La Revolución Mexicana de 1910 fue la primera gran revolución social en América Latina. Hablar de un tema culminante en la historia de nuestro país aún genera discusiones acaloradas, agrios debates y desata pasiones. En lo personal me encuentro en el bando de quienes valoramos su legado, la vigencia todavía hoy, a 107 años del inicio de la revuelta armada de algunos de sus principales postulados.

¿Que qué tanto se han cumplido esos postulados y qué tanto han dejado su huella marcada en la nación que hoy tenemos y disfrutamos?, pues yo creo que sí. Baste mencionar tres de esos postulados, vigentes hoy en día en el México del siglo XXI: a) proyecto de sociedad y nación a través de la recuperación de los recursos naturales y convertirlos en propiedad de la nación; b) organización de la sociedad a partir de un equilibrio en las relaciones de producción, imponer responsabilidad social a la propiedad privada; c) Reparto de la tierra; d) construir un sistema público de educación, de seguridad social y de salud, y e) sentar las bases de una democracia social de carácter nacionalista y justicia social.

Estos cinco elementos, esenciales para la valoración que cada quien se haga sobre si valió la pena o no la Revolución Mexicana y sus casi tres millones de muertos, nos deben servir para establecer una comparativa entre el México pre revolucionario y el México pos revolución. Simplemente el hecho de que el país haya sido gobernado por una misma persona por 35 años ya marca una diferencia, inclusive ante las insuficiencias de un sistema democrático restringido a lo largo de 60 años, digamos que del 1917 a 1977, que es cuando se impulsa la primera reforma política en serio en el país, que le abre el acceso a los partidos de oposición con representación proporcional en la Cámara de diputados, es decir, cuando comienza el proceso de transición democrática en el país de un esquema de partido hegemónico a un modelo de pluripartidista.

Porque aceptemos que la democracia mexicana durante 60 años fue un sistema inacabado que solo permitía el acceso al poder a un solo partido, autodenominado “heredero de las causas revolucionarias de 1910”, pero nunca fue un periodo en donde gobernó un solo hombre como sí ocurrió durante el porfiriato. Lo que quiero decir es que a la hora de las valorizaciones se suele poner al caudillo oaxaqueño, como un prócer al que se le deben grandes obras de infraestructura construidas a lo largo de su periodo, con un solo punto en contra si se quiere, tan solo un pequeño detalle, Porfirio Díaz fue un dictador que se perpetró en el poder echando mano de los más viles recursos para eliminar a sus adversarios para asegurar la permanencia en la silla presidencial.

Soy un admirador de las grandes obras civiles del porfiriato. Me gusta todo, desde los mercados, con una sobrada influencia europea, o el Palacio de Bellas Artes, iniciado bajo su mandato; el Monumento a la Revolución, que antes iba a ser el palacio legislativo, que tampoco concluyó Díaz, es una obra portentosa, y aquí en Veracruz, ahí tenemos el puerto para lo cual contrató a los más afamados ingenieros ingleses y norteamericanos, sí, ahí está reflejado su exquisito gusto del hombre por lo francés y alemán, pero que nunca se nos olvide que fue un dictador, y en el México de antes del movimiento armado de 1910, el índice de analfabetismo en el país era del 85%, esto es, 8.5 de cada 10 mexicanos no sabía leer ni escribir. Durante su largo periodo, la esperanza de vida de los mexicanos era de alrededor de 35 años, hoy ya andamos acariciando los 80.

El último presidente heredero de la Revolución Mexicana, como así él mismo se autodefinió, fue José López Portillo y Pacheco, pero más allá de esta puntualización que podría ser discutible, y con todo lo que venimos arrastrando producto de una mala política y de malas gestiones públicas, con la corrupción incluida desde luego, el país ha ido avanzando inexorablemente. No se depende de la voluntad de un solo hombre

Para concluir, diría que hay que valorar en una justa dimensión dos aportes fundamentales de la Revolución Mexicana, que le dan magnitud a su aporte al desarrollo social, y me refiero en concreto a educación y salud. En un siglo, pasamos de ser un pueblo analfabeta a una tasa de analfabetismo de 6.9 (censo de 2010), y todos los días pisan un salón de clases de educación gratuita cerca de 35 millones de niños y jóvenes en los diferentes niveles educativos. En materia de salud doy un dato: en 1933, una década antes del nacimiento del IMSS, murieron cerca de 103 mil menores de un año, al iniciar el presente siglo, la mortalidad anual de infantes se redujo a menos de 30 mil, mientras la población nacional se quintuplicó.

Yo sé que nada es suficiente a la hora de hacer cuentas. Siempre habrá quien piense que con Porfirio Díaz el país estaba mejor, yo difiero con todo respeto de esa percepción y no por defender al régimen, que él solo se defienda en la voz de sus voceros oficiales. Estos 100 años no han sido fáciles para nadie, nos han costado (mucha) sangre, sudor y lagrimas.

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@marcogonzalezga