*La historia es una gata que siempre cae de pie. Decía Eliseo. Camelot

EN CIUDAD DE MEXICO

Escrito desde el piso 8. Cuarto 809 del hotel Sevilla Palace en Reforma, sucursal del afamado hotel Liabeny de Madrid, al menos del mismo dueño. A las 7 y pico de la noche hago un break. Se prenden las alarmas sísmicas. En Polanco suenan y suenan y no dejan de sonar, como los peces en el rio, que beben y beben y vuelven a beber. No se mueve nada, de cualquier manera se apanica uno (verbo foxista), esta ciudad ha sufrido temblores de magnitudes grandes y mortales. Prendo el twiter para ver qué onda de la alerta sísmica. Al parecer se equivocaron, quizá algún empleado llegó con dos toques adentro y sintió que se mareaba. Vaya usted a saber. En Twiter, Jairo Calixto Albarrán, columnista de Milenio, pregunta quién activó la alarma sísmica, y pone tres personajes: El FiscalCarnal, Los de la Estafa Maestra y Lord Socavón. Votan y ganan los de la estafa maestra. Le faltó incluir al inútil entrenador Juan Cambios Osorio. Comí en un lugar de la colonia Doctores, Bar El Sella, chamorros y chorizos y un ambiente de las cantinas mexicanas de familias, donde conviven desde estrellas hasta políticos. Vi a dos de ellos. Después de la comida una caminata al rumbo del Monumento a la Revolución, donde el domingo pasado, AMLO reclutaba gente como si fueran soldados que fueran a una guerra sin cuartel. Firmaban por aquí, formaban por allá, el hombre se siente seguro, al menos hoy sería presidente si fueran las elecciones, veremos en nueve meses qué pasa. Es impresionante la plancha del Monumento. Voy a Wikipedia: Monumento a la Revolución es una obra arquitectónica y un mausoleo dedicado a la conmemoración de la Revolución mexicana. Es obra de Carlos Obregón Santacilia, quien tomó la estructura del Salón de los Pasos Perdidos del malogrado Palacio Legislativo de Émile Bénard para edificar el monumento, concluido en 1938.

TIEMPOS DE DON PORFIS

Porfirista, sin duda, como todas las cosas grandes que se hacían en el tiempo afrancesado de Porfirio Díaz. Trepé en el elevador, sube el equivalente de unos 25 pisos. Se admira parte de ese México lindo y qué herido. Tlatelolco, los grandes edificios de Reforma, la torre de Banobras, los hoteles, las altas montañas en este valle de ese México que Ramón María del Valle Inclán decía: “España no está aquí, está en América. En México está la esencia más pura de España”. O aquel de Chespirito: “Lo más curioso de todo es que en México ha habido muchas calles que tienen nombres de presidentes, y un presidente que tiene nombre de Calles”. O el de Carlos Pellicer: “Estos mayos y abriles se alargan hasta octubre. Todo el Valle de México de colores se cubre y hay en su poesía de otoñal primavera un largo sentimiento de esperanza que espera”. Compramos el tiquet, 50 pesos, hay que subir el elevador y apanicarse con la altura. Aunque me he trepado a la Eiffel y a las nuevas Torres Gemelas neoyorkinas, subir da miedo. Llegamos y la guía nos dice cómo y dónde tomar el espacio para salir al círculo de la terraza y ver la espléndida altura de la ciudad. Corre aire fresco, no ha llovido aun. Antes quisimos conocer el Jai Alai, o el Frontón México, pero está en reparación. Hago turismo rustico, cimarrón, de cosas que luego uno se pierde y te arrepientes de no haber conocido antes. Al decidir regresar, los guías te meten, adrede, por un área donde hay que descender 104 escalones. Al ir por el segundo descenso comenté que era muy parecido a la Torre Eiffel, y entonces la guía aseguró que era correcto mi comentario, que era tan parecida que la hizo el mismo Émile Bénard (1844-1929), arquitecto y pintor francés. Educado en la École des Beaux-Arts, ganó el prestigioso Concurso Internacional de Arquitectura Phoebe Hearst en 1899 por su proyecto Roma. Entre sus trabajos destacan la construcción de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Berkeley, el proyecto para el Palacio Legislativo de México en 1909 -que se convertiría en el Monumento a la Revolución- y fue asistente de diseño de Charles Garnier en la afamada Ópera de París. Y le metió la mano a la Eiffel, cuando chalaneó al lado del maestro Gustav, que cedió su apellido a esa obra maestra. Claro que cuando descendíamos viendo la estructura de hierro, guardando sus debidas proporciones, se te hace caminar y descender por la afamada Eiffel de París. Luego, al pie, con poco cansancio porque bajar cansa menos que subir, dice Kamalucas, un filósofo de mi pueblo, encontramos la tienda de souvenirs, desde camisetas, llaveros, tazas decorativas, los rostros de Pancho Villa: Oye tú, Francisco Villa, qué dice tú corazón. Madero, Calles, los hombres que le dieron identidad a la Revolución, aunque unos a otros se traicionaran y mataran, como lo hicieron con Francisco I Madero. Quizá en la noche se escuchen mentadas de madres entre ellos, pues ahí están los restos de Lázaro Cárdenas y Plutarco Elías Calles, no muy buenos amigos, Carranza, Madero y el gran Pancho Villa. Historia para otro día.

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