Además de intentar librar los polos que inhiben la libertad y el pensamiento propio hay que hacer un gran esfuerzo para no hundirse en las consignas, las recetas, la demagogia y la disyuntiva hueca entre blanco y negro. A estas alturas del desarrollo político en México, aún con una democracia precaria, es algo aventurado y engañoso auto definirse en un campo ideológico determinado; habrá matices entre las opciones políticas pero con llamativas coincidencias en lo fundamental; eso sí, el histrionismo y las promesas no dejarán de ocupar un lugar relevante en el escenario electoral. Entre los proyectos electorales hay similitudes básicas con diversos enfoques y asumidos por variadas personalidades. Es algo forzado, con tendencia a la simulación, asociar cada acto en potencia a equis ideología; en esa ruta se confunde y crean falsas expectativas pero, sobre todo, se cae en un auto engaño. Digamos qué haciendo algo pequeño o simbólico se busca darle dimensión mayor, de grandeza y gesta heroica para justificar la adopción de ciertas ideas o posturas políticas. El mundo, México no es excepción, se mueve al centro ideológico y político, con leves inclinaciones hacia un lado u otro. Para ser creíbles en la portación de un planteamiento ideológico habría que sustentarlo teóricamente y en el ejercicio de gobierno. Cada vez dice menos, quedando en ocurrencia retórica, referirse a ser de izquierda o derecha; algo debe haber si se refiere a temas de libertades; en ambos casos se relacionan con la democracia o no tienen sentido real. La tendencia es a lo transversal, lo plural y amplio, la línea que atraviesa los espacios y trasciende camisas de fuerza, que es capaz de convocar a los diversos y sumarlos por agendas unitarias, básicas y de coincidencia.
La historia de México está marcada por la fuerza del Tlatoani, los virreyes y el presidencialismo; junto a esas figuras juegan, hasta la fecha, un papel relevante los cacicazgos y los hombres fuertes en amplias regiones de nuestro país. Sabemos, por experiencia propia e histórica, que esas personalidades han generado una cultura de subordinación y han inhibido el desarrollo democrático sustentado en la colectividad. Es la cultura que apuesta por el mesianismo y que deposita sus esperanzas en la labor de una persona, concediéndole cualidades cuasi religiosas. Ante el gigantismo de un solo hombre también se renuncia a pensar para atorarse en la realidad del pensamiento único. No puede haber mucho de positivo en la ausencia de reflexión, crítica y diálogo; al contrario, se fomenta el seguidismo y la dependencia a la voluntad de una sola persona que pudo haber empezado con buenas intenciones en medio de la resistencia pero que termina flotando y viéndose al espejo, ávido de aplausos y admiración. Para estos tiempos no es funcional ni sano el culto a la personalidad; es un comportamiento individual o colectivo con rasgos regresivos, de pasado y sin trascendencia. Quien promueve el culto a la personalidad renuncia a pensar y a la organización indispensable para intentar los cambios reales y sólidos. Lo curioso radica en que no hay evidencia de un fenómeno natural integralmente, sino que es resultado de un proceso diseñado y conducido en esa dirección, con mucho de artificial en lo fundamental. México no tendrá remedio si deposita sus esperanzas renovadoras en un solo hombre, debe comprenderse que no hay salvadores ni súper héroes fuera de las películas de siempre. Solo la participación ciudadana, alargada a mucho tiempo o siempre, puede ser el motor de los cambios democráticos.
Recadito: leer para saber y platicarlo mientras se lleva a la práctica.
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