Por Ramón Durón Ruíz

Hay un chiste –en el que como buena fábula, los animales hablan como los humanos– “Cierto día un perro, ya viejo, salió a dar la vuelta al monte. Después de un rato decide regresar a casa, cuando de repente, ve que un tigre joven iba en su contra con la malsana intención de tragárselo.

El viejo perro se dijo a sí mismo: — ¡Ya me cargó la tiznada!

De repente, como por obra superior vio unos huesos, se puso rápidamente a roerlos. Cuando el joven tigre estaba a punto de abalanzarse sobre él, el viejo perro dijo en voz alta:

— ¡Este tigre fue un manjar delicioso! ojalá hubiera otro por aquí… para ‘ingarmelo.

Al escuchar eso, el joven tigre se paró en seco, interrumpiendo su ataque, miró al perro con miedo y sigilosamente huyó espantado. — ¡Uf !, –suspiró el tigre diciendo: Poco falto… ese viejo perro casi me traga.

Un mono, que había presenciado la escena desde una rama cercana, se dijo que podía utilizar la situación, ‘ingar al viejo perro que siempre le molestaba ladrándole y persiguiéndolo. Pero el viejo perro, cuando vio correr al mono a toda velocidad detrás del tigre, intuyó que algo tramaba, lo siguió y vio como el mono le contaba la triquiñuela del viejo perro.

El joven tigre se encabronó y le dijo al mono:

— Ven mono, monta en mi lomo, que vas a ver lo que le hare a ese viejo e inútil perro que se cree muy inteligente.

El perro viejo viendo que el joven tigre se acercaba velozmente con el mono montado en su espalda, se inquietó y se dijo: — ¿Y ahora qué ‘ingaos hago?

Pero sabiamente en vez de huir, se sentó de nuevo de espaldas al tigre, haciéndose como sí no los hubiera visto y cuando se aproximaron lo suficiente como para oírlo dijo: — ¿Dónde estará el ‘inche mono?, hace una hora que lo envié a buscarme otro tigre para tragármelo… ¡y no ha regresado!”

La moraleja es formidable, la juventud da vigor, los años sabiduría; no hay viejo que no sea sabio; cuando nosotros vamos por naranjas… ¡ellos ya vienen con el jugo!, por eso “No hay que desestimar a los viejos”

Los años han enseñado al Filósofo que: “Aquel que trabaja con las manos, es un artesano. Aquel que trabaja con la mente, es inteligente. Aquel que trabaja con la inspiración, es un artista. […Aquel que trabaja con la técnica, es un profesional. Aquel que trabaja con la intuición, es un místico. Aquel que trabaja con el corazón, es un ser espiritual.] Pero nuestros viejos, tienen la sabiduría de trabajar y enseñar con manos, mente, inspiración, técnica, intuición y con el corazón, por esos son una amorosa escuela de vida”

Nuestros viejos saben que se envejece, cuando se deja de amar, de dar con alegría, sonreír y vivir con pasión, por eso tienen un pacto honrado con la vida; los tropiezos, los éxitos y los años les llevaron a aprender mucho, ahora ellos están dispuestos a enseñar.

Ellos aprendieron el arte de envejecer, gozando el milagro de cada nuevo amanecer, encontrando lo bello de la vida, dándose tiempo para vivir con calidad y dignidad, con el corazón alegre, sintiendo la plenitud de la existencia, con la mirada amplia y su alma serena, dichosos porque ya crecieron físicamente, aceptando su evolución espiritual de manera total.

Cuando el ser humano crece bajo la sombra del árbol de un viejo, enriquecido por sus historias, abonado por el desinteresado tesoro de su amor incondicional, iluminado por su sonrisa, su vida se redimensiona.

Este Filósofo hace suyo el pensar de Francis Bacon y sólo pido a mi Padre DIOS: “Vieja madera para arder; viejo vino para beber; viejos amigos en quien confiar… y viejos escritores para leer”

Mi hermosa y sabia madre me decía: “Tan sagrado es el pan nuestro de cada día, como la alegre sonrisa de cada día” basado en ello, le cuento la siguiente historia del viejo y querido “Padre Chuyo”. “Resulta que regresaba en un vuelo de Europa a México, una dama a su lado toda nerviosa le dice: — Padre, ¿Puedo pedirle un favor?

— Por supuesto hija –respondió en su tono siempre amable el sacerdote– ¿Qué puedo hacer por ti?

— Mire padre, compré una finísima plancha para el pelo, para obsequiar a mi mamá por su cumpleaños, viene en caja cerrada, y el problema es que sobrepasa el valor permitido por la aduana y tengo miedo que me la quiten ¿Me ayuda pasándola?, se me ocurre quizá… debajo de su sotana.

— Estoy pa’ servirte hija, –dijo el sacerdote de Güémez– te advierto: no puedo decir una sola cosa que no sea verdad.

— Padre por su alta investidura, quién se atreverá a revisarlo.

Al llegar a la Aduana, la dama invitó al “Padre Chuyo” que pasara adelante de ella.

— ¿Padre, trae algo para declarar? –preguntó el aduanal.

— De la cintura para arriba no tengo nada que declarar –respondió el párroco de allá mesmo.

El aduanal extrañado por la respuesta y observando “En salve sea la parte” un bulto de dimensiones tan envidiables como desproporcionadas, le pregunto: — ¿Y tiene algo que declarar de la cintura para abajo?

— ¡Sí! –dijo el “Padre Chuyo” al aduanal– llevo un excelente instrumento diseñado para ser usado por las mujeres, pero hasta este momento está nuevo… ¡¡No se ha usado!!

— Adelante Padre –soltando una fuerte carcajada el aduanal dijo: — ¡PUEDE USTED PASAR!

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