“José Antonio Meade tiene en contra el desprestigio y la muy mala organización del PRI”, advirtió Francisco Labastida Ochoa al hacer un balance de su experiencia como primer priista en perder la Presidencia de la República en 2000, aunque acerca de ese episodio dice tajante: A mí no me ganó Fox, a mí me ganó (el ex presidente) Zedillo”. Con estos asertos de parte del ex candidato inicia una entrevista que concedió al diario La Jornada el viernes de la semana que acaba de pasar.
Y después de leerla, incrédulo por las tonterías que, categórico, declaró Labastida, se confirma la percepción que siempre he tenido de este hombrecillo que se pasó de pusilánime y, por lo que se ve, es patético. Es evidente que trató de lavar sus culpas: “A mí no me ganó Fox, a mí me ganó Zedillo. En cambio, Peña está ayudando a Meade en la medida en que lo permite la ley y lo que usted quiera, pero no hay duda alguna que es aliado (de Meade) y quiere que el partido se quede en el poder. Es una condición radicalmente diferente (a la mía)”.
Qué bárbaro tipo, la derrota del PRI en 2006 se explica porque uno de los tres contendientes fue mucho más a habilidoso que los otros dos, y refiriéndome a uno en particular de esos dos, por la torpeza y la incapacidad de Labastida para descifrar a un candidato bravucón, desenfadado, desinhibido e irreverente como Fox. Labastida abusó de corrección política y, al final de cuentas, sí resultó ser el peor enemigo de Labastida. La noche del primer debate, aquella noche de ingratos recuerdos para el sinaloense, lo confirmó con creces. Él mismo se practicó una suerte de sepukku –harakiri para que me entiendan-, cuando en un tono lastimero reclamó a Fox por haberle llamado «mariquita» y «labestida». Híjole, nada más de acordarme me da ternura.
Sí, es cierto, Ernesto Zedillo se tomó al pie de la letra aquello de la “sana distancia” que, desde su visión particular de la política, debía haber entre el Presidente de la República y su partido. También es cierto que ha sido de los pocos, o quizá más bien el único presidente emanado de las filas del PRI que, en los hechos, no se ha asumido como el jefe político de su partido, que es algo así como ir contra natura. Pero de eso a decir que Zedillo fue el peor enemigo de Labastida, la verdad que no es de creerse cuando uno rememora aquella campaña y recuerda que en realidad lo que pasó es que este último era muy chiquito para el tamaño de reto. Cosa notable porque Labastida no era ningún aprendiz de político, ya había sido hasta gobernador de su estado natal.
No hay que darle más vueltas al asunto, Labastida fue un mal candidato y realizó una pésima campaña político electoral. Uno desde fuera, ajeno totalmente a ella, decía: ¡No puede ser posible tanta estulticia! Labastida ha sido y es un tipo enrevesado. Se le pregunta una cosa y nunca va al tema directo, primero le da unas cinco vueltas para tratar de explicar lo que se le preguntó, es poco directo.
En aquel proceso electoral se le veía lento de reflejos, acartonado, poco ágil en sus respuestas y propuestas. Abuso de la mesura, y esa no fue la mejor fórmula para enfrentarse a un empresario sui generis, boquiflojo, que tenía expresiones de iluminado (dónde he escuchado eso). Fox trabajó para Coca Cola por lo que sabía de marketing y campañas de publicidad, con una gran capacidad para comunicar su mensaje a través de los medios de comunicación, principalmente la televisión. El carisma del empresario venció al hombre anquilosado del sistema.
Confiemos esta vez que la historia va ser otra.

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