Ramón Durón Ruíz (+)

Hay una historia que me encanta y cautiva, HOY la parafraseo para usted: “Una abuela con su nieto iban a cruzar un río y dice la abuela: ––Toma mi mano.
–– Mejor toma tú la mía –responde el nieto.
–– Pero mi niño: ¿Cuál es la diferencia?
–– Mira abuelita: si algo pasa, puede ser que yo me suelte de tu mano… ¡pero tú nunca soltarás la mía!”
Y es que esos sabios de la vida, que son los abuelos, al tomar la mano de sus nietos en la cuna, la toman para siempre, a ellos el genio les es natural, están tocados por el Ángel de DIOS, tienen mucho, demasiado que aportar a la vida.
Los abuelos tienen una característica común: son apasionados de su tarea; siempre hay un toque de fantasía para dar aire a las alas de sus nietos, están conectados con el sentido de vida, plenos de paciencia; con su rica imaginería, invitan a sus nietos a creer en sus sueños y en ellos mismos, a ir más allá de sus límites.
Nuestros abuelos trascienden los entretelones del tiempo, porque son poseedores de un singular genio e ingenio, que se trasluce en cada paso del camino, con un exclusivo toque de vida, cancelan la inmediatez, ponderan el ser… sobre el tener.
Ellos están ensimismados en la magia del amor incondicional, con una habilidad extraordinaria hilvanan suavemente las palabras, para edificar la fe y la esperanza, como el aporte moral, ético, intelectual de sus nietos.
Abuelos que se toman el tiempo para enseñar a sus nietos, a desarrollar y unir armónicamente sus mecanismos vitales y racionales, a encontrar el propósito para el que fueron creados.
Ayudan a no extraviar a lo largo del camino, viviendo el presente –como lo que es: un presente, un regalo– plenamente, descubriendo el placer de la vida, en las cosas sencillas y naturales de la existencia: ver, oír, respirar, sentir, saborear, comer, beber agua, tocar, caminar, amar, ser feliz y aprender a ser agradecidos.
Los abuelos preparan a sus nietos para ver la felicidad como un proceso cotidiano, como parte integrante de la vida misma, enseñándoles a viajar armónicamente en dos vías paralelas: el crecimiento físico y la evolución del alma.
El viejo Filósofo de Güémez ha aprendido, que no hay abuelo que no sea sencillo, por dos razones:
1.- “Se necesita ser muy sabio, para ser sencillo” y 2.- Han pasado de la época de competir, a la edad de compartir, brillan por la enorme luz que llevan en su Divinidad Interior.
Todos los abuelos son inmensamente hermosos, sólo que la belleza se ha cambiado del rostro y del cuerpo… ¡a su alma!; vibran al ritmo de la naturaleza que es implícitamente sencilla; son seres de poco barniz y mucha raíz, con los pies firmes en la tierra, porque se saben corresponsables de transmitir a los nietos, la sabiduría que en la biblioteca de la vida portan sobre sus hombros.
Los abuelos son: una escuela andante de sabiduría, son sencillos, amables, alegres a más no poder, han aprendido a aprender-enseñar en cada instante, en cada momento… ¡como si fuese el último!
En su cansino caminar, tras el pelo cano de sus sienes y su piel reseca por los años, siempre hay enseñanzas que transmitir, invitando a sus nietos a no olvidar su origen.
El fino ingenio de un abuelo de Congregación Zaragoza, del municipio de Llera, Tamaulipas. Don Manuelito C. Sánchez, me sirve para rubricar el presente artículo:

“No hay remedio pa’ olvidar
tan bueno como la ausencia,
no es que yo sea trovador
ni que tenga inteligencia.
Lo digo por experiencia
porque en mí ha pasado;
nada es estable en la vida

porque todito es pintado.
Nomás lo pendejo sirve
y nace sin ser sembrado.
Y nace sin ser sembrado,
porque nadie lo sembró
todo mal tiene remedio…
¡NOMÁS LO PENDEJO NO!

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