*De Simone de Beauovoir: “El opresor no sería tan fuerte si no tuviese cómplices entre los propios oprimidos”. Camelot.
UNA FICCION REALIDAD
El hombre, número dos en el organigrama del poder, fue llamado a Los Pinos, donde habita el que manda y paga y hace y deshace en este país. Eran los días que se tomaba la decisión y las Palabras Mayores, como el recién reeditado libro de Luis Spota, que es un referente vigente que no pierde antigüedad, sonarían esos días. Había una terna casi de dos, entre ellas estaba él, junto al de Hacienda y Educación. Había sido un funcionario fiel al lado del presidente. Habían derribado muros y habían tenido escapes de un reo muy afamado, y vientos y tempestades, y no hacía mucho un temblor sacudió la tierra desde las entrañas mismas, y les cambió el panorama. Algunos piensan que para bien, porque su jefe, el presidente, había acudido presto y rápido a la ayuda.
En el trayecto de Bucareli a Los Pinos, pensaba en su familia, en los amigos, en los años mozos que comenzó como político al lado de quienes fueron sus padrinos, porque en la política, como en la vida, no hay hombres solos, hasta llegar a gobernador de su estado y ahora a secretario de Gobernación, una carrera no menor.
El ujier abrió esa puerta grande, donde al lado hay unas cabañitas, sitio que el gran Lázaro Cárdenas inauguró como vivienda presidencial, para que allí habitaran los poderes.
Los nombres han brotado, la semana pasada, cuando compareció uno de los nominados, quizá el favorito, secretario de Hacienda, la perrada priísta se puso de pie como en los tiempos cuando el gran Tlatoani traspasaba ese Congreso de los Diputados, en los informes presidenciales, y la popularidad de ese acto lo medía Jacobo Zabludovsky, narrador oficial de Televisa, por las veces que era interrumpido el presidente con los aplausos.
“El presidente”, decía, Jacobo, “fue interrumpido 76 veces en este informe, todos de pie”, o al menos la mayoría, que eran de ellos, del tricolor. Aún no llegaba el gran Porfirio Muñoz Ledo a increpar a un presidente, que miraba asombrado al insolente, desde ese púlpito que es como El Vaticano, sagrado y bendito.
Su rival electoral, Meade (Mid José Antonio), demoró quince minutos para llegar de la puerta principal al asiento de honor, donde llegan los invitados. Eso daba un termómetro difícil para sus aspiraciones.
De repente, el Preciso estaba frente a sus ojos, como en los tiempos de las emergencias y las alegrías.
Atrás del escritorio, le miró fijamente y le dijo así, con inspirado acento, como en el Brindis del Bohemio:
“Te llamé para decirte personalmente, que tú no vas, tú no vas a ser el candidato a la presidencia de mi partido, y para agradecerte todos los años que serviste a mi lado, por el bien de la Nación”.
El hombre por poco se desmaya. Tragó gordo. Clavó su mirada en el pecho presidencial, que esta vez no llevaba el emblemático listón de la banda de la bandera mexicana.
Sintió el dolor de la noticia. Más cuando el mismo candidato presidencial de Morena, el amoroso AMLO, lo ubicaba como el mejor posicionado en el PRI para ir por ese cetro llamado Presidencia de la República. Aguantó vara. Apretó aquellito.
Cuando giraba de entre sus talones, en retirada marcial, se despertó. Por poco se cae de la cama y se puso a llorar, como decía Cri Cri Gabilondo.
Se quitó las chinguiñas y dijo: “Gracias, Señor, por despertarme de esta horrible pesadilla”.
Y colorín, colorado, este sueño se ha acabado.
CORREO DE LECTOR (AUTOPISTA A MEXICO)
“Subo/bajo esa autopista cada semana, Gilberto, pues trabajo en CDMX, y creo que los foquitos que ponen en el pavimento serían más efectivos que las lámparas, pues a veces la neblina es demasiado densa y ni toda su luz compensa. Ponen esos foquitos de vez en cuando, hay que estarlos poniendo unas tres, cuatro veces al año. Sin embargo, traigo a su atención algo que considero mucho más serio que la iluminación y es la delincuencia. Nada que Usted no sepa, es tema público-preocupante de hace ya años. Pero ha crecido. Alarma. El aquellito de la niebla ya no se compara con el aquellito de piedras a los parabrisas para que te detengas y te asalten; a las hordas que te quitan lo que pueden cuando te orillas; a los camiones que empiezan a subir o comienzan a bajar llenos y terminan la subida o la bajada “solamente el chofer” ya sin su camión. Sin poder asegurarlo, pero el sentido común así lo indica, necesariamente debe ser la gente que en esa sierra habita: de La Estancia, de Magueyes, etc. No puede ser que sean ajenos. Los mismos que roban a los trenes. Tristemente, me apena asignar el calificativo, esa gente se convirtió en parásitos. Guillermo Castro M.”
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