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Hubo una época en que escenas como ésta en el Parque Olímpico de Londres no hubieran ocurrido: el príncipe Guillermo, heredero del trono británico, corriendo por la pista con su esposa, la duquesa de Cambridge, y su hermano, el príncipe Enrique, entre los vítores de otros corredores durante una carrera de relevos para promover la salud mental. Fue un gesto tan humano. Tan accesible. Tan estilo Diana.

La princesa Diana, una maestra de preescolar catapultada a la fama por su matrimonio con el príncipe Carlos, arrastró a la estirada realeza de Gran Bretaña al mundo moderno. Diana tuvo una conexión directa con el público —corriendo una vez su propia carrera en una amplia falda blanca y un suéter holgado— y promovió causas mucho más allá de lo convencional para la época, como el retiro de las minas terrestres y la investigación del sida.

Ese vínculo sigue vivo a través de sus dos hijos, quienes adoptaron el acercamiento más personal de su madre a la monarquía y en el proceso revitalizaron la institución.

«Ella fue la primera integrante de la realeza que realmente llegó al corazón del público», dijo Sandi McDonald, una mujer de 55 años del sur de Londres, afuera de una exhibición de los vestidos de la difunta princesa en el Palacio de Kensington. «Pienso que sus hijos son iguales. El público sencillamente los adora».

Guillermo y Enrique son los recordatorios más obvios del impacto de Diana. Han hablado abiertamente sobre sus propios problemas de salud mental tras perder a su madre a temprana edad, rompiendo tabúes del mismo modo en que Diana abrazó a pacientes de sida para apaciguar los temores sobre la enfermedad. Pero el legado más transcendental de la princesa es su idea de que las celebridades pueden usar sus relaciones con millones de personas a las que nunca han conocido para efectuar un cambio.

Tras haber sido absorbida por la maquinaria real cuando apenas tenía 20 años, Diana encontró su norte al percatarse de que el público estaba fascinado con cada una de sus ideas, dice el sociólogo Ellis Cashmore. Diana fue capaz de manipular ese interés para promover causas como la limpieza de minas terrestres y contando su lado de la historia cuando su matrimonio colapsó en medio de la relación del príncipe Carlos con Camila Parker Bowles, quien más tarde se convirtió en su segunda esposa.

Celebridades de hoy de todos los campos han adoptado ese modelo, creado cuando los periódicos y los noticieros de la noche eran las principales fuentes de información, y lo han inflado mucho más en el mundo de Facebook e Instagram.

«Uno casi que puede rastrear la cadena molecular o genética entre Diana y Kim Kardashian», dice Cashmore, autor de Elizabeth Taylor: A Private Life for Public Consumption. “¡Imagínate si Twitter o Facebook hubieran existido en la época (de Diana)!».

Mientras hoy muchos aspirantes a celebridades publican todos sus secretos en las redes sociales, en la década de 1990 era inimaginable que la realeza compartiera sus propias esperanzas y temores con el mundo. Pero atrapada en un matrimonio sin amor, Dianaeligió llevar su mensaje a la gente que la adoraba.

Cooperó de manera encubierta con el biógrafo Andrew Morton para hacer pública su historia, usando un intermediario que grabó cintas con sus respuestas a las preguntas del autor para que ella pudiera negar que se haya reunido con Morton.

«Eso que hizo fue bastante extraordinario», dijo Morton. «Aquí estaba ella, contándome los detalles más íntimos de su vida —de esta mujer llamada Camila, de sus desórdenes alimenticios, de sus tímidos intentos de suicidio— a mí que era un relativo extraño. … Ella estaba hablando de cosas de las que ninguna princesa había hablado antes».

La apuesta valió la pena. La historia de Diana fue contada y el público la amó aún más por eso. Su funeral fue un evento multitudinario sin precedentes que vio a miles de personas alineadas en las calles y montañas de flores apiladas afuera del Palacio de Kensington. Fue un acontecimiento transformador tanto para la familia real como para el pueblo británico, dijo Morton.

«Ya no fuimos vistos como la nación impasible e intocable», señaló. «Fuimos vistos como (una nación) estremecida, sin miedo a exteriorizar nuestros sentimientos, a derramar una lágrima en público».

Tras la muerte de Diana, la familia real también entendió que tenía que cambiar.

La reina Isabel II volvió a la capital de unas vacaciones en Escocia y dio un discurso desde el Palacio de Buckingham que silenció días de titulares que alegaban que había sido indiferente al deceso de Diana. Una monarquía más accesible le siguió.

El año pasado, mientras Gran Bretaña celebraba durante meses el cumpleaños 90 de la reina, ésta bromeó en una fiesta en la calle afuera del Palacio de Buckingham que aunque apreciaba todas las tarjetas y mensajes, «¡aún está por verse cómo me siento si la gente aún me está cantando ‘Cumpleaños feliz’ en diciembre!».

Al crecer, Guillermo y Enrique heredaron la habilidad de Diana para comunicarse. Para deleite de fundaciones a beneficio de la salud mental, los príncipes y la duquesa de Cambridge han encabezado una campaña para convencer a la gente a abrirse sobre sus problemas. Una fundación, Mind, dijo que al día siguiente de que Enrique habló de sus propias luchas tras la muerte de su madre, las llamadas a su línea de atención al público se incrementaron en un 38%.

«Que alguien tan prominente pueda desahogarse sobre algo tan difícil y personal demuestra lo lejos que hemos llegado cambiando la actitud del público hacia la salud mental», dijo Paul Farmer, director ejecutivo de Mind.

Los príncipes también han traído a otras luminarias a la conversación. En un video, Guillermo charló con la estrella pop Lady Gaga, quien habló de su batalla con estrés postraumático.

«(Diana) supo, aun desde temprana edad, que quería prepararlos más a imagen de príncipes modernos, que fueran capaces de llegarle a la gente», dijo Morton. «Ella no quería una … señal de no se toca sobre el futuro de sus hijos».

Diana también cambió las expectativas del público sobre las figuras nacionales, argumenta Cashmore, quien dice que los británicos ya no estaban satisfechos con una monarquía distante. El don de gentes de sus hijos ha llevado a la especulación, a menudo negada, de que Guillermo asumirá el trono una vez que muera la reina, y no su menos popular padre.

Simple y llanamente, Diana cambió a la familia real, dijo Jenny Glossop, una admiradora de Worcestershire que visitó la exposición de vestidos en el Palacio de Kensington.

«La realeza siempre fue formal y estirada y no tenía una conexión con el público. Diana llegó, se unió a la familia y cambió a la realeza para siempre, porque después de eso hasta la reina se ablandó, se volvió más accesible», señaló Glossop. «Sus hijos han crecido como los hijos de Diana. Todo lo que amábamos de ella continúa en la familia».