*La leyenda sobre el Rey Arturo y la ciudad de Camelot: ‘No dejes que se olvide, que una vez hubo un lugar, que por un momento breve y brillante, fue conocido como Camelot’. El mismo de la era de John F. Kennedy.

LA MUERTE DE KENNEDY

Vienen los días nebulosos de noviembre. Un 22 de hace 54 años, fue asesinado el presidente JFK. En Dallas, y sepultado con honores en Washington, en el Cementerio Nacional de Arlington, donde entierran a sus héroes y a sus comandantes en jefe. Preparo de mis archivos esos relatos, que publicaré entre esos días. Por asuntos de los periplos, he estado en ambas partes unas cuantas veces. Cada que voy a Dallas (sin albur), en Texas, me voy al cruce de la muerte, donde una emboscada a fuego cruzado le mató, aunque los viejitos de la Comisión Warren dijeran que solo existió Lee Harvey Oswald, como en México existió Mario Aburto con Colosio. Y en Washington voy a su panteón, apenas lo hice en la elección pasada de noviembre donde ganó Trump. Es una tumba al lado de sus hermanos, Bobby, y de la viuda Jaqueline, con una llama eterna y viendo hacia abajo el majestuoso Potomac, cerca de la casa de Robert Lee, el comandante en jefe de los perdedores, en época de la Guerra de Secesión que ganó Abraham Lincoln.

CABALAS DE LOS PANTEONES

Quizá sea una cábala andar en panteones. Cada que puedo en algún lado me meto a sus panteones, de muy chico mi padre me llevó a la tumba de Juárez en San Fernando, he estado en París en Montparnase y no me asomé a la de don Porfirio Díaz, pero si fui a ver a Eva Perón en Argentina y a Carlos Gardel, sepultados en La Recoleta. No fui cuando anduve por la Habana a buscar la del Che Guevara, en el Mausoleo de Santa Clara, en Cuba. Juan Rulfo buscaba personajes para sus novelas en las tumbas, solía meterse a leer las lápidas con nombres raros. Una vez, en compañía de mi esposa Matilde, por España busqué en San Pantaleón, en Castilla y León, por el rumbo de Ara de Radas, las tumbas de mis bisabuelos, los padres de mi abuelo Jesús Diez Fernández, padre del notario Ginés Diez Fernández, dos veces alcalde de Villa Azueta y gran Notario, muy querido en esa zona, husmeé y quitaba el polvo de tumbas a las que el viento no sacudía la maleza ni el polvo que volaba. Mis bisabuelos allí vivieron siempre y tuvieron dos hijos, uno se quedó de Cura, Darío, de allí mi relación con todos los curas de la zona: Marco, Alejandro y Proceso. Decían los lugareños que ejerció la palabra de Dios por 40 años y que, como en la película Marcelino, pan y vino, arriba de una mula y con un paraguas se iba a las iglesias a dar misa. A su muerte, fue sepultado en esa misma iglesia, allí le llevé unas rosas, pero de los bisabuelos, nada. No encontré sus tumbas. El otro hijo, Jesús, se vino a este pueblo ferrocarrilero y ganadero, Villa Azueta. En esas tumbas no encontradas, me acordé de Juan Rulfo en su Pedro Páramo: “Y es que allá el tiempo es muy largo. Nadie lleva la cuenta de las horas ni a nadie le preocupan como van amontonándose los años. Los días comienzan y se acaban. Luego viene la noche. Solamente el día y la noche hasta el día de la muerte, que para ellos es una esperanza”.

POR LA CEAPP

La semana pasada, por asuntos de la chamba y de la responsabilidad de estar entre los Comisionados de la Comisión Estatal de Atención y Protección a los Periodistas, me fui temprano a Xalapa, uno debe entender que ir a Xalapa ya no es como antes. Antes llegabas en el tiempo normal, ahora con la mugre autopista de Capufe, siempre mal reparada, a veces haces las tres horas de rigor o haces hasta cinco o seis, dependiendo los atorones de estos inútiles. Después de la reunión de trabajo de la CEAPP, hubo comida jalapeña por el rumbo de la Torre Hakim, en casa del Messi de las relaciones públicas, Jesús Corichi, donde su señora madre, doña Consuelo Garrido, nos hizo una paella casera exquisita, como las que se comen en España. Varios periodistas: Hakim, Orlando, Reyes Isidoro, Gustavo Cadena y Armando Ortiz; un ex secretario, un Magistrado, un exitoso arquitecto-ingeniero, varios chingones profesionistas y amigos en convivio. Ahí encontré y nos saludamos, al ex coordinador de Comunicación Social del gobierno de Veracruz, Juan Octavio Pavón, quien tomó las riendas cuando la poderosa Gina marchó a casa, ejerció esa difícil y pantanosa Coordinación y salió limpio, como el viento, o como el Maestro Limpio, tan limpio que camina por las calles sin aprietos. Tenía rato que no nos veíamos Juan Octavio siempre fue una gente condescendiente con los Medios, de trato amable con los periodistas y editores y todos aquellos que ejercieran esa difícil función que es la de informar y criticar, y a veces hasta mandarse hasta jom, por usar términos beisboleros.

EL PRODITORIO CRIMEN

Ayer domingo, mientras en el Estadio Azteca un palco se veía vacío, el del jefe Azcárraga, comenzó a circular la noticia de que habían asesinado a uno de sus ejecutivos, Adolfo Lagos, director general de Izzi, una gente de bien, según cuentan sus amigos, funcionario de bancos reclutado por esa poderosa empresa apenas hace unos pocos años, fue baleado por robarle una bicicleta, cuando hacia ejercicio, según informaron, por la carretera Pirámides-Tulancingo, en este país donde la vida no vale nada y cualquier macuarro se siente con derecho a robarte y no solo eso, a quitarte la vida. Los twiters daban cuenta de esa horrible noticia. En el Estado de México, donde el nuevo gobernador dijo que pondría paz. El presidente Peña enseguida tuiteó con instrucciones a la PGR y agencias, de que encontraran a los responsables. También le criticaron, dijeron que otros muertos anónimos, no estaban en sus tuiters, solo los encumbrados. Terrible para este país, que se divierte jugando a los volados, con la muerte. Bien lo dijo el poeta Jaime Sabines: “Aquí no pasa nada; mejor dicho, pasan tantas cosas juntas al mismo tiempo que es mejor decir que no pasa nada”. Descanse en paz.

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