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Un padre y su hijo de 24 años iban en el vagón de un tren. El joven miró por la ventana y gritó de alegría: «Papá, mira, parece que los árboles pasan volando». El padre sonrió dulcemente y asintió con la cabeza. Sentada frente a ellos una pareja intercambió miradas, expresando compasión por la conducta tan infantil del joven. Este gritó de nuevo, riendo emocionado: «Papá, mira, las nubes nos persiguen». El padre le sonrió de nuevo. «Dígame, ¿no cree Usted que debería llevar a su hijo al médico?» — preguntó uno de la pareja de al frente. El padre solo sonrió afablemente y le dijo: «Regresamos de ver al médico. De nacimiento, mi hijo era ciego, y hoy le han dado luz a sus ojos».
Hemos llegado a la época de reflexión, de agradecimiento y análisis por lo que hemos vivido en el transcurso del año, por ello decidí compartir con ustedes la historia anterior, para que juntos pensáramos en la infinidad de veces que hemos juzgado a alguien o alguna situación, es cierto que la primer imagen cuenta, que nos dejamos guiar en más de una ocasión por lo que vemos y creemos, que somos la suma de las personas que nos rodean y constantemente aprendemos de nuestra cultura y entorno, pero muchas veces ese aprendizaje sólo nos lleva a percepciones erróneas que pueden dañar a otros sin que siquiera lo notemos.
En más de un momento hemos hablado de hechos sin siquiera comprenderlos, hemos generado hipótesis de la vida de los demás por su apariencia o por eventos aislados que quizá realmente no tenían que ver con quienes estamos juzgando. Nos hemos considerado poseedores de la verdad, dignos de ser verdugos del resto del mundo pero rara vez hacemos un ejercicio de introspección para comprobar si realmente hemos hecho todo tan bien como consideramos.
Si volviéramos atrás el tiempo a nuestra infancia, ¿Cuántos podrían decir en su carta que verdaderamente han sido buenos?, no cuenta decir que somos personas ejemplares sólo por no ser un criminal, es un avance, pero hagamos el análisis más profundo, ¿Cuántas veces decidiste ignorar el dolor del prójimo?, desde voltear la cara cuando te tocó caminar junto al indigente hasta fingir sordera y ceguera en cuanto un niño se acercó pidiendo un peso para un taco. ¿Cuántas veces criticaste a otro?, piénsalo bien, pudo ser a tu vecina, a tus gobernantes, amigos o compañeros de trabajo, pudo ser un comentario inofensivo, como ese Presidente nunca hace nada, sólo se equivoca, pero ¿Qué has hecho tú por el país hoy?
Infinidad de veces las personas cometen errores, nuestros gobernantes también y son objeto de crítica constante, lo cual no está mal, es nuestro deber ciudadano velar por nuestros intereses, pero también es nuestro deber actuar, obrar directamente sobre el entorno que queremos ver transformado y rara vez lo hacemos. Lo mismo pasa en el ámbito personal, resulta más sencillo responsabilizar a otros de nuestros fracasos y decir es que yo no tuve las mismas oportunidades que aquel, sin embargo hay un punto en el que la mayoría de personas no tenemos excusas que justifiquen nuestra indiferencia.
Por además somos indiferentes convenencieramente, frecuentemente queremos intervenir en eventos que no nos corresponden y omitimos aquellos en los que se puede incidir de forma directa. Como dije previamente somos la suma de quienes nos rodean pero también rodeamos a otras personas en quienes de una forma u otra ejercemos influencia, pueden ser nuestros familiares o amigos pero todos somos modelos de otros, así que comencemos a ser el ejemplo que nos gustaría seguir, seamos esos seres que verdaderamente admiramos, sin duda hay situaciones que no podemos cambiar, pero sí podemos cambiar la forma en que las consideramos y trabajar directamente sobre ellas, tratemos de ser más positivos, no utópicos, pensemos claramente cómo ver y sacar cualidades en otros en lugar de juzgar y dejar de vivir nuestra propia vida. Veamos al mundo como queremos que sea y trabajemos por lograr la vida que todos soñamos.