El Maestre habla.

Nihil novum sub Sole
(No hay nada nuevo bajo el sol)
Desde las primeras edades, el hombre ha elevado sus ojos hacia la bóveda celeste, donde los millares de estrellas han debido intrigarle. (Sabemos actualmente que existen miles de millones de ellas, de las cuales alrededor de 6.000 son visibles sin aparatos).
Cómo no extasiarse cuando uno se inclina ante estos problemas apasionantes, al encontrar tantos paralelos que nos hacen comprender la homogeneidad del Gran Todo: Macrocosmo y Microcosmo estrechamente ligados.
Ya el Dr. Lavezzeri ha hecho notar las curiosas relaciones que existen entre la Astronomía y la vida humana.
Las 72 pulsaciones del hombre corresponden a los 72 años que el Sol requiere para retrogradar un grado a través del cielo, es decir que el corazón late 4 veces cuando respiramos una vez, y el número de respiraciones es de 18 por minuto, lo cual guarda relación con las 4 estaciones y los 18 años de nutación del eje terrestre bajo la influencia de la Luna.
Las 25.920 respiraciones cada 24 horas, hacen pensar en el número de años del famoso gran ciclo, al final del cual las constelaciones habrán completado la vuelta Zodiacal por precesión equinoccial. Es así como en 25.920 años, divididos entre los 12 signos, resultan las grandes eras precesionales de 2.160 años por signo, que el Sol va a recorrer.
El lapso de 4.320 a 2.160 años de nuestra Era corresponde al Ciclo del Toro, que simbolizó al Egipto, a la Caldea y que las religiones mencionaron con sus emblemas en Creta, Asiria, etc.
Después apareció la Era de Aries, que transformó la religión: Moisés prohibió a los hebreos adorar al Becerro de Oro, y disminuyeron los adeptos del Buey Apis. La Era Cristiana comenzó cuando el Sol penetraba el 21 de marzo del año 1 en el siguiente signo de Piscis, lo que correspondió a una transformación de los conceptos. Los primeros cristianos se reconocían dibujando un pez y Jesús aludió muchas veces a este emblema.
Naturalmente, aunque la sustitución del simbolismo no ocurre repentinamente, hay que notar que los grandes ciclos precesionales han marcado la historia de los pueblos. Todo el mundo sabe que el final del invierno se interpenetran con el comienzo de la primavera y que el verano se prolonga muchas veces en el otoño; el hecho de un paso a otro signo, no implica un cambio brusco, la renovación puede hacerse “en crescendo”, pues todas las grandes civilizaciones han sido caracterizadas según este movimiento precesional.
Todo lo cual nos anuncia ahora que nos aproximamos a la Edad de Oro… La Era del Aquarius en la cual entramos, debe efectivamente marcar un Nuevo Ciclo, y un renacimiento del bienestar, un período de Paz, una época de bella fraternidad.
Muchos son los que se basan para anunciar esta Nueva Era en el descubrimiento de la energía atómica… Los observadores del Cielo destacan el nombre del planeta Urano que se caracteriza precisamente en la tradición astrológica por los acontecimientos violentos, y que además gobierna la constelación del Aquarius.
Naturalmente muchos investigadores se han atemorizado ante las posibilidades destructivas, y se preguntan: ¿es posible que el descubrimiento atómico pueda afectar en algo la influencia astral? Verdaderamente NO… pues no hay que olvidar que este descubrimiento ya estaba determinado en el poema luminoso que los hombres fueron incapaces de descubrir…
En él, Mercurio representa a la inteligencia, simboliza la ciencia, y Urano, que caracteriza los acontecimientos bruscos, implica una fuerza desencadenada; la unión de estos dos astros en el signo de los Gemelos en junio de 1945, debió coincidir con la penetración de ese secreto, pero los hombres fueron incompetentes para leer este anuncio en el Cielo. Ya en la interpretación tradicional, la conjunción Mercurio-Urano, tiene como consecuencia la actividad intelectual, facilita las iniciativas nuevas y osadas… Y para los que están un poco al corriente de los misterios astrológicos, es fácil de comprender la magnitud que esto alcanza en nuestro siglo, ya que Mercurio estaba en los Gemelos (su domicilio propio) con Urano, que se encontraba igualmente en su ambiente, y ese signo es de concursos evolutivos en el dominio del elemento Aire.
Por otra parte no podemos tener la pretensión de haber “inventado” el átomo. No sabremos nunca hasta qué punto los antiguos conocían las transformaciones.
Berthelot ya decía: “La concepción racional pretende comprenderlo todo y alcanzarlo todo, se esfuerza en dar a todo una explicación positiva y lógica y extiende su fatal determinismo hasta el mundo moral…”
Por ejemplo, este célebre sabio se inclinó mucho tiempo hacia el problema de la Alquimia, anotó una multitud de sustancias congéneres de los metales, y ha hecho mención de piedras preciosas egipcias (tales como el Chenem: rubí, piedra roja o vidrio rojo; Nesem: sustancia blanca clara; Tehem: topacio, jaspe amarillo, esmalte o vidrio amarillo, copto de azufre; Hertes: cuarzo lechoso, color blanco, que puede ser también estuco, esmalte blanco y otros cuerpos que equivalen al “Titanos”, palabra griega que significa sal). Sin embargo, estas sustancias que clasificaríamos hoy al lado del mafek y del chesbet, no figuraban en Egipto, lo que manifiesta aún más la diversidad de las concepciones de los antiguos, comparadas con las nuestras. Las analogías que han presidido a la construcción de semejantes clasificaciones son difíciles de encontrar hoy en día, aunque el empleo de signos y de palabras siempre ha existido en química. Por ejemplo, aquellos que leerán dentro de algunos siglos la palabra éter, genérica e indistintamente aplicada a cuerpos tan diferentes como el éter ordinario, el blanco de ballena, los aceites, la nitroglicerina, la pólvora-algodón, el azúcar de caña, etc., sin haber conocido las teorías que engloban a diferentes cuerpos bajo la misma definición de una función común, seguramente se encontrarán un poco perplejos…
En lo que concierne a la afinidad entre los planetas y los metales, estas relaciones se encuentran expuestas con más precisión en el comentario de Proclus sobre el Timeo. Se lee en dicho comentario: “El oro natural (lo que quizás da a sobrentender su conocimiento del oro artificial) y la plata y cada uno de los metales, así como cualquier otra sustancia, están engendrados en la tierra bajo la influencia de las divinidades celestes y sus efluvios. El Sol produce el oro, la Luna la plata, Marte el hierro, Saturno el plomo, etc…”
Admitiendo que nos llegasen documentos de antiguas civilizaciones, quizá podríamos encontrar, bajo vocablos criptográficos, teorías de las cuales creemos ser los inventores.
Sea lo que fuere, el átomo, sistema solar en lo infinitamente pequeño con su núcleo central (el Sol), y sus electrones (Planetas) satélites girando siempre alrededor del protón, está siempre dentro del cuadro de la unidad de la Materia (Símbolo de Ouroboros, serpiente que se muerde la cola). Eterna semejanza en todo, donde siempre es inevitable volver a empezar; todo es uno, y no hay nada nuevo bajo el Sol.
Todavía más, sería una pretensión creer que el hombre es capaz de poner trabas a la marcha del tiempo. El orgullo humano no tiene límites, pero su libre-albedrío está felizmente determinado en parte, y las Grandes Directivas no pueden venir sino de arriba. Por ello, a través de los siglos, se nos ha abierto un Gran Libro: la bóveda estrellada. Y es únicamente la Astrología lo que puede conducirnos hacia allí para revelarnos en parte los Grandes Misterios.