Gently Weeps’ (Mientras mi guitarra llora suavemente), compuesta con finísima sensiblidad por George Harrison y que no está incluida en ninguno de los álbumes oficiales del cuarteto (The White Album), está inspirada en las influencias que Harrison bebió de las filosofías orientales por las que tuvo gran filiación, sobre todo aquella que habla de que en el universo nada es casual, y en donde por el contrario todo está relacionado entre sí. La rola, además de la letra profundamente melancólica, en su arreglo contiene un solo de guitarra del cual han hecho algo magistral gente como Eric Clapton, Prince y Steve Lukather de Toto, todos ellos elevando esta interpretación a una dimensión desconocida.