El viento abrió de un solo golpe la ventana de arriba y mostró su cara irrumpiendo la paz del sueño. Eran las cuatro de la mañana. A esa hora, tal vez la noche y el día se ponían de acuerdo para cumplir su mandato natural. Dios es sabio: a determinada hora pone la noche para que descanses, y muy temprano pone la luz para que vivas intensamente, decía el tío Chico Julio. Eran las cuatro de la mañana sin duda, porque a esa hora alcancé a oír el chasquido de las herraduras del caballo de Tito Rincón bajando la calzada para ir a la vaquería. En suaves oleadas el viento, preñado de agua, azotaba árboles y matojos. Se oían las chivas retozando de contentas cuando Silvano Ruíz les abrió la reja del corral para llevarlas a pastar. Eran las cinco de la mañana, el café ya estaba en la lumbre, dentro de poco su aroma, que era el perfume de la casa, invadiría cada rincón de nuestros corazones. La tía Lola avivaba la lumbre del fogón con el soplador de palma. El aroma de frijoles competía orgulloso con el olor del café. A las seis de la mañana, las tortillas palmeadas, sin tocar el molendero, eran asentadas en la plancha del comal. A esa hora, “Tirano”, el gato moro que dormía con nosotros brincó de la cama y se fue a los pies de tía Lola para asegurar la comida del día. Ronroneaba “Tirano” entre los pies de tía Lola tallando su pelambre y recordando al mundo que esa señora era de su propiedad. Larga vida, largas vidas, al gato marrullero. Y amaneció, las aspas de los rayos del sol brillaban entre las hojas de los árboles y las rendijas de la casa. Empezaba para nosotros el día, para el rancho había empezado a las cuatro de la mañana. Ya doña Sirenia había llevado a tía Lola la carne fresca de tejón envuelta en hojas verdes de plátano y una maqueta de chile de bola con pepitas. Vestidos con camisas de franela cuadrada, pantalones media caña de dril y valenciana, tirantes, sombrero de petate y aquel frío intenso que se sentía en las “patas” peladas con huaraches que nada cubrían; así, nos fuimos al monte a buscar barañas secas para encandilar la lumbre. La tía Lola también nos encargó un racimo de plátanos morados que se daban en las orillas del arroyo. Nos hizo la recomendación tía Lola que revisáramos los plátanos que no estuvieran picados por las aves de rapiña. También nos encargó traer agua del pozo en el cántaro de barro. Tengan cuidado de quitar las hojas secas del agua antes de llenar el cántaro, nos recomendó. Aunque no lo encargó tía Lola, trajimos paxtle para el baño que usábamos como estropajo. Ese sábado nos tocaba baño. Y como siempre, tía Lola nos desnudó, nos paró sobre una piedra del río y nos bañó a jicarazos. ¡Váyanse a jugar!, nos dijo tía Lola después del baño, y no se orinen en el río porque las mujeres están lavando la ropa allá abajo. ¡Ajá!, dijimos. Pero las ganas de orinar no se hicieron esperar debido al frío. Aquí nos orinamos en el agua, total la tía Lola está media ciega y media pendeja, dijo a las risas mi hermano, y así lo hicimos. Casi de inmediato Isaura, chismosa como siempre, gritó: chiquillos puercos, no se orinen en el agua. ¿Se orinaron?, gimió tía Lola. Claro que no, pasó tío Rupe y su burro se orinó en el agua, Isaura ya no sabe distinguir cual es el orín de cada quien, explicamos. A las dos de la tarde ya estábamos comiendo el pastel de “yerbas”: berros, verdolagas, pápalo, palmitos con cebolla, y demás suculentas viandas. Las tortillas chirriaban por la manteca y los frijoles ya estaban cocidos en las brasas del fogón. A las seis de la tarde llegó Darío, “el chiviríco”, a tomar café con la tía Lola que ya lo esperaba como todos los días. Anocheciendo nos mandaron a la cama, tía Lola se quedó a platicar con las personas grandes alrededor de la luz del candil de bote. Todavía alcanzamos a oír que “el chiviríco” dijo: la vaca estaba sangrando tirada en el piso, tenía los ojos desorbitados, las patas tiesas, una nube de moscos le rodeaba la cabeza, dicen que la mató un animal más grande que un oso… Gracias Zazil. Doy fe.

Comentario al margen
Familia humilde agradece a Rafael González Avillaced y a Rafael Wong su apreciable intervención en un caso que requería cirugía mayor. Gracias.