No cabe duda que esta es la mejor época del año.
Aparte de las consabidas fiestas decembrinas por la Navidad y el Año Nuevo, pues está el aguinaldo, los días de asueto para estar con la familia y amistades cercanas, a disfrutar el calor del hogar. Para los que nos gusta el “tocho”, entramos de lleno a la época que algunos conocen como la “tazonomanía”, es decir, la época en la que se disputan tazones del fútbol americano colegial de los Estados Unidos, y algunos del profesional, pero quizá lo más bonito de estos días, es que la gente acude como desaforada a los almacenes a comprar regalos para sus seres queridos.
El consumismo a todo lo que da, nadie se evade de este particular gusto.
Las Navidades y el Año Nuevo se viven de muchas maneras. Para el mundo católico, lo primero que celebran es la fecha del advenimiento del nacimiento del Niño Jesús. Son días de recogimiento, de visita a las iglesias y se respira espiritualidad. El Año Nuevo es un corte en el calendario que invita a la reflexión, a la meditación, a la introspección, a voltear hacia atrás, a observar el camino andado y disponerse a andar nuevos caminos, nuevas rutas, a partir del nuevo horizonte anual. Pero en lo general a la gente se le ve una cara de relativo optimismo, más animosa y esperanzada en el tiempo por venir, y no es para menos. Este año que termina ha sido un año particularmente difícil, complicado, la gente vive en la zozobra, con cierto temor, vivimos en un clima de inseguridad aterrador.
Las tiendas se ven con movimiento, pero no tanto como en otras veces. Las noches de venta y el llamado “Buen fin” me parece, cosa que digo sin elementos de juicio objetivos por supuesto, no han sido como en otros años un éxito rotundo de ventas. La gente sí está consumiendo, pero no se ven los atiborramientos típicos de otras épocas. Dice un amigo muy querido que antes el dinero alcanzaba para más y se vivía mejor. No estoy de acuerdo con su percepción. Por supuesto que antes el dinero alcanzaba para más porque la oferta de bienes de consumo era menor.
Yo todavía recuerdo cuando siendo un infante mi madre me mandaba a la miscelánea más cercana a comprar algo así como 20 centavos de fideo cambray, un cuarto de arroz, una o dos bolsitas de almidón La paloma y medio kilo de azúcar. La leche la pasaba a dejar el lechero, a los perros de la casa se les alimentaba con un “puchero” que se hacía de pellejos, bofe de res, rabadillas de pollo, un puño de arroz y tortillas. No había en ese entonces la enorme variedad de alimentos para perros que contienen harinas animales de carne de res, pollo, cordero, salmón y ¡sin gluten!, para mascotas con problemas digestivos, alergias y con piel delicada.
Nada más en el renglón de los productos lácteos, revise usted la variedad de leches de caja que hay hoy en día en los anaqueles: entera, sin grasa, deslactosadas, con hierro, light, semidescremadas, para mujeres, de almendras, de coco, de arroz, de soya, fórmulas lácteas, híjoles y para qué le sigo. Y de ahí pase usted al departamento de vinos y licores, o al de las cervezas, ¡los refrescos, los jugos de frutas y de vegetales, naturales o de soya! Antes nada más había Presidente, Don Pedro, Ron Potosí, Bacardí, Viejo Vergel, tequila Sauza y de vinos, Los Reyes, California y Padre Kino, después llegaron los alemanes Liebfraumilch y párele de contar. Quienes servían estos vinos germanos en sus fiestas eran ricos, hoy cheque usted la enorme variedad de vinos de las principales regiones vitivinícolas del mundo, incluya a Sudáfrica y Australia.
Y si de ahí brincamos a las marcas de automóviles, ahí también hay otra historia que contar. Antes no pasábamos de 7 (Volkswagen, Datsun, Chrysler –Dodge-, Chevrolet, Rambler, Renault y Ford), en la última cuenta que hice ya iba en 25 marcas, incluidos marcas suecas, francesas, españolas, italianas, coreanas y chinas, aparte de las americanas, alemanas y japonesas tradicionales
Así es que échele usted y haga sus cuentas si antes el dinero alcanzaba para más que hoy en día.
¡Pero qué bonito es comprar, sí señor!
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@marcogonzalezga