«Ahora, los temblores del 19 y el 20 de septiembre nos han redescubierto un pueblo que parecía oculto por los fracasos de los últimos años y por la erosión moral de nuestras elites. Un pueblo paciente, pobre, solidario, tenaz, realmente democrático y sabio. La sabiduría popular no es libresca ni moderna, sino antigua y tradicional. Es una mezcla de estoicismo, silenciosa energía, humor, resignación, realismo, valor, fe religiosa y sentido común. Ese sentido que, precisamente por ser común, es comunal, comunitario.”
Como a menudo lo hace, mi estimado amigo Francisco Montfort me favorece al enviarme un interesante texto, cuyo primer párrafo inicia esta columna. Es de Octavio Paz -su prosa resplandece- y asombra la vigencia de lo escrito por el poeta y ensayista hace 32 años, como si la historia se repitiera sobre un mismo pueblo entrampado en los problemas de siempre. Vean, vean lo que Paz nos dijo en 1985 y nos sigue diciendo ahora:
“La reacción del pueblo de la ciudad de México, sin distinción de clases, mostró que en las profundidades de la sociedad hay -enterrados, pero vivos- muchos gérmenes democráticos. Estas semillas de solidaridad, fraternidad y asociación no son ideológicas, quiero decir, no nacieron con una filosofía moderna, sea la de la Ilustración, el liberalismo o. las doctrinas revolucionarias de nuestro siglo. Son más antiguas, y han vivido dormidas en el subsuelo histórico de México. Son una extraña mezcla de impulsos libertarios, religiosidad católica tradicional, vínculos prehispánicos y, en fin, esos lazos espontáneos que el hombre inventó al comenzar la historia.”
Esta vez la autoridad presidencial tuvo una respuesta inmediata y se activó rápidamente el plan de ayuda y apoyo ante la tragedia, pero el pueblo de México volvió a superar sus propias expectativas y se volcó en el auxilio, como lo hizo antes como lo ha hecho siempre. Octavio Paz lo revela:
“No fue una rebelión, un levantamiento o un movimiento político: fue una marea social que demostró, pacíficamente, la realidad verdadera, la realidad histórica de México. O, más exactamente: la realidad intrahistórica de la nación. La enseñanza social e histórica del sismo puede reducirse a esta frase: hay que devolverle a la sociedad lo que es de la sociedad.
“Los gérmenes del renacimiento están en el origen. Son los de nuestro comienzo. Han sobrevivido a muchas desdichas y tradiciones, a la seducción de la falsa modernidad y a las simplificaciones de las ideologías. Hay que preservarlos y vivificarlos. Sería funesto que se desvaneciesen o volviesen a ocultarse. De ahí que sea indispensable que en la tarea de reconstrucción-rectificación que será larga y penosa, participen todos los distintos grupos sociales.”
Y miren qué vivo está don Octavio no sólo en su poesía inmortal, sino en su pensamiento político y social:
“Tenemos que encontrar nuevas vías de participación popular. Es inaplazable asimismo que las autoridades oigan la crítica y acepten la fiscalización de la sociedad. Si el Gobierno quiere reconquistar la confianza popular y no exponerse (y exponernos) a un estallido más grave y profundo que el temblor, debe mostrarse más abierto y flexible. El Gobierno no es una fortaleza, sino un lugar de encuentro. No pido que abdique de su autoridad, sino que la comparta, que sea más atento y sensible a las voces de los que están fuera. El temblor sacudió a México, y entre las ruinas apareció la verdadera cara de nuestro pueblo: ¿la vieron los que están arriba?”
Paz, siempre eterno Octavio Paz…
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