Antes de entrar en materia, el pasado diciembre, recibí de dos buenos y estimados amigos, Froylán Rolando Hernández Lara y José Becerra O’Leary, dos excelentes libros: “China: la edad de la ambición” de Evan Osnos (Ed. El hombre del tr3s, 2014) y “El paraíso en la otra esquina” de Mario Vargas Llosa (Ed. Debolsillo, 2015). He comenzado a leer el primero de los textos, que es una especie de estudio que el autor hace de la China contemporánea, que, dicho sea de paso, encierra muchos misterios y enigmas que el autor trata de desentrañar a través de este libro. Últimamente me he referido a la armadora china BAIC, de Emiliano Zapata, por lo que viene muy al caso echarse un clavado a este excelente libro para tratar de esclarecer de qué hablamos cuando hablamos del gigante asiático.
Del segundo libro, que espero comenzarlo cuando termine el de Osnos, pues es garantía de una buena lectura, además, el peruano, es uno de mis autores contemporáneos favoritos, sin contar que es un tipo de una lucidez increíble porque a los 80 años sigue escribiendo como cuando tenía 30, y eso sin contar sus inacabables ansias amatorias porque todavía a su avanzada edad está como un chamaco con juguete nuevo ahora que anda noviando cual adolescente, con la ex de Julio Iglesias y de Miguel Boyer (ex ministro de Economía y Hacienda del gobierno de Felipe González). Total que el premio Nobel al fin se decidió a formar pareja con una dama que no forma parte de su familia, sus dos anteriores esposas eran familiares directos del escritor.
Pero volviendo al libro que me obsequió Pepe Becerra, se trata de un relato novelado acerca de la vida de Flora Tristán, feminista francesa del siglo XIX y su no menos célebre nieto, el pintor también francés, Paul Gaugin, posimpresionista recordado por los cuadros en donde retrató aborígenes tahitianos. Este libro será, sin duda, una lectura que promete. Gracias a mis dos amigos de los cuales diré dos cosas adicionales: por Froylán R. Hernández Lara emigré a Xalapa a vivir en 1985, ambos trabajamos en la campaña de don Fernando Gutiérrez Barrios, y de Pepe Becerra, que con él me une una amistad desde que el que escribe era un infante, su hermano Miguel, “el pelón”, fue compañero de pupitre en la primaria de mi finado hermano Tavo.
Y ya entrando en materia, mire, he seguido con mucha atención el tan llevado asunto del acoso –y abuso- sexual. Me parece que en esta discusión es necesario encontrar un justo medio entre las posiciones feministas y las mujeres que han sufrido algún tipo de agresión sexual, movimiento que ha tomado mucha fuerza sobre todo en los Estados Unidos a raíz de la develación de la serie de abusos sexuales del poderoso productor de Hollywood, Harvey Weinstein, escándalo que ha sido ligado a otras conductas inapropiadas como la discriminación y la xenofobia.
Total, que se han polarizado los bandos entre quienes condenan, con justa razón, diría yo, el maltrato y abuso a las mujeres. Son reprobables cualquier tipo de violencia física, vejación sexual y todo aquello que atente contra la integridad del sexo femenino, pero también creo que, como se manifestaron algunas mujeres notables francesas que firmaron un desplegado defendiendo el “derecho” del sexo masculino a cortejar inclusive de forma insistente o torpe, dijeron estas damas, entre ellas la hermosamente otoñal, Catherine Deneuve, que “la galantería no es un delito, ni una agresión machista”, y perdón, pero yo estoy de acuerdo con esta posición.
Soy un hombre casado, con más de 25 años de matrimonio, por lo que hace mucho tiempo que me retiré de esas lides, pero de que traté de seducir a muchas damas, pero por supuesto que lo hice. Nada tiene de malo hacerle al corte a una dama, además, hasta donde yo me quedé quienes llevábamos la “carga” de la noble labor de enamoramiento éramos los varones, y tan bonito que era eso, era como un reto personal, y como dice la Deneuve, a veces pecamos hasta de inoportunos, a lo mejor caímos en lo impertinente, pero la labor de conquista del favor del amor de una mujer bien valía inclusive hasta caer en el ridículo. Yo no sé ahora en estos tiempos, a lo mejor los papeles se han invertido, ahora la iniciativa la pueden llevar las mujeres y puede que sean ellas las que inviten a bailar o a salir a los chicos.
Yo creo que lo mejor es, como decía mi madre, en referencia a las veladoras: “Ni tanto que queme al santo, ni tanto que no lo alumbre”, el límite al cortejo es el no de las damas. No es no y punto, pero antes hay –había- que intentar al menos cruzar el río. Hay que estar hasta morir con las damas que han sufrido cualquier tipo de acoso, de violencia física o abuso de poder, pero de eso a satanizar el cortejo me parece que es algo desbocado.
Como dice Berlusconi refiriéndose a la Deneuve: “La señora ha dicho cosas sacrosantas; hacer la corte no es una ofensa”, por supuesto que sin caer en cosas desagradables, de mal gusto o bochornosas. No todos los hombres somos Harvey Weinstein.
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@marcogonzalezga