*Uno se es fiel a sí mismo y se basta. Camelot.

AL PAJARO POR LA CAGADA

Arturo Pérez Reverte suele decir que ‘al pájaro se le conoce por la cagada’. Cuento una historia. Ayer mismo, cuando me transportaba en orizabeña calle en mi automóvil, manejando con la tranquilidad de que nadie se atraviese, de repente, en el espejo de lado del conductor y en el retrovisor del mismo lado, cayó una tremenda cagada de un pájaro. Hasta brinqué. Parecía bombardeo de Trump a las tropas iraquíes. Pensé eran una parvada, por el tamaño y el susto. Luego, me puse a pensar que, como en las cábalas, a veces esto es de buena suerte, más que de mala suerte. Que un pájaro te cague, aunque sea en el espejo, algo traerá. Creo que a muchos de nosotros nos ha caído alguna vez en la cabeza, de pichón o pájaro. Pero eso es pecata minuta, como las supersticiones de los martes o viernes 13. Voy a Wikipedia: ‘Un viernes que caiga en el día 13 de cualquier mes se considera un día de mala suerte en la mayoría de las culturas occidentales. Existen supersticiones similares en otras tradiciones; particularmente, en Grecia y en los países hispanohablantes, el martes 13 tiene el mismo papel, al igual que el viernes 17 en Italia. El viernes, en el mundo cristiano, ha sido considerado históricamente como un día de luto, pues es aquel día de la semana en que fue crucificado Jesús de Nazaret, eso me lo dijo el Padre Marcos y el Padre Antolín, y creo que hasta el Padre Helsinky, perdón, Helkyns. Un ejemplo muy claro es la decisión de Tom Sawyer de visitar un cementerio en la noche de un viernes. Cuento una historia de toros y de cábalas. Alguna vez, al gran torero mexicano, monarca del trincherazo, Silverio Pérez, tormento de las mujeres, a ver quién puede con él, se encontraba en una plaza de toros de España. Torearía dos o tres días después y con un amigo, mientras observaba la corrida de otros toreros, sucede que lo cagó un pájaro en la cabeza. Silverio apretó aquellito, giró la cabeza como Linda Blair en el Exorcista y cerró los ojos. Ya no quiso torear días después, argumentó que esa cagada de pájaro le anunciaba su muerte en la plaza, cogido por un toro, tomó un vuelo a México de regreso y les dijo a los españoles: Ahí se ven. Regreso pronto. Cosas de las premoniciones.

AQUEL SUEÑO DE LUTHER KING

Hace 50 años, cuando aquel negro llamado Martin Luther King, frente a las escaleras del Monumento a Washington tiró al mundo su célebre discurso, ‘I have a dream’ (Tengo un sueño), jamás pensaría, ni por asomo de duda, que cinco décadas después otro de color desde la presidencia y al pie del mismo Monumento estaría celebrando eso de: “Sueño que un día esta nación se levantará y vivirá el verdadero significado de su credo: Afirmamos que estas verdades son evidentes: que todos los hombres son creados iguales. Sueño que un día, en las rojas colinas de Georgia, los hijos de los antiguos esclavos y los hijos de los antiguos dueños de esclavos, se puedan sentar juntos a la mesa de la hermandad. Sueño que un día, incluso el estado de Misisipí, un estado que se sofoca con el calor de la injusticia y de la opresión, se convertirá en un oasis de libertad y justicia. Sueño que mis cuatro hijos vivirán un día en un país en el cual no serán juzgados por el color de su piel, sino por los rasgos de su personalidad. ¡Hoy tengo un sueño!”. Discurso muy lincolniano, muy del estilo del de Gettysburg. De los que pasan a la historia. Está considerado uno de los diez mejores del mundo, al lado de otro de Lincoln y Kennedy. El presidente Obama dijo: “Aquellos que marcharon consiguieron cambiar el país y, más tarde, cambiaron también la Casa Blanca”. Pero esa es solo una parte del sueño. “Los que marcharon”, dijo Obama, “no buscaban solo la ausencia de la opresión, sino la presencia de oportunidades económicas”. “En demasiadas comunidades a lo largo de este país”, recordó, “en ciudades, suburbios y pueblos la sombra de la pobreza se cierne sobre nuestros jóvenes”. Cuando llegó a la Casa Blanca, Obama mandó colocar un busto del reverendo King en el despacho Oval y, el pasado mes de febrero, juró su cargo como presidente sobre una de las Biblias que le perteneció.

EL INMORTAL CHARLOT

De Charles Chaplin se cuentan muchas historias. Una de ellas es que, al ir caminando un día por un pueblo pequeño, vio un anuncio donde se buscaba un doble de Charles Chaplin. Fue, se cambió con su atuendo original, llegó al concurso y ganó… el segundo lugar. Para que se vea que no todo sale cuándo se quiere. Utilizaba frases que se volvieron célebres. Una de ellas lo retrata: “al final de cuentas, todo es un chiste”. Actor británico, afamado, Charles Chaplin (1889-1997) vivió tórrido romance con bellas mujeres de la meca del cine. Cansado de ellas, un día se le apareció Oona O Neil, hija del gran dramaturgo, Eugene O Neil, y fue el amor y su compañera de buena parte de su vida. Admiraba a Cantinflas y cuando podía le elogiaba. Fue el gran mimo del cine mudo, el genial Charlot. Aquel de El vagabundo y Tiempos modernos y El chico y El gran dictador, entre muchas que realizó. El bombín y el bastón admiraron a una generación que un día lo vio partir, exiliado y asustado por la persecución del Macarthismo, cuando los Estados Unidos luchaban contra su sombra en busca de fantasmas comunistas hasta debajo de sus alfombras. Tiempo después, en los últimos años de vida, Hollywood lo recordó y le entregó un Oscar, que Charlot recibió emocionado y ovacionado de pie por los grandes del acetato. Entre Candilejas se fue. Entre Candilejas vivió su grandeza. Entre Candilejas lo adoramos. Se le recuerda como un inmortal, como aquel Charlot que caminaba bamboleándose rítmicamente, entre Candilejas.