EL PUENTE DE LONDRES (ESCRITO EN 2008)

Del Hotel Ritz de París, el que está ubicado en la Plaza Vendome, el escritor Ernest Hemingway llegó a decir: «Cuando sueño de mi vida en el cielo, siempre me la imagino en el Paris Ritz». Hago esta remembranza porque ahora escribo esta columna de 69 lectores, frente al majestuoso e imponente Puente de Londres. Ese que vemos en las películas de siempre. Lo tengo frente a mis ojos. En la quietud de la noche. Uno que otro auto lo cruza. Poco movimiento. Se ve desolado. Sus reflectores le dan otra dimensión. De noche impacta. Desde el séptimo piso donde estoy, en el Tower Hotel Guoman, lo veo increíble. Atrás, la Torre milenaria. Voy a la historia y extraigo datos.

LA MILENARIA TORRE

La Torre de Londres es, oficialmente, El palacio y fortaleza de su majestad, aunque el último gobernante que residió en ella fue Jacobo I (1566-1625). La Torre Blanca, el edificio cuadrado con torretas en cada esquina que le dio el nombre al edificio, está actualmente en el centro de un complejo de diversos edificios al lado del río Támesis en Londres. El complejo ha sido utilizado como fortaleza, armería, almacén del tesoro, palacio, palacio de detención, observatorio, refugio y prisión, especialmente para prisioneros de «clase alta». Este último uso convirtió la frase «enviar a la Torre» en sinónimo de «entrar en prisión», o «darles chicharrón», en lenguaje jarocho porque, en alvaradeño, sería «darles por su madre». La reina Isabel I estuvo prisionera aquí durante el reinado de su hermana María; la última vez que la Torre se utilizó como prisión fue durante la Segunda Guerra Mundial para Rudolf Hess. Allí ejecutaron a Tomás Moro y a Ana Bolena, la segunda esposa de Enrique VIII, considerada la reina consorte más influyente que Inglaterra haya tenido. Y eso que olía a leña de otro hogar, pues era la número dos del rey, o sea su quelite.

EL PALACIO DE BUCKINGHAM

Merodeo por él, hago círculos porque el taxista nos guía. En Buckingham dicen que cuando la bandera inglesa ondea, la reina está allí, o descansando o atendiendo las pocas cosas de gobierno o pensando en la inmortalidad del cangrejo, porque reina pero no gobierna, y tira mucho la fiaca y pierde tiempo cuidando a uno de sus nietos, o al hijo, Charles (Carlitos, pa los cuates), que anda embelesado de su ruca. Hay gente por todos lados haciéndose las fotos. Muchos turistas. Londres debe ser una ciudad de gran turismo, aún no tengo los datos pero si los sé se los cuento luego.

Aún no llego a Notthing Hill, donde el mamón Hugh Grant le da sus arrimones a la bella Julia Roberts, voy a buscar la librería que se volvió famosa desde esa película gringa, mala y barata, que se exhibió en todos los cines Cinepolis, y que a la flema británica la mostró tal cual es, me dicen que esa librería existe. Veremos.

SU ECONOMÍA

Tiene Londres una capacidad económica impresionante. Londres, como Veracruz laten con fuerza. No se les ve a los pobres, al menos por donde he andado, aunque debe haber pobreza. Pero pedinches en las esquinas y prendefuegos, nanais, esos la poli los corretea, si los hubiera. El rentar la línea de computadora en el hotel, 300 pesos mexicanos cada 24 horas. No es temporada de vacaciones, pero rola bastante gente por los rumbos londinenses. Hago lo que siempre hago, me voy a los autobuses de dos pisos (los Castelán me encargaron que les viera cuánto valen estos buses gigantotes, los de dos pisos, pues quieren llevar unos a Orizaba ahora que quieren achicar las calles para meter mas gente a ellos), los turísticos que te llevan a recorrer la ciudad, con audífonos para en tu idioma hacer el tour. Eso hago. Veo todo en un par de horas: Buckingham, La Abadía de Westminster, el Ojo de Londres, una rueda de la fortuna grandotota que viaja súper despacio y que permite ver la ciudad desde unos cien metros de alto, una técnica de ingeniería perrona. El famoso Big Ben, el reloj de ellos que marca las horas sin enloquecer, la Catedral de St. Paul, la parada de los guardias de a caballo y algunas cosillas más

EL 10 DE DOWNING STRETT

Y en una de esas, cuando volvíamos a pie, vimos el 10 de Downing Street, la residencia de su primer ministro. Allí donde Tony Blair se apapachaba con Bushito y el español Aznar cuando eran la trinca infernal en contra de Irak y el tal Sadam. Downing Street está ubicada en una calle cerrada. Hay un enrejado, adelante un autostop de seguridad de hierro para que ningún auto pase, por si se colara, policías uniformados y con radio. El primer ministro está bien seguro. Es chica la casa en comparación con la Casa Blanca o los mismos Pinos.

Hay un parque céntrico frente a Westminster. Llamó mi atención una estatua de Winston Churchill, la admiré sentado. Es grande y lo retrata cual era: gordinflón y con su abrigo y su bastón, encorvado por la vejez. Está ubicada enfrente a una iglesia donde se casó en 1908. Le rinden homenaje a su héroe de la Segunda Guerra Mundial. Agradecidos son porque tienen otra a los soldados americanos que les ayudaron y a su comandante en jefe. La calle Oxford mide tres kilómetros. Aquí abrevó también Sir Arthur Conan Doyle, aquel que creó el personaje de Sherlock Holmes, veo un café que lleva su nombre, como otro café, el Royal, donde llegaba su intelectualidad, el tal T.S. Elliot y Oscar Wilde, según cuenta la guía. Aún no llego a la calle famosa de Abbey Road, aquel paso de cebra que inmortalizaron los Beatles para portada de disco, cuando cruza el cuarteto Liverpool, y ha servido para que miles y millones de turistas se tomen ahora una foto caminando de perfil como ellos. Ni he encontrado a James Bond, el Ampudia de esta zona.

MAÑANA EL FINAL