La intensidad de una campaña electoral, lo hemos vivido, tiene que ver con tiempos, inquietudes e intereses políticos pero es temporal; más aún en México, con una sociedad civil débil y una clase política frívola o demagógica. Es un periodo de debates y confrontaciones, de alineamientos y rupturas; como escape a la realidad y como acto de fe unos se aferran a alguna sigla, a una relativa esperanza o a algún personaje. El sustento de las posturas electorales es la inconformidad, la convicción o la esperanza. Todo eso es temporal, dura unos ocho meses; después, con los resultados, viene la calma y una relativa normalidad pues la vida pública sigue. Por cierto tipo de fanatismo, desinformación o franca demagogia hay quienes afirman que vamos a una especie de juicio final, que la vida se acaba y que no hay mañana. Algo tiene de místico este tipo de posturas pero, sobre todo, de engaño a la población con posiciones fatalistas.

Resalta la intolerancia de muchos líderes y sus seguidores, negando a los otros, descalificando a quienes no coinciden con ellos; algo hay de fundamentalismo en esas actitudes, al propalar virtudes propias sin pruebas en demérito de unos adversarios a quienes consideran enemigos, ubicándolos como inconscientes o vacíos por no pensar igual y no sumarse a una ruta que consideran única y justa. Si acaso conceden algo dirán que los otros son tontos o borregos. Con ese pensamiento es muy poco lo que pueden aportar al desarrollo democrático. Sus prisas y visión corta los empuja al desaliento y a la inmovilidad en lo inmediato si no se dan los resultados esperados para volver a aparecer en alguna otra coyuntura electoral. No construyen instituciones ni procesos duraderos, le apuestan al golpe súbito, al cambio milagroso y a actos de fe.

Sin diálogo con los distintos no hay desarrollo ni madurez social y política. Es fácil pero limitante hablar solo con los del grupo, no ver más allá de los mismos y reafirmarse día a día en sus acuerdos. El reto y prueba de tolerancia radica en hablar con los otros, aceptar que piensan diferente y respetar sus puntos de vista. Si además se buscan y encuentran coincidencias, es mucho mejor y nos colocaría en un nivel superior de la sociedad. En la dinámica partidista y electoral es difícil y complicado abrir espacios y construir puentes de comunicación y diálogo entre los distintos; para lograrlo se requiere cultura democrática y una buena dosis de tolerancia. No es fácil cuando desde los liderazgos se emiten descalificaciones o insultos, cuando se remarcan las diferencias y casi nunca se habla de las coincidencias.

Puedo estar hablando en el desierto y alimentando el ocio, premia más la guerra y logra aplausos fáciles, sin embargo creo que nunca es tarde para apelar a la razón y aportar argumentos que muestren alternativas a la polarización. Pensar y actuar así puede atraer miradas curiosas que expresen rarezas y hasta lastima pero también la atención de la inteligencia y la buena fe. Vienen tiempos de confrontación que, con seguridad, nos llevarán a los extremos, sin descartar que se abran paso más de dos opciones y, por tanto, se maticen las descalificaciones y haya mayores espacios para los argumentos y el diálogo. Aun en la inconformidad la gente puede fastidiarse de los rollos incendiarios y el golpeteo dando la sorpresa en el sentido de su voto. Por ejemplo, los jóvenes requerían algo más que discursos incendiarios y promesas fantásticas, en ellos hay mucho que descubrir para estar a tono y poder convencerlos.

Recadito: los radicales jóvenes son perfectamente entendibles, los mayorcitos en pose de perdona vidas más bien rayan en el ridículo.

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