Mentiría si dijera que lamento mucho la muerte del creador del concepto Playboy. No es para tanto, pero bueno, se lamenta como se podría lamentar la muerte de cualquier ser humano. No puede uno permanecer impasible ante un hecho así por muy ajeno que haya sido para uno, pero en el caso del fallecimiento de este hombre nacido en Chicago hace 91 años (9 de abril de 1926) que en vida llevó el nombre de Hugh Hefner, bueno, pues hombre, al menos para el que esto escribe se trata de una figura entrañable porque, al margen de todo lo que sabemos de él en lo que se refiere a ser el creador de una revista para caballeros, creo que al hombre también se le debe ver desde el ángulo del periodismo puramente dicho y en ese terreno fue un gran innovador.
Si a Hefner se lo ve exclusivamente desde lo obvio, pues sí, ni hablar, a lo mejor no hay nada que decir. Se le ha asociado hasta con el diablo, figura del demonio, casi casi su encarnación misma. Para otros fue un gran pecador, depravado, promotor orgiástico, sexista, alentador del liberalismo sexual, cosificador del género femenino, fauno del destrampe, pornógrafo, el Walt Disney para adultos, lascivo, concupiscente, lujurioso, calenturiento y generador de envidia de la buena, pongámosle el adjetivo que usted quiera y mande, seguramente todos le encajan a su persona –iba yo a escribir embonan, pero este verbo ya está muy quemado-, pero insisto, además de todo esto que se ganó a pulso por su estilo de vida, Hefner fue un maestro del periodismo y un gran innovador en lo que corresponde a ser el gran impulsor de un nuevo periodismo, que tanto me encanta en lo personal.
Miren ustedes, guardo en muchos rincones de mi casa que también es de todos ustedes, muchas revistas que en muchas épocas de la vida me llenaron el ojo de muchas maneras, recortes de periódicos, libros, folletos, recetarios de cocina, etcétera, y dentro de estos, que durante muchos años fueron muchos de ellos objetos prohibidos para mis hijos, ocupan un lugar especial muchos, pero muchos números de la revista del conejito más famoso del mundo, de ediciones americanas por supuesto, es que eran –son- como de colección. Ya lo dije anteriormente, no me quiero esconder bajo la manida excusa de que, cuando jovenzuelo y en los albores de mi adultez, compraba Playboy no tanto por ver desnudos femeninos sino porque la revista era algo más que eso: artículos de fondo escritos por plumas de la talla de García Márquez, Bradbury y Capote; reportajes, crítica literaria, adelantos de cine, extractos de libros, cartones picarescos, publicidad (la del vaquero de Marlboro, única, en general la de los cigarrillos era otra cosa), fotografía y en fin, Playboy estaba hecha de una iconografía deslumbrante, además, por supuesto de bellas damas ataviadas con poca ropa.
El primero que se debe estar lamentando de su muerte debe ser el propio Hefner, y lo considero, yo estoy convencido de que este hombre no pasó a una mejor vida, yo no me trago ese cuento –perdónenme los católicos-. Yo sí le debo muchas cosas a Hef, como le decían sus amigos. Con él descubrí la belleza del erotismo, se me despertaron muchos sentidos, quizá el más importante el del periodismo, pero el del periodismo bueno, el que sabe contar historias, el que está más cerca de la literatura que de otra cosa, también se me despertó el olfato periodístico, el del análisis, el del pensamiento crítico, el del discernimiento e incluso el del buen gusto y la elegancia para escribir, cosa que no estoy seguro si lo he logrado pero al menos lo he intentado. Estoy seguro que a muchos, y muchas, les descubrió y les permitió jugar y experimentar con su sexualidad.
Nunca seguí a Hef fuera de su revista, casi nunca perdí el tiempo viendo su Talk Show que pasaban en un canal del cable que se llamaba La mansión de Playboy, se me hacía tremendamente insulso y vacío, más allá de que aparecieran cientos de mujeres hermosas con poca ropa, lo verdaderamente importante de Hefner ha sido el gran legado de su iconográfica revista que, insisto, para mí fue como un manual de periodismo. También queda después de su muerte, el recuerdo de un hombre de una gran personalidad –con su batín rojo de seda, su cachucha marinera a la Popeye y su pipa en la boca-, un tipo genial, inteligente y envidiable por donde se le quiera ver.
gama_300@nullhotmail.com
@marcogonzalezga