Desde hace algún tiempo me atrae la información y el análisis sobre la personalidad de los líderes mundiales y nacionales, logrando también entender un poco de la gente de mi entorno. Observo que pasan los años y, más o menos, el tipo de gente se reedita independientemente del lugar y sus circunstancias. En el caso de los líderes es la búsqueda del poder lo que determina su conducta, al obtenerlo lo ejercen a plenitud y lo aprovechan para sus muy específicas inquietudes. El poder les da dominación sobre la gente que escojan para puestos o para relaciones íntimas. Es de reconocerse que algunos personajes sostenían cierta ideología o un conjunto de creencias que le daba sentido, a su entender, a sus actividades; luego se vio que ciertos casos eran pura fachada.
Estos son tiempos de pragmatismo, salvo algunas orientaciones muy particulares en las formaciones partidistas y sus liderazgos, lo que impera son los afanes de poder, vistos en sus aspectos más generales. Hay quienes todavía mezclan ciertas libertades y derechos privados con proclamas públicas, invadiendo la conciencia personal. Eso no es ideología sino el traslado erróneo de un pensamiento individual a planteamientos gubernamentales. Lo más reiterado, en grado de folclor, es la confusión entre ideas con programas y políticas públicas. Es muy común oír de candidatos que ofrecen mucho más de sus posibilidades y de autoridades que sostienen estar haciendo el cambio porque inauguran una calle o abren un supermercado. Los tiempos de las ideologías complejas y cerradas quedaron muy atrás, tal vez nunca pudieron demostrar su validez en la realidad. No está mal que eso haya ocurrido, al final era inevitable.
Increíblemente el estilo personal de gobernar sigue siendo de mucho impacto en el quehacer de los personajes del poder; modelos van y vienen, controles y contrapesos se despliegan para evitar la corrupción y garantizar rendición de cuentas sin avanzar sustancialmente en sus fines. No hay evidencia de que algún partido político mexicano sea superior, hablando de los más antiguos o de mayor peso. Seguramente tienen aspectos positivos, algunos serán mejores en detalles, pero no hay grandes diferencias en ellos en sus asuntos mayores, sobre todo en lo que respecta en la elección de dirigentes y candidatos. Hay discursos y textos, en exceso retóricos, pero muy poca coherencia a la hora de hacerlos realidad cuando asumen espacios de poder. Es parte de una crisis muy profunda de representación de los partidos y los poderes, así como su eficacia a la hora de gobernar y legislar.
Es curioso y tan real que la esposa de un gobernante interviene en asuntos públicos, al parecer como regla; siendo así en toda la historia de la humanidad hasta nuestros días, incluso en nuestra pequeña realidad local. Pasa así por déficit democrático, por tradición, por una visión patrimonialista y por el tipo de gente que se ocupa de los asuntos públicos. Superarlo supone un proceso de mucho tiempo, de décadas, la voluntad de los que toman las decisiones y, sobre todo, la más constante y amplia participación ciudadana en la vida pública de sus municipios, entidades y país. La calidad de cualquier persona, también de los funcionarios y representantes, no radica en alguna sigla partidaria o en una supuesta ideología. No te hace mejor la pertenencia a un partido, religión, clase social, etc… Es importante para avanzar y no perder el tiempo despejar el camino de rollos, cultos políticos y aplicarse en los mejores medios para hacer realidad los cambios que nos urgen.
Por ignorancia y mediocridad muchos de quienes ocupan cargos de representación desperdician su responsabilidad en ocurrencias y en la exhibición de una enorme frivolidad, no conectando sus obligaciones con mínimos en la práctica. Si el gobernante no cumple con su deber está muy mal para el ciudadano, si el opositor no aporta constructivamente se cierra el círculo del desastre de la inmovilidad para la sociedad.
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Recadito: Hay que cruzar los dedos para que Xalapa no se maneje con criterios clientelares, partidistas y de estrellato.