Los movimientos telúricos de los pasados 7 y 19, sacudieron a vastas zonas del país con una furia desmedida como tal vez nunca habíamos visto antes. Provocaron daños en pérdidas humanas, en infraestructura física y en bienes diversos de lo cual será muy difícil reponerse. Es obvio que la pérdida de vidas humanas no se compensa con nada, pero el dolor físico y las secuelas que han dejado en mucha gente va a dejar marcadas profundamente a las generaciones presentes que fuimos testigos de estos terribles acontecimientos y, cuando menos, a dos generaciones futuras.
Y lo digo por experiencia propia, viví el sismo de hace 32 años en la ciudad de México, y todavía hoy cuando se me viene a la memoria lo que sucedió aquella mañana, me sigo cimbrando y una sensación de escalofrío recorre el cuerpo de la cabeza a los pies. Nada más que en esta ocasión las circunstancias son otras radicalmente distintas. El mundo ya no es como fue y México en particular tampoco. Apenas nos estábamos dando cuenta los mexicanos del interior de la República de los estragos que el sismo del 19 pasado estaba causando a la ciudad de México, cuando la noticia ya estaba llegando a todos los rincones del planeta.
Imágenes de incendios, de edificios derruidos, de polvaredas producto de edificios colapsados, escombros y la sospecha de que algo grave estaba ocurriendo en la capital, nos dejaron con una sensación de incredulidad, de ¡No puede ser cierto lo que estoy viendo!, pero las imágenes que empezaron a correr como reguero de pólvora y a multiplicarse exponencialmente por las redes sociales y los smartphones de México y el mundo, no dejaban lugar a la duda.
Recuerdo que una de esas primeras imágenes que llegaron a mi celular, fueron los vídeos del desplome de un edificio de una esquina –no sé en dónde fue- que toman unos muchachos espantados que huyen despavoridos, y que empiezan a gritar y a llorar sin poder dar crédito de lo que estaban viendo, y la otra, que toman otros ciudadanos de la parte trasera del edificio en donde estaba la importadora propiedad de unos empresarios coreanos y judíos, un edificio de unos seis pisos, tal vez ocho, y que igual se desplomó de una manera estremecedora. Las recuerdo a ambas y el escalofrío regresa.
Y así las imágenes se replicaron de por doquier de los lugares que desgraciadamente resultaron afectados, hay una en particular de Juchitán en donde se cae un edificio hasta convertirse en escombros, ante la mirada atónita y la huida intempestiva de los testigos ocasionales. Esas imágenes, seguramente se me van a venir a la memoria en los años por venir si la vida me concede todavía licencia. En el 85 no tuvimos esa ‘oportunidad’, si acaso las imágenes de después del hotel Regis reducido a una montaña de escombros, el Nuevo León de Tlatelolco y, eso sí, el videotape del momento en que la tierra se empieza a cimbrar y están transmitiendo el noticiario (Hoy) de Guillermo Ochoa, Lourdes Guerrero y Juan Dosal, que era el encargado de comentar la sección de deportes en los estudios de Televisa Chapultepec (18).
¡Qué recuerdos!
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@marcogonzalezga