“Hablando de mujeres y traiciones se fueron consumiendo las botellas,
pidieron que cantara mis canciones, y yo cante unas dos en contra de ellas,
de pronto que se acerca un caballero, su pelo ya pintaba algunas canas,
me dijo, le suplico compañero, que no hable en mi presencia de las damas,
le dije que nosotros simplemente, hablamos de lo mal que nos pagaron,
que si alguien opinaba diferente sería, porque jamás lo traicionaron,
me dijo yo soy uno de los seres que más ha soportado los fracasos,
y siempre me dejaron las mujeres llorando y con el alma hecha pedazos,
más nunca les reprocho mis heridas, se tiene que sufrir cuando se ama,
las horas más hermosas de mi vida, las he pasado al lado de una dama
pudiéramos morir en las cantinas, y nunca lograríamos olvidarlas,
mujeres, oh mujeres tan divinas, no queda otro camino que adorarlas”.
Así escribe el poeta del pueblo, Martín Urieta, y así la interpreta ‘el hijo del pueblo’, también conocido como el Charro de Huentitlán, el mismísimo Chente Fernández. Caray, y es que una canción y una interpretación así no hay que tomárselas muy a pecho.
Es una alegoría (ficción en virtud de la cual una cosa representa o significa otra diferente). Ni la mujer es a las traiciones, ni las traiciones son connaturales a las mujeres. Pensarlo siquiera es una insensatez. Si a esas vamos, los hombres somos más traicioneros, pero tampoco de eso se trata, de ver quién es quién. Ambos géneros somos humanos y, seguramente, traicionar o no traicionar está en nuestra naturaleza humana.
“Mujeres divinas” es una canción alegórica que se disfruta mucho escuchándola en una cantina, al calor de un buen tequila, pero nada más, no es algo con lo que se sienta uno identificado o vea en su letra reflejada su realidad. Las mujeres son divinas por antonomasia, por excelencia. Y no hay discusión alguna entre la igualdad de los sexos. Somos iguales y punto. Sí, tenemos diferencias físicas porque naturalmente podemos hacer cosas físicamente hablando que a ellas les costaría más hacerlas por la propia constitución física de cada quien, pero de ahí en fuera, en cualquier campo que me digan somos iguales, e inclusive ellas nos superan porque son capaces de gestar y, la gestación, es un don natural que las hace superiores.
A mí me queda claro que mis hijos darían la vida por su madre, quién sabe qué tanto estarían dispuestos a hacerlo, en el hipotético caso, por su padre. Es algo que no me preocupa, ni me quita el sueño, al contrario, habla bien de su naturaleza humana. Yo hubiera dado la vida por la de mi progenitora, y lo mismo haría por la de mis hijos, pero eso es otra cosa. Hoy celebramos el Día Internacional de la Mujer, y son de esas cosas que celebro, pero que no entiendo. Entiendo y comprendo que hay que poner el acento por la falta de igualdad, de equidad, de reconocimiento, pero también creo, y no lo digo para descargar culpas de nadie, de que es una cuestión de evolución, de educación y de desarrollo humano.
Apenas pasamos de 60 y pico de años que a las mujeres se les concedió el derecho al voto en México, cosa lamentable pero que ya no podemos remediar. Esa disparidad injusta, son de esas cosas de las sociedades humanas que, a estas alturas, son difíciles de entender y comprender. Tanto como si habláramos de que una vez hubo esclavitud, se quemaba a las mujeres por brujas o herejes, o cosas tan aberrantes como ‘el derecho de pernada’. Así fue el mundo alguna vez, qué cosas se han cometido en el nombre de Dios y de los dogmas de fe. Pero todavía hoy, en alguna parte del mundo, se practican ablaciones, se apedrean hasta morir a las ‘adúlteras’ y se les obliga, por su religión, a cubrirse con la burka (hiyab) el rostro (las mujeres musulmanas tienen que cubrir su cuerpo con ropa modesta que no revele su figura delante de hombres extraños, viven de manera modesta, cubriendo su cuerpo de la mirada de los extraños).
Híjoles, qué fuertes resabios quedan en algunas culturas, incomprensibles. Por lo pronto, reafirmo mi convicción de que las mujeres además de divinas connaturalmente, son capaces de auto gobernarse y de gobernar a terceros, y sus principales virtudes están en su racionalidad y capacidad intelectual, que les son infinitas. Una de esas me tiene como consorte en su casa y tengo muchas amigas a las que respeto, por ser mujeres, ¡por supuesto!, pero sobre todo por su inteligencia, dignidad y sentido común.
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