*De Ángela Becerra: “Él, rasgando con palabras la noche, le había preguntado a qué sabía la lluvia, y ella, sacando la lengua para saborearla, le había contestado que a lágrimas; entonces él, haciendo lo mismo, había concluido que la lluvia también tenía sabor a mar”. Camelot
HAS VISTO ALGUNA VEZ LA LLUVIA
Hubo un tiempo en ese lugar, que no es bosque de espinos y sí de espinas, cuando éramos otro país que miraba a la modernidad, cuando no teníamos ni narcos y si un poco de nacos, cuando no se llenaba la tierra de desaparecidos ni de descuartizados, ni cabezas tiradas en los parques públicos, cuando vivíamos otro tiempo, uno que era de paz y aunque con carencias, éramos felices. La tranquilidad siempre tiene un precio, y cuando no se tiene se paga muy caro. Llegó la modernidad y nos puso en una vorágine de compra venta de la droga y el trasiego mandó. Se apoderó del país. El contubernio entre malosos y autoridades lo hizo todo posible. Vecinos del mejor y más poderoso mercado de consumidores, la droga pasó a ser nuestro primer producto de exportación, más que el petróleo. Hoy es un poco como aquel tiempo de Charles Dickens, escrito en su libro Historia de dos ciudades: “«Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada; caminábamos en derechura al cielo y nos extraviábamos por el camino opuesto. En una palabra, aquella época era tan parecida a la actual, que nuestras más notables autoridades insisten en que, tanto en lo que se refiere al bien como al mal, sólo es aceptable la comparación en grado superlativo.». Alguien me dijo hace mucho tiempo que hay una calma después de la tormenta. Lo sé, ha sido así desde algún tiempo. Dicen que cuando la calma se termina, lloverá en un día soleado. Esto, que parece extraído de un poema, como el de Federico García Lorca, de La lluvia: ‘La lluvia tiene un vago secreto de ternura / algo de soñolencia resignada y amable / una música humilde se despierta con ella / que hace vibrar el alma dormida del paisaje. Es un besar azul que recibe la Tierra / el mito primitivo que vuelve a realizarse. El contacto ya frío de cielo y tierra viejos con una mansedumbre de atardecer constante’, no es otra cosa que la letra traducida de aquella vieja canción del grupo de rock Creedence Clearwater Revival, ‘Has visto alguna vez la lluvia’. Escribo esto por dos razones, primera porque es día que llueve en Orizaba y hace unos días cayó una tormenta casi perfecta, es día que llegaron las lluvias, y en una tarde lluviosa, en mi compu que no cesa de escribir, busco la lluvia como también busco a los viejos rockeros que hablaban del viento, a esa leyenda llamada Bob Dylan con La respuesta está en el viento: “Cuántos caminos debe recorrer un hombre, antes de que le llames «hombre». Cuántos mares deben surcar una blanca paloma, antes de dormir en la arena. Cuántas veces deben volar las balas de cañón, antes de ser prohibidas para siempre. La respuesta, amigo mío, está flotando (silbando) en el viento, la respuesta está flotando en el viento”.
Entre el viento, la lluvia y el silencio me atraparon en la música sesentañera. Por aquella otra legendaria, Los sonidos del silencio, de Simón y Garfunkel: “En sueños caminaba yo entre la niebla y la ciudad, por calles frías desoladas, cuando una luz blanca y helada hirió mis ojos, y también hirió la oscuridad, la vi brillar, la veo en el silencio, en la desnuda luz miré, vi mil personas tal vez más, gente que hablaba sin poder hablar, gente que oía sin poder oír y un sonido que los envolvía sin piedad, lo puedo oír”.
LOS COVERS
Fui a esa música del Creedence, porque nuestro difunto y llorado Juan Gabriel hizo un cover extraordinario de aquella vieja canción de la lluvia. La tituló ‘Gracias al sol’. Un cover, según los ingleses, es una traducción a un tema original en otro idioma. En la época de nuestros roqueros, fuimos fregoncísimos en covers. Los de Enrique Guzmán eran tan perfectos y algunos mejores que los originales. Aunque nuestros traductores eran medios papas, por ejemplo, a una canción que decía ‘I need you’ (te necesito), la traducían como anillo. No existía Internet ni trasladores de palabras. Pero aun así, fueron tan grandes copiando los éxitos americanos, italianos, ingleses y canadienses, que el mismísimo Paul Anka, cuando cantaba en Las Vegas, se presentaba como el César Costa de Canadá. Los Teen Tops eran superiores a los Blue Caps. Estábamos llenos de covers. No había canción que no se estrenara, en Italia, Estados Unidos o Inglaterra, que los nuestros la tomaran, le pusieran su letra en español y a hacerla famosa. Those were the days, mi friend, aquellos fueron los tiempos, cuando la música era una parte de nuestras vidas, cuando vivíamos en la tranquilidad de salir de nuestras casas y regresar sanos y salvos a la misma. Cuando no había antros donde la maluria llegara y llenara de muerte y desolación, como escenario de guerra. Sin desaparecidos. Ese México que se vivió entre los 50s y los 60s, cuando la música era, como dijera un filósofo: “¡Ah, la música! -Dijo, enjugándose los ojos- ¡Una magia más allá de todo lo que hacemos aquí!”.
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