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PabloHiriart / El Financiero

Era una crisis anunciada, sí, pero nunca de estas proporciones.

Margarita Zavala dejaría el Partido Acción Nacional empujada por la ambición política de su actual dirigente, Ricardo Anaya.

Anaya fue incapaz de mantener la unidad del partido a su cargo, que es la primera misión de un dirigente.

Con arreglos bajo la mesa con los dirigentes del PRD y de MC, Anaya quitó del camino a la candidata mejor posicionada de su partido.

Se apropió del PAN y de millones de spots que utilizó para promover su imagen personal, y ni así pudo dar alcance o hacerle sombra a la aceptación de Zavala en la opinión pública.

No estoy diciendo que Margarita sea una figura política extraordinaria ni fuera de serie, no. Pero la gente la quiere a ella más que a Anaya.

“La ambición rompe el saco”, dice la sentencia popular. Y es el caso de Anaya con su actuación al frente del PAN.

No va a poder ganar la presidencia con la oposición de Zavala en la boleta electoral.

Ella se va del PAN, o la orillan a irse, en lo que parece un acto demencial de ese partido.

Su renuncia es mala noticia para el PAN y para el futuro democrático del país.

Roto el PAN, el ganador es López Obrador.

Lo mismo ocurre con la ruptura del PRD en su miedo a ir solo o en un frente con partidos de izquierda distintos a Morena: gana López Obrador.

Un PAN que se desfonde en la elección presidencial, hará engrosar el caudal de votos del candidato de Morena.

Lo vimos en el Estado de México: el hundimiento de su candidata Josefina Vázquez Mota no le dio votos al PRI, sino a Delfina Gómez.

El otrora llamado ‘corredor azul’ se fue casi entero para la causa de AMLO, y estuvieron a punto de ganar el estado más numeroso y rico del país.

Hay una amplia franja de la población que no quiere ir a la aventura populista de López Obrador y tampoco desea que repita el PRI en Los Pinos.

La opción para ellos era el PAN, con aliados o sin aliados. Y a los panistas se les ocurre romperse cuando estaban a punto de lograr el regreso a Palacio Nacional.

Sólo necesitaban un poco de sensatez y no fueron capaces de lograrla. “Los dioses ciegan a los que quieren perder”, decían los antiguos griegos.

La respuesta procaz de Ernesto Ruffo al anuncio de la salida de Zavala lo dice todo: “nos quitamos un grano con pus”.

Una bomba. Una hecatombe para el PAN.

Y el ganador no va a ser el PRI, sino López Obrador, que va a capitalizar el voto de revancha contra el gobierno que viene desde el flanco derecho.

Por eso AMLO felicitó a Margarita ayer por “rebelarse”. Le faltó honradez: debió felicitar a Ricardo Anaya por hacerle el trabajo.

En los siguientes días veremos un giro importante en las posturas públicas de López Obrador. Ya no va a hablar de echar abajo las reformas.

Va a guardar (por un tiempo) el discurso polarizador de los pobres contra los ricos, de mexicanos contra mexicanos.

Presentará un programa de gobierno terso, sin expropiaciones ni medidas populistas. Quitará de su oficina los retratos de los líderes marxistas que venera.

Así hizo Hugo Chávez en 1998: se disfrazó de demócrata, amigo del sector privado y de la inversión extranjera. Ya en el poder, Chávez fue Chávez. Lo mismo va a ocurrir con López.

Ricardo Anaya podría cargar sobre sus hombros esa responsabilidad histórica: dividió al PAN cuando era muy sencillo mantener la unidad. Si van en el Frente Ciudadano, que el ciudadano elija al candidato. Si iban solos los panistas, que lo elijan de acuerdo con sus estatutos.

No se pudo. Hoy estamos ante un escenario diferente que rebasa al PAN, a Anaya y a Margarita. Hay zozobra en el flanco democrático.