Comenzó como un leve vaivén que poco a poco fue incrementando su intensidad. Fue un ir y venir acompasado, con un ritmo constante, como una película de terror que empieza en cámara lenta y poco a poco va subiendo la presión.
El temblor, movimiento telúrico, sismo, terremoto o como usted quiera llamarle del viernes pasado, empezó como no queriendo espantar a nadie, diría que hasta con suavidad, tersura, tanto que hasta que tuve plena conciencia de que el piso se estaba moviendo, me levante del escritorio y me decidí a abandonar la casa junto con mi esposa y mi suegra, para situarnos en la zona del garaje.
Y es que hay que agradecerle a la naturaleza su bondad, porque a pesar de tanto daño y tantas bajas humanas en los estados de Oaxaca, Chiapas y Tabasco, fue misericordiosa. Para un servidor que ha vivido en carne propia los más terribles temblores de que se tenga memoria en la segunda parte del siglo pasado, éste, el del pasado viernes por la noche, nos sorprendió a todos como no queriendo asustarnos. Fue intenso y largo –parecía interminable-, pero nunca se manifestó de manera violenta.
Mire usted, por poner un ejemplo, el del 28 de agosto del 73, acababa de cumplir 13 años, el temblor que despertó a Córdoba y a una vasta región de Orizaba y Ciudad Serdán en Puebla, irrumpió de manera violenta y estruendosa, nos despertó con una sacudida aquella madrugada, el reloj marcaba alrededor de las 4 con 50 de la mañana cuando todo el mundo todavía descansaba. Fue un movimiento violentísimo, que no se compara con el de hace unos días, a pesar de que aquel marcó 7.3 en la escala de Richter (se dice que el momento pico alcanzó el 8.5) y este último los 8.2 y se habla de hasta 8.4 grados, o sea que no hay comparación en cuanto a intensidades, nada más que aquel fue oscilatorio y trepidatorio y este nada más lo primero. De la fuerza y de las fatales consecuencias que produjo el del 73 nos enteraríamos más tarde.
Y ni qué decir del otro que también viví muy de cerca. Me refiero al del miércoles 14 de marzo de 1979. Apenas habían pasado 7 minutos después de las 5 de la mañana cuando otro movimiento, breve pero violento me despertó antes de tiempo para asistir a la clase de las 7 de la mañana en la universidad. Pocos daños causó este temblor, el más sonado fue el colapso de la Universidad Iberoamericana al sur de la ciudad de México, en la avenida Cerro de las Torres, en la colonia Campestre Churubusco. Cómo se cayó tan magnífico y moderno edificio, quién sabe, pero yo lo vi derruido, nadie me lo contó.
El otro episodio telúrico, el más terrible de todos fue el del 19 de septiembre de 1985. Eran las 7 de la mañana con 17 minutos y 47 segundos cuando la tierra volvió a estremecerse ahora sí inmisericordiosamente. Vivía en la ciudad de México, al sur, en la unidad habitacional del Fovissste, entre Calzada del Hueso y de las Bombas. Me disponía a iniciar mis quehaceres diarios cuando de repente la tierra volvió a estremecerse no violenta, ¡violentísimamente! Fue una experiencia shockeante, de esas en las que pide uno al cielo que ya le pare con su furia. México, la entrañable en ese entonces capital de todos los mexicanos quedó herida de muerte en varias zonas: la colonia Roma, San Juan de Letrán, José María Izazaga, la avenida Cuauhtémoc, la Doctores y más importantes sectores de la gran urbe. Pero si el temblor del 19 fue espantoso, la réplica que ocurrió aquella misma noche fue de terror, afortunadamente sin mayores consecuencias.
Hay que tenerle respeto a la fuerza de la naturaleza, en cualquiera de sus más violentas expresiones. El del pasado viernes, al menos para un servidor no se compara con ninguna de mis experiencias anteriores del siglo pasado, éste me espantó desde luego, sobre todo porque fue muy largo, por momentos parecía interminable, pero al menos me (nos) dejó respirarlo, sentirlo, palparlo, verlo llegar y después irse. Claro que no pueden decir lo mismo en las zonas que quedaron devastadas desgraciadamente de los estados de Oaxaca y Chiapas, principalmente, para ellos también ha de ver sido una experiencia terrible. Nos duele y conmueve lo que están viviendo nuestros hermanos, sobre todo la pérdida irreparable de vidas humanas.
Para terminar, quiero comentar a nuestros lectores que quien esto escribe se postuló, a propósito de estos lamentables hechos, al Premio Nacional de Protección Civil 2017 convocado por el Gobierno Federal a través de la Coordinación Nacional de Protección de la Secretaría de Gobernación. Dicho premio, si otra cosa no se decide de última hora, será entregado el 19 próximo, aniversario del temblor de 1985. Para quienes no estén enterados, vengo trabajando en la promoción académica de la especialidad, también de la Gestión de Riesgos, desde hace más de 10 años, de hecho fui el primero que presentó al Gobierno Federal la propuesta para crear la carrera de ingeniero en Protección Civil y Gestión de Riegos en el año de 2006.
Todavía no hay nada para nadie, esperemos un fallo justo y apegado a las normas que marca la convocatoria del Premio.
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@marcogonzalezga