Hay de tumbas a tumbas. Camelot
LAS TUMBAS FAMOSAS
Las tumbas o sus camposantos siempre han sido un misterio. Cada panteón guarda los huesos de sus hijos ilustres. Los faraones y reyes egipcios se construían pirámides, como la de Keops, para allí inmortalizarse y que sus restos fueran viajando al paso del tiempo a una eternidad infinita. Los panteones están llenos de leyendas. Cada panteón de cada pueblo cuenta sus historias en las frías lápidas del frío mármol. Lo platico ahora y rememoro un escrito, porque vi unas tumbas en el panteón de Mc Allen, tumbas gringas.
Quien esto escribe ha estado en algunos panteones donde descansa y reposa gente ilustre. Alguna vez vi la del panteón de San Fernando, donde se inmortaliza Benito Juárez, de quien dicen los historiadores ha sido el indígena mexicano más brillante que ha parido esta tierra de mestizaje. Una vez por Buenos Aires, me lancé a la odisea de visitar la tumba de la inmortal Eva Perón, en el cementerio La Recoleta, y por allí vi la del cantor de tangos Carlos Gardel, en La Chacarita, a la cual hay que ponerle un cigarro prendido entre sus dedos, en reverencia homenaje al fumar del inmortal cantante. La de Juan Domingo Perón no la vi porque estaba en otro panteón lejano. Monumentos históricos, todos ellos.
La de los Kennedy, en Arlington, Washington.
En la parte donde fue el atentado a las Torres Gemelas, hay un panteón que data antes de la Guerra Civil, quedan pocas tumbas, cuando el 11-S ahí volaron papeles y lo que pudo tapiar esas tumbas centenarias.
La de Napoleón es visita obligada en Paris, en Les Invalides. Está fija de tal manera que uno, al verla desde arriba, debe inclinar el cuerpo como reverencia al Emperador.
Cada pueblo tiene sus ídolos y con su manto protector les cubre de gloria.
En Orizaba hay monumentos más que históricos, unas verdaderas obras de arte cuando el mármol se podían importar y traer desde Italia, de las manos de los orfebres italianos que creaban unas verdaderas joyas, como el de la niña Couto, que es una belleza y tiene cien años de antigüedad. Cuenta la leyenda que la estatua del Ángel, que está en actitud de protección de la niña, ¡se mueve!, para cubrirla de las inclemencias del tiempo.
Algunos han tomado la muerte con ironía. Gabriel García Márquez suele decir: “Ahora se muere gente que antes no se moría”.
Hace no mucho, se subastó el nicho de la parte de arriba del panteón en Los Ángeles, California, donde reposa la bella Marilyn Monroe, cuentan que el difunto, antes de serlo y estirar la pata, pidió a su mujer la comprara para que él pudiera estar oliendo ese aroma de la Monroe, que solía decir que al acostarse por la noche sólo lo hacía con una gota de perfume Chanell. Los vikingos eran más listos. Al morir uno de sus combatientes, en una pila de madera y como buenos navegantes ponían el cuerpo y les disparaban flechas encendidas y le quemaban. Allí no había tumbas que visitar.
La del ahora santo, Rafael Guízar y Valencia, ubicada en Xalapa, dicen que es bendita y milagrosa. Yo vi la de Juan Pablo Segundo, al que quería todo el mundo, en El Vaticano, donde reposan los picudos que se hablan de tú con Dios, allí, cerca de la de San Pedro, el patrón de todos ellos, la gente se hinca y reza con lágrimas en los ojos.
Poetas, intelectuales, gente común fijó el Epitafio como un agradecimiento eterno.
“Aquí reposan los restos de un ser que poseyó la belleza sin la vanidad, la fuerza sin la insolencia, el valor sin la ferocidad y todas las virtudes de un hombre sin sus vicios”. De Lord Byron para su perro ‘Botswain’.
Las vengativas, en una tumba del cementerio de Salamanca: “Con amor de todos tus hijos, menos Ricardo que no dio nada”.
Una de sus amigos malosos: “Ahora estás con el Señor, Señor, cuidado con la cartera”.
MUERTE A LA CARTA
Hay estados de la Unión Americana donde los sentenciados a muerte pueden escoger la mejor forma de morir, si es que hay alguna. Todos soñamos con morir en la tranquilidad de una cama, sin sobresaltos, que llegue la muerte y bendita sea si no hace daño ni crea dolor. El filósofo chino, Confucio, primo lejano de Kamalucas, un filósofo de mi pueblo, solía decir: ‘aprende a vivir y sabrás morir bien’. Los condenados a muerte en Estados Unidos son por lo regular crápulas que han liquidado gente. Asesinos confesos. Pues bien, en Utah, uno de los estados norteños, la legislación permite que el sentenciado a muerte escoja como morir. Como si se estuviera en una Mac Donald y pudiera no pedir la burguer o la triple Mac. A un gringo maloso le ocurrió. Sentenciado a muerte, escogió ser fusilado porque, dicen que ser fusilado tiene un toque de heroicidad y se puede mirar al pelotón de fusilamiento cara a cara. Los del pelotón de fusilamiento, para que no carguen en su conciencia él haber sido el killer, toma uno de ellos un rifle con balas de salva, así ninguno reconoce de quien fue el tiro certero. En la historia de la revolución hubo muchos casos así. Martín Luis Guzmán nos explica varios, como aquel general rebelde que, cuando las fuerzas de mi General Villa lo tenían en el paredón, pidió fumar un cigarro, de seguro era Delicados o Alas Extra. Lo dejaron fumar, la mano no le temblaba y la ceniza se mantuvo firme, era de los soldados bragados. Hay formas de morir: inyecciones letales o silla eléctrica. Ignoro cómo le fue al gringo, si pidió piedad o solo cerró los ojos para esperar el tiro liquidador. Pero de que pidió cómo morir, lo pidió, y le fue concedido.
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