Ahora que murió Jeanne Moreau, tarde me doy cuenta de que echo mucho de menos al cine francés. Buena parte del siglo pasado, este rutilante cine se daba un quien vive con la meca del cine. Las estrellas que brillaban en la pantalla del cine galo rivalizaban y a veces hasta superaban a las del cine gringo, era como la carrera a la Luna, galos, agregaría también a los italianos, y estadounidenses libraban una cerrada pelea por la supremacía del cine mundial, entre ellos se iban pisando los talones.
Pero algo pasó y los europeos se rezagaron. Nunca como hoy, en donde solo un cine no sólo es dominante, sino también predominante. Hoy hay muchas actrices y actores franceses, e italianos y españoles, pero si quieren triunfar, ganarse un nombre y un prestigio a nivel mundial tienen que mudarse a California, ese es el único camino para hacerse de fama y ser reconocidos en cualquier rincón del orbe.
Triste, pero es la dura realidad para cualquier industria cinematográfica local, léase México, España, Francia, Italia, Alemania, y quizá se salvan un poco el Reino Unido y Australia, pero de ahí en fuera todos los países –y el gremio artístico- dependen de lo que se haga o se deje de hacer en los Estados Unidos. Pero volviendo a mi cavilación inicial y el por qué derivé en ella, todo se dio a raíz de la muerte de esa gran actriz que en vida se llamó Jeanne Moreau (Buckley), cuyo deceso ocurrió el pasado 31 de julio a los 89 años de edad –fue encontrada ya sin vida en su departamento parisino-, esta actriz formó parte de lo que se conoció como la “nouvelle vague” (nueva ola) del cine francés junto a otras actrices que marcaron época y dejaron una profunda huella en la historia del cine mundial del siglo XX.
Me refiero a actrices inolvidables como Brigitte Bardot, Simone Signoret, Romy Schneider (austriaca de nacimiento, una de las dos mujeres más bellas que para mí ha dado el celuloide, la otra se llama Kim Novak), Catherine Deneuve (única en ‘Bella de día’) y Anouk Aimée (recordadísima por su papel en ‘Un hombre y una mujer’), y cuando escribo esto vuelvo a rememorar y a paladearme con esas actrices, y también actores de cuando yo era un adolescente: Louis de Funes (cómo reí con él y sus locuras, único para gesticular); Jean Paul Belmondo y su nariz como de nuez, con su pronunciación inevitablemente nasal; ¡hasta parece que lo estoy oyendo!, Alain Delon, considerado en su momento por la crítica como ‘el hombre más bello del mundo’; Jean Louis Trintignant, papelazo el de ‘Un hombre y una mujer’; Ives Montand, el divino cacarizo, gran personalidad; Jean Marais, a quien voy a recordar toda la vida por su papel de Fantomas, la amenaza elegante, y a quien nunca lo vi vestido de frac, de capa de mago, con su bombín y su bastón, ni mucho menos enmascarado como aparecía en los cuentos de mis épocas (pensándolo bien José Luis Cuevas copiaba su estilo de corte y peinado de pelo); o a Michel Serrault, o a Lino Ventura, que aunque italiano, brilló intensamente en el cine francés con sus papeles de malo para lo cual tenía una nariz que ni mandada a hacer, con cara como de guante, y para qué le sigo porque soy capaz de ponerme a llorar nada más de recordar a tanta luminaria.
Jeanne Moreau, que estuvo casada con el director de cine norteamericano William Friedkin, a quien debemos entre otras cintas ‘Contacto en Francia’ y ‘El exorcista’, fue una mítica actriz, fue la personificación misma de la seducción, de la sensualidad, voy a pecar de sexista, pero en el cine todo cuenta y los labios carnosos de la Moreau decían mucho aun sin hablar; también fue elegante, tanto que fue musa y amante del mítico diseñador francés Pierre Cardin y su imagen siempre proyectaba un dejo como de tristeza, de melancolía, pero sin duda era una actriz que proyectaba gran magnetismo, fascinación, encanto, coqueta por naturaleza –todas las francesas al hablar parece que están coqueteando, otra vez una disculpa por pasarme de sexista, pero lo que se ve no se juzga-, obsesión, depresión, angustia, arrebato, naturalidad y a veces hasta un salvajismo erótico cruzado de inteligencia.
Soy un eterno enamorado del pasado y de actrices como la Moreau, a la que a sus dotes histriónicas había que agregar su enorme carisma capaz de volver loco a cualquiera. Esas dos características en pocas actrices se dan, y en la Moreau había mucho de eso hasta para aventar para arriba.
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@marcogonzalezga