Mi amigo Jesús Miguel Montes era un gran enamorado. Al paso del tiempo la vida me ha enseñado que todo aquel que hace un pacto con el amor, debe entender que entre las clausulas está también un pacto con el dolor. Jesús Miguel lo sabía, y no obstante firmó al margen ese documento y lo cumplió a cabalidad, dejándose llevar por el impulso del amor, por los latidos de su corazón que a veces lo conducían a páramos desolados, a veces a desiertos infames y sólo unas cuantas veces a fuentes exquisitas de agua, a oasis de los que nunca debió emigrar: “Al lado del amor la pena es mucha;/ irrumpe abiertamente o escondida, / y se cuela ostentosa y desmedida, / aniquilando el ritmo de la lucha”.
Cuando se hallaba en las profundidades del desencanto, era la poesía lo que lo rescataba. Jesús Miguel Montes era nuestro Cyrano de Bergerac, llamado así no sólo por su parecido físico, sino además por su afición poética. Cyrano de Bergerac cántanos, recita uno de tus sonetos que nos haga entender el significado del amor: “Me preguntas amor por qué te quiero;/ por qué busco, insistente tu presencia. / Una respuesta no hay, pero la esencia/ del vino de tus labios amo y quiero”.
Cyrano de Bergerac, las generaciones jóvenes habrán de enamorar a sus amadas con tus versos; tus décimas y tus sonetos habrán de ser revalorados por las generaciones que vienen. Tenles paciencia Cyrano, todavía son jóvenes como Christian enamorando a tu prima Roxane. Pero llegará el tiempo en que se enamoren de verdad, como tú lo hiciste tantas veces, tantas que se te hicieron demasiadas; entonces te entenderán Cyrano, entonces sabrán lo que escribiste en ese soneto que dice: “He perseguido el verso y la palabra/ en cualquier recoveco de mi vida. / Y en ellos he encontrado la sentida/ y fiel jubilación de quien los labra”.
Queda claro nuevamente que el poeta está destinado al vértigo, el poeta es incompetente para administrar sus pasiones. Así nos lo hizo ver Thomas Mann en Muerte en Venecia, pero nunca lo quisiste entender amigo poeta: “Porque has de saber que nosotros, los poetas, no podemos andar el camino de la belleza sin que Eros nos acompañe y nos sirva de guía; y que si podemos ser héroes y disciplinados guerreros a nuestro modo, nos parecemos, sin embargo, a las mujeres, pues nuestro ensalzamiento es la pasión, y nuestras ansias han de ser de amor. Tal es nuestra gloria y tal es nuestra vergüenza”.
Jesús Miguel Montes es de los pocos hombres que conocía su destino y nunca por ello se desvió de la senda que ya se había trazado; profeta de sí mismo, cumplió cabalmente la profecía que veinte años atrás había cantado: “Hay en mi vida una gran tortura/ que acabará cuando llegue el fin/ y, para entonces, habrá un festín/ con mucha gracia y vital holgura./ Débil y frágil, esta armadura/ que fue mi vida, como un botín,/ cuando yo muera todo lo ruin/ se irá conmigo a la sepultura”.
La última vez que te vi, poeta, llegaste a la Quinta de las Rosas con tu guitarra a cantarnos tus canciones necias; a deleitar a mis adultos mayores con tus anécdotas de amor y de desamor. Llegaste a mostrarnos las cicatrices de la dura batalla que iniciaste hace muchos años y que hoy llegó a su fin.
Curiosamente, esa tarde olvidaste, poeta, un libro que no te quise devolver. El acto de morir. Sobre la muerte de Ivan Ilich. Me acuerdo de un pasaje de ese libro, basado en la obra del gran escritor León Tolstoi, esa parte en donde se explica el sentimiento de uno de los amigos de Ivan Ilich cuando se entera de la muerte de éste; ese amigo, en lugar de entristecerse se alegra, se alegra de nos ser él el muerto.
A mí me da tristeza, mucha tristeza Jesús Miguel, que tú seas el muerto. Porque la muerte es ausencia, es inevitable retiro físico; pero la muerte, como consuelo, también es anhelo de una cercanía espiritual. Hoy en la tarde me enteré de tu muerte amigo, y busqué entre mil cosas tu libro de poemas; lo encontré. Me senté junto al calor de la chimenea, y me puse a cantar contigo.
Armando Ortiz aortiz52@nullhotmail.com