VÍA CRÍTICA
Por Miguel Ángel Gómez Polanco
“El arte de la guerra se basa en el engaño. Por lo tanto, cuando es capaz de atacar, ha de aparentar incapacidad; cuando las tropas se mueven, aparentar inactividad. Si está cerca del enemigo, ha de hacerle creer que está lejos; si está lejos, aparentar que se está cerca”
-Sun Tzu
Panorama ajeno a la normalidad de la utópica democracia mexicana, es el que comienza a presentar de cara a 2018. Y no sé si eso sea bueno o malo, la verdad.
La falsa insurgencia de los ideales, las rupturas por un lado y las uniones por otro, la necesidad de perpetuarse en el poder y, al final, los gritos en silencio de una sociedad aletargada y confundida, son el sello que caracteriza a la “fiesta grande” del año que viene.
Bien decía el padre de la estrategia de guerra, Sun Tzu, cuando refería que la victoria, en gran parte, lleva consigo dosis de engaño, de crisis, de juego, y a veces hasta de carisma; ese carisma que, en un país como el nuestro, vengativo y que prefiere la burla que el raciocinio, se convierte en un activo preferencial que sobresale por encima de las capacidades reales que tiene tal o cual persona para gobernar un país de alta complejidad en lo general, fomentando un “simpático caudillismo” en lugar de apostar a consolidar una verdadera revolución progresista.
Pero ¿y si todo esto estuviera planeado? ¿y si todos fuéramos parte de una gran estrategia para “ceder” ante el drama y la teatralidad de cambio, mediante inusuales formas de hacer política y pactos indecibles para relanzar, por ejemplo, un populismo “mejorado” como el que practicaron personajes como Plutarco Elías Calles y hasta Lázaro Cárdenas?
Y es que cuando existe una combinación entre crisis y reformas de corte estructural que tienen como cometido debilitar a los partidos de masa, la partidocracia inicia un declive con miras al fortalecimiento del populismo. Eso es indudable.
Y por increíble que parezca, al interior del partido que encabeza el régimen actual en México, pareciera que sabían de la crisis que vivirían posterior a su retorno en 2012, por lo que decidieron “no irse solos” creando placebos de unidad, como el “Pacto por México”, para generar reformas que, sin duda, debilitaron a las fuerzas políticas que lo integraron, destacando la izquierda como principal perjudicada de este efecto.
Pero lo anterior tiene consecuencias todavía más graves si no se toman las consideraciones necesarias, pues tal como lo definen Carlos de la Torre y Enrique Peruzzotti en el libro “El retorno del pueblo: Populismo y nuevas democracias en América Latina”, esta crisis partidocrática (provocada) favorece la aparición o fortalecimiento de figuras populistas o “outsiders”, o sea, entes que aparentemente no forman parte del sistema hegemónico y cimientan su discurso, principalmente, en el ataque al mismo. ¿Le suena conocido?
Lo preocupante del asunto para México, es que este proceso no es precisamente parte de un ciclo democrático en busca de una verdadera representación política y mucho menos ciudadana. Sin embargo, esa es la idea que se “vende” más, la que más “pega”.
Y le puedo casi garantizar, amiga y amigo lector, que el inédito brote de aspiraciones a candidaturas independientes, mucho tiene que ver también con ello.
Hasta el 10 de octubre de los corrientes, van 36 aspirantes a candidatas y candidatos que buscarían la presidencia por la vía independiente. Pero ¿qué relación tienen éstos, además de ser una aparente consecuencia del fenómeno de fractura partidista descrito líneas arriba?
Pues ahí le va: ante la falta de representación sectorial en México, los polos opuestos se han tenido que ver en la necesidad de atraerse, pero sin reflectores. Eso explica que el surgimiento de candidaturas independientes pudiera ser el resultado de negociaciones entre estos polos, con el afán de dividir el voto, terciar la elección y centrar la victoria en el voto duro o adquirido, pero no en un legítimo propósito de cambio. Un “divide y vencerás” a gran escala, para acabar pronto, liderado por fuerzas políticas disque opuestas. Igual por eso aquello de “si te arrepientes, te acepto” que practican algunos.
Y para alcanzar este cometido, se deben definir “perfiles” específicos que confundan la intención de voto y se muestren aparentemente incluyentes, pero en realidad sea parte del telón en un teatro para fragmentar, dividir ¡pulverizar el voto!
“¡Una candidata de extracción indígena, claro, es uno de los sectores más fuertes!”, “¡una desertora sin posibilidades, pero icónica para el único partido que ha logrado la alternancia en los últimos 17 años, qué buena idea!”, “¡el primer gobernador independiente, que “busque” ahora ser el primer presidente independiente!”
Y así, dar forma a la gran estrategia del engaño: diseñar un “independiente” para cada “dependencia” de la gente, que tercie la elección y evite que se polaricen los votos y las expresiones, debilitando a los bloques que buscan unificar esfuerzos con una meta común, un bien común.
SUI GENERIS
Una elección presidencial terciada con «independientes-dependientes» en una partidocracia lacerada pero vigente como la mexicana, solo beneficia a los promotores de la división y no le conviene al país. Que no nos engañen.
Lo que urge, sí, es ciudadanizar la democracia en México. Urge que se alcance una mayor y más real representación. Urge el parlamentarismo y, de una vez por todas, olvidarnos del centralismo del poder en el presidencialismo de una sola persona.
La sumisión, mesianismo y devoción de la cultura mexicana, nos mantienen al borde de caer en dictaduras… todavía. Y ni la “independencia” de aspirantes, ni la “mafia del poder”, pero mucho menos la demagogia antisistema de quienes ofrecen indulgencia política a cambio de inclusión, tienen la solución, si no es el pueblo el que razona en esto.
Aguas.