Y digo: en la busca de la equidad de género, de la paridad en la participación de los dos sexos, las normas electorales propuestas por los gobernantes y autorizadas por los legisladores locales y federales, según el caso, han caído en laberintos legales, en exageraciones de detalle, en complicaciones innecesarias.
Llego al meollo del asunto: en su afán de garantizar igualdades, las leyes y las reglas electorales han terminado por cometer excesos en contra de la voluntad ciudadana, como en el caso de la selección de las regidurías.
Primero, el decreto del presidente Peña Nieto del 23 de mayo de 2014 exige que haya el mismo número de candidatas mujeres y candidatos hombres. Eso no está mal en principio, dada la imposición del género masculino en todos los órdenes de la vida pública y privada que han sufrido quienes pertenecen al sexo femenino.
Pero lograr artificialmente esa igualdad tiene su meollo, porque hay inercias, intereses y condiciones que dificultan a los partidos encontrar candidatas idóneas, competitivas y con fuerza política. Los primeros intentos de dar a la mujer un lugar más digno en las selecciones electorales fueron un verdadero fiasco. Queda para la ignominia la burla de muchos políticos que a fin de respetar el primer esbozo de paridad (70/30) pusieron a sus esposas como candidatas a alcaldesas o diputadas mientras ellos eran sus suplentes, de modo que una vez terminado el proceso, ellas renunciaron para que los señores tomaran el lugar que no querían soltar. Otra táctica fue colocar a las mujeres en las candidaturas más recónditas o en donde irían a perder seguramente.
Por casos como los anteriores, la ley, entonces, tiene muchas singularidades que la han ido embrollando. Los legisladores se han visto obligados a llegar al detalle mínimo y a la exageración, hasta que finalmente se logró en las más recientes elecciones federales y estatales que los partidos respetaran el 50/50, con candidatas verdaderas y en lugares relevantes.
Hasta ahí va bien. En las pasadas elecciones municipales de Veracruz, los candidatos y las planillas cumplieron a plenitud con el principio de la paridad de género, de modo que la población salió a votar por candidatas y candidatos que estaban en igual número.
Peeeero, los resultados de las votaciones no siguieron ese principio, porque las ciudadanas y los ciudadanos se manifestaron en las urnas por un mayor número de candidatos masculinos.
En cuanto al número de los elegidos, la voluntad popular se decantó esta vez hacia los hombres, como podrá hacerlo en cualquier otra votación siguiente hacia las mujeres.
Con los alcaldes electos no hay problema, pero la Sala Superior del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) ordenó que se revocara la forma en que se habían asignado las regidurías y ordenó al Órgano Público Local Electoral (OPLE) que realizara una nueva, para garantizar el equilibrio entre hombres y mujeres en los 212 cabildos veracruzanos,
La paridad a la hora de elegir candidatas y candidatos está bien, pero una orden judicial que vaya en contra de la voluntad manifestada por los ciudadanos parece más un acto fascista, una imposición desde arriba que modifica el sentido del voto.
Bien que haya paridad de género, mucho mejor que se le dé a la mujer el lugar digno que le corresponde.
Pero a mí se me hace que los señores jueces, con su orden que se tuvo que cumplir, modificaron radicalmente el sentido del voto veracruzano.
Y con eso, hicieron su gracia fuera del lugar destinado para ella.
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