Baja el viento del más alto vértice del universo infinito. Baja el viento en veces pacífico, en veces violento. Baja el viento dejando sus pisadas sobre el camino. Baja el viento por las laderas de la pechugona montaña acariciando piedras y la cabeza de aquel garrobo que siempre fue su incondicional amigo. Sonríe la mariposa solferina cuando el viento la juguetea en lo más recóndito de su vientre. Muestra molesto los dientes aquél coyote cuando el viento le dobla la oreja y le enchina todo el cuerpo. Saca sus brazos el pozo y retira la hojarasca que el viento tumbó de los árboles cercanos. La araña se columpia en los filamentos de su casa para que el viento no le cambie su destino tirándola a no sabe que lugares de aquél lejano horizonte. Saluda el arroyo al viento cuando pasa por su cuerpo ondulante que baja de la peñuela. Espera el mar la fuerza del viento para robustecer la cortina de sus olas y poder ver al hombre que alegre se baña en sus azules aguas cristalinas. La chicatana arrastra hojas a su madriguera para sobrevivir mientras el viento pasa eternamente indómito. Surca el gavilán el cielo borrascoso, pone sus manos en la nuca, abre sus alas, sonríe malicioso, estira sus patas y se deja llevar soñoliento por el adagio del viento. El piturrino, ocioso, cierra sus ojos y abre su pico saltando a las olas del viento. Golpea el viento al picacho y a la cañada con su tolvanera. Detiene un poco su marcha el viento al enfrentarse contra la piedra de la “garrucha”. Deja caer el árbol de solimán sus esbeltos huesos de la suerte para que el viento los disipe por el talud del escarpado. Dobla el viento su camino para obedecer una orden predestinada de aquella luz que le da vida y fuerza. Sopla el viento, retrocede, se encrespa confundido por las ménsulas que caprichosamente han sido moldeadas por el crecimiento de un borde retozón. Cuando el viento entra por el andamiaje esotérico del campo de los brujos, arquea su cuerpo y junta sus anillos como aquella culebra de la Torquemada. Cruza el viento la bruma hermana saludando su belleza blanquecina. Camina el viento presuroso a un costado de la luna, de frente al sol, y se aleja del lucero que guía al navegante preñado de inaudita historia aventurera. Pasa el viento junto al zapote y el oyamel. Pone su cara miedosa el viento cuando cruza por aquél hoyo negro que dicen que come vientos. Arrastra el viento los cuerpos de las almas que han dejado su morada en la lápida del eterno descanso. Pasa el viento, vagabundo, silente de tres mil años por el camino de las estrellas y del punto alfa del curvo cielo. Dobla el viento la lanceta de la hormiga, la escama del pez, y golpea con fuerza a la hoja de “tacanuta”. Remansa con paz su marcha el viento, aletarga su violencia, y recupera sus fines cuando se asienta en el lomo de aquel gran arenal. Logra ver el viento a Sísifo, subiendo y bajando piedras de la montaña como tarea imperecedera del castigo justo o injusto que sagrado le fue impuesto. Sonríe el viento a la lebrancha y a las cuerdas de la enredada bejuquera. Saluda el viento a los peregrinos que llevan en sus hombros a la virgen sacra en procesión respetuosa. Siente el dolor el viento al ver la muerte que testimonia el tramo corto de la existencia. Seduce el viento con su magia misteriosa a todo aquel que le canta a la vida. Seduce el viento al poeta del campo, al jilguero cantor del firmamento. Seduce el viento al vaso de sangre divina, al vientre de la mujer, y a la espiga que mira a lontananza. Sigue su camino el viento llenando cada hueco, cada rincón, y cada plumaje. Gracias Zazil. Doy fe.
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