LOS BACARDI

Oteo a un lado y veo el Edificio Bacardi. La historia de la familia Bacardi va ligada a Cuba, herederos y creadores del mundialmente famoso ron, tuvieron que emigrar a Miami cuando llegó la Revolución. Se llevaron su marca registrada y luego de mucho andar terminó patentándose entre Estados Unidos y República Dominicana. Que impresionante y bello edificio, mármol todo y de altura en los pisos, de piso a techo, como de 12 metros, es de seis pisos pero asemeja al Empire State neoyorkino, en la parte donde uno toma los elevadores. Me atrevo a asegurar que fueron los mismos arquitectos que construyeron ambos. Unas fotos para la colección y una entrada escasamente a un bar allí dentro, donde sirven café y bebidas y botanas. Salgo a la calle y en la puerta pregunto a la empleada si la parte de arriba del edificio Bacardí está habitada o son oficinas. Son oficinas, me dijo. ¿Privadas?, me atreví. Aquí nada es privado, todo es del Estado, terció un joven que estaba de pie al lado. Platicamos. Dijo llamarse Carlos Rafael. Lo abordé. Respondió. Es estudiante de arquitectura, 23 años, joven que dice sentirse a gusto viviendo en este sistema. “Todos los países tienen problemas”, se justificaba. Va a la carrera de arquitectura y presume la educación de Cuba. Dice tener familia en Europa, pero no quiere llegar hasta que no tenga el título: “No quiero ser un negro más, quiero ser algo”. Con libro bajo el brazo le cuestiono qué lee. ‘Promesa del Ángel’, un libro de los pretorianos. Joven preparado, con lenguaje de estudiado y con educación. Me despido y le deseo suerte. En sus limitaciones económicas entienden que el estudio para ellos lo es todo, allí se meten con dedicación.

FINCA VIGIA (HEMINGWAY)

Finca Vigía es el lugar donde vivió el Nobel Ernest Hemingway, por casi 20 años. Se encuentra a unos veinte minutos a la salida de La Habana. El taxi me lleva. Las afueras de la ciudad son como nuestros pueblos cuenqueños, terracería a los lados del camino, casas humildes, palmeras y un sol del carajo. Un arco marca la entrada, hay una señora en el cobro de boletos. Compro el tiquet, económico, cinco pesos con derecho a tomar fotografías. La Finca es de unas cuatro hectáreas, boscosa y con muchas palmeras. Allí Hemingway escribió la mayoría de sus obras: Por quién doblan las campanas, Paris era una fiesta y aquella legendaria, El viejo y el mar, donde dio vida a Gregorio, el pescador del libro y la película que filmó Spencer Tracy.

El escritor solía tomar alcohol a diario, o en el Floridita o dónde se pudiera. La guía me mete por todos lados y me explica bastantes cosas que ignoro, detalles sin conocer. Vivía con 4 perros y 57 gatos y al pie de esa casa está una tumba donde les dio sepultura, una lápida con sus nombres. Dentro de la casa, todo lo de Hemingway: su máquina Underwood en la cual solía escribir de pie. Un endemonial de libros. Cabezas disecadas de animales que cazaba en África, su otra pasión; uniforme militar de cuando fue corresponsal de guerra. Ahora mismo se ha digitalizado todo lo que dejó, que fueron testimonios de cartas y escritos miles y la biblioteca Kennedy de Boston mantendrá una copia. Con Fidel Castro Hemingway se vio sólo una vez, en un torneo de pesca. Hay dos fotos señeras en una tienda aledaña, iconos de Cuba, donde venden los souvenirs, camisetas, llaveros, gorras beisboleras, me hago de una fotografía con Fidel, los dos personajes de aquella Cuba. Sillones, sala de estar, comedor, biblioteca, todo quedó tal como lo dejó Hemingway. Ahora no hay turismo americano por el bloqueo persistente, pero cuando venga la apertura, seguro se vendrán miles a ver su forma de vida, en ese santuario donde vivió y logró inmortalizar sus obras.

Partió de La Habana y el 2 de julio de 1961 se voló los sesos con una escopeta, en Ketchum, Idaho, después de haber recibido descargas de electroshocks, en tratamiento médico en la afamada Clínica Mayo. Camina uno los pasos hacia abajo de la casa, una ladera ahora bien cuidada y un camino encementado. Allí está su barco famoso, Pilar, en homenaje a la virgen de Zaragoza. Una reliquia bien cuidada. Una vez le visitó Ava Gardner, cuando vivía tórrido romance con el torero español, Luis Miguel Dominguín. Junto, una gigantesca alberca donde, aseguran, el animal más bello del mundo solía bañarse desnuda. Cuentan los historiadores que, cuando le llegaban visitas, Hemingway solía decirles: “Toca el agua, para que sientas la carne desnuda de Ava Gardner”.

HOTEL NACIONAL

El hotel Nacional tiene su historia. Es el hotel de La Habana más conocido. Visita obligada. Aquel que solía Batista frecuentar y donde en la noche del 31 de diciembre de aquel año, que no se les olvida (1958), día en que la Revolución llegaba con unos barbones para sorprender al mundo e inquietar a los americanos, el buen Fulgencio daba las campanadas de las doce, las uvas se le atragantaban porque, le dijeron, ahí viene el coco, y junto a una runfla de mafiosos como Meyer Lansky y los Tataglia y un endemonial de americanos que allí celebraban las doce campanadas, salieron por piernas ante el temor de un apresamiento o fusilamiento. Esa vez, Fulgencio cantó aquella rola lastimosa, la última noche que pasé contigo. Ese testimonio fue revivido años después en la cinta El Padrino, con Al Pacino. La deben recordar. Era el Hotel Nacional de La Habana.

El hotel es viejo y huele a viejo. Más viejo que Kamalucas. Es impresionante su belleza. Aún está en funciones y es favorito de mucho turista europeo. Habitaciones llenas. Visito sus salas, voy a un salón de mural de fotografías. Muchos mexicanos plasmados en esas paredes, La inmortal María Félix, Cantinflas, Tin Tan, Pedro Armendáriz, Agustín Lara, una pléyade de figuras del cine de antaño, cuando el cine mexicano era campeonísimo en América y en países de habla hispana, con las fotografías de Gabriel Figueroa. Aparece la Cosa Nostra: Lansky, Traficante, Lucky Luciano, aquel que solía decir: en cualquier negociación lo importante es no ser el muerto. Y Meyer Lansky, mafioso judío, tesorero de todos los dineros de la mafia expulsada de Cuba, murió en la cama, uno de los pocos en no ser ejecutado y baleado. Los grandes del canto: Nat King Cole, Harry Belafonte, Sinatra, las bellas, Ava Gardner y una pléyade de mujeres hollywoodenses, que le daban brillo a aquella vieja Habana, cuando venían a probar el ron y los puros Cohiba, y a escanciarse en los amores furtivos en sus viejos casinos.