Tal vez siempre fue lo mismo; el animo y la esperanza por salir del estado de cosas, por enfrentar la pobreza, la desigualdad y la falta de una democracia de calidad, de un pleno Estado de Derecho, nos llevaba a millones, de buena fe, a seguir partidos autoritarios y líderes caudillistas; se les veía con veneración, como si fueran súper héroes. Obviamente hubo grados de apoyo e involucramiento. Estaban los que se beneficiaban directamente de estar a la sombra del caudillo; cuando se cumplió un ciclo, no dudaron de darle la espalda para abrazar a su relevo. Muchos siguen ahí, unos pocos por convicción, en una idea del salvador, y la mayoría por conveniencia. El líder fuerte polariza pero suscita adhesiones fáciles de quienes renuncian a pensar y esperan soluciones milagrosas. Es claro que no hay en su entorno equilibrios, contrapesos ni el más simple cuestionamiento. El caudillo se rodea de su culto, ejerce hegemonía absoluta y habla directamente con el pueblo. Así fue en el PRD con el Ing. Cárdenas, así es en MORENA con AMLO.
Avanzadas las precampañas nacionales se observan algunos rasgos más definidos de los tres aspirantes presidenciales. Hablaré del puntero de las encuestas. A estas alturas creo que es obvio para López Obrador, que ya no tiene el potencial para ganar la presidencia, ya no genera los niveles de entusiasmo del año 2006, por ejemplo; esa es la razón principal, creo, de su inédito pragmatismo, consistente en la suma de personajes claramente cuestionables y contrapuestos, en esencia, a los planteamientos formales del movimiento que él encabeza. Salvo algún discurso suelto, ocurrencias incluidas, no hay mucho de nuevo en la ya prolongada campaña de AMLO; los datos mayores son la inclusión de políticos tránsfugas, reciclados y evidentemente oportunistas. Quienes se le juntan y tienen mayor protagonismo normalmente son candidatos, es decir, tienen intereses concretos de espacios y poder.
Las alianzas partidistas de MORENA, con el PT y el PES, retrata su desprendimiento de la coherencia si hay que creer en sus ideas renovadoras. El PT es un membrete cuyo registro fue salvado por la Secretaria de Gobernación, manejado como negocio político por un pequeño grupo perpetuado en las Cámaras Legislativas y sin fuerza real en la sociedad mexicana; importa eso a MORENA, sería la pregunta; no, claro que no, es la respuesta. Él PES es un partido de políticos reciclados con orientación religiosa, con un ideario medieval en asuntos de derechos y libertades, con clara manipulación de creencias y ubicado también en la esfera de Gobernación; tendría algo que ver con el discurso de MORENA, es otra pregunta; la respuesta es no, claramente no. Esta coalición es contradictoria si hay que creer que MORENA representa ideas de izquierda o progresistas.
Cuentan con Proyecto Alternativo de Nación votado a mano alzada, sin deliberación y prácticamente desconocido por quienes afirman promoverlo; además, lo niega en las plazas públicas cotidianamente por su candidato; estamos, entonces, ante una gigantesca simulación, donde se habla lo que quieren escuchar sus públicos de ocasión y se ocultan las propuestas, en caso de que se tengan realmente. Todo se vuelve simulación e histrionismo, en un juego de manipulación de los anhelos de cambio y justicia de millones de mexicanos. Estamos ante un conjunto de acciones peligrosas, con ingredientes de soberbia y demagogia; pretenden los que encabezan esa fuerza que tienen méritos propios, perdiendo de vista que su caudillo es su paraguas y faro, que se pueden acomodar tranquilamente mientras dicen que harán maravillas sin decir cómo y esperando que funcionen sus experimentos. Son un tigre de papel, un movimiento ambiguo y pasajero, con representantes locales de bajo perfil y rasgos folklóricos.
Hay simulación en sus candidaturas (dedazo), en su programa, en sus «asambleas», en sus alianzas, en sus adhesiones compradas con plurinominales, en su pensamiento único, en sus propuestas varias, en sus concentraciones escenográficas, etc. Hay demasiadas simulaciones como para dudar seriamente de ellos…
Recadito: si el rey va desnudo, hay que decirlo.
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