*La vida no es más que un tejido de hábitos. Camelot.

LA CAIDA (NI DE HITLER NI DE LAS HOJAS DE DIDI)

Amanecí en un sanatorio. Cuento la historia. Sufrí una caída. Anoche llovía a cántaros, diría el poeta, o a madres, diría Kamalucas, un filósofo de mi pueblo. Salía del Sanborns de Slim de plaza Valle Orizaba. Al ir rumbo al estacionamiento, caminé por una de las rampas de minusválidos, las acababan de pintar con pintura de aceite y quedaron resbalosas, tan resbalosa que, al pisar, caí de espaldas como Pacquiao cuando lo noqueó el mexicano Márquez. Con el paraguas en una mano intenté mitigar el golpe. No pude, mi cabeza pegó en la parte de atrás, por la nuca, duro en el cemento. Vi estrellas y no encontré a ninguna de Televisa, que es el canal de las estrellas (que mamila me vi). El arquitecto René me acompañaba y me ayudó a levantarme. Manejé y llegué a casa. Mis hijas alertaron al doctor Andrés Esquivel Haaz, mi sobrino, y sugirió fuera a un hospital a un chequeo, así lo hice. Llegué al hospital Covadonga y me encontré trabajando a las 10 de la noche al fundador y dueño, doctor Felipe Sánchez Ancira, quien junto con su hijo, Antonio, crearán el mejor hospital del estado de Veracruz, acto que hace poco les inauguró el gobernador Yunes Linares y tema del cual platicamos. Tienen dos impresionantes hospitales, uno en Orizaba, la matriz, y otro recién construido en Córdoba. Habían planeado el de la autopista de la entrada a Veracruz, pero era reserva territorial y ya comenzaron en otro buen sitio. El doctor giró instrucciones y me hicieron la tomografía y una radiografía, para descartar alguna lesión. Salí bien, pero sugirieron aquí durmiera, por aquello de no te entumas. No me entumí. Así lo hice. Probaron mi coco, las preguntas de rigor: dónde nací, dónde vivo, mi edad, si conocía a todos los Yunes, si le iba al América (Fuchi, alcancé a decir), preguntas para corroborar que no estuviera más pacheco y tocado que Donald Trump, peleando cada mañana con quien se le ocurre. La vida es la mejor cosa que se ha inventado, dijo García Márquez. En un segundo te cambia la vida. Vas y puedes caer o puede pasar otro lamentable accidente y bye, bye Nicanor. Ésta creo ya la libré, debo salir en un rato, en una noche y mediodía del otro día. Por lo pronto, vencí a la calaca, fea y flaca, la vencí como el Real Madrid a la Juventus, por 1-0, en penal que, si era penal. Algunos me escribieron y me dieron un consejo. Cristiano Ronaldo no se tira así las chilenas y, además, no lo hace en el pavimento y, ultima, él sí sabe caer de espaldas, no tú.

PD. No caminen por esas rampas cuando llueva, son muy peligrosas, llevaba zapatos de vestir, que son resbalosos, me puse ya los de suela de hule. Ahí voy y les mando saludos a todos. Gracias a quienes se enteraron y preguntaron, que fueron dos amigos. Jeje. Debo salir en un rato, en cuanto me den de alta, a buscar una peli en Netflix. Y escribir más tarde algunas cosas.

LA PATRIA EN LAS TRIBUNAS

Año del Mundial de Fútbol. Rusia 2018. El mundo unido por un balón. En la cancha, los guerreros velan sus armas. Aparecen los genios, los carasucia (Eduardo Galeano dixit), aquellos que hacen que el balón vaya pegado a sus pies y los olés en las tribunas, cuando dribla a quienes se le ponen enfrente, hace que la perrada delire. Hay también broncas y desaires. Alguna vez de hace un tiempo, en Buenos Aires, Argentina, fui a un juego Boca-River. Hospedado en céntrico hotel, y con una compañía creada por jóvenes que se encargan de recogerte en tu sitio, llevarte en una minivan y ponerte a la mano el boleto de entrada, mediante pago suculento, en esa camioneta donde viajábamos gente de varias nacionalidades, un colombiano preguntó si había visto alguna vez un espectáculo de estos, le dije nones. Es inolvidable, respondió. Y lo es no por el juego que se juega, por la pasión en las tribunas. Rivales en la cancha y en la vida, los del River quieren matar a los del Boca, y viceversa. Nada iguala a esas tribunas, las barras bravas se gritan de todo y, al término del juego, salen primero los de la porra visitante, luego los espectadores normales, allí nos incluimos todos, y media hora después, al final, la porra de casa. Afuera de ese barrio bravo de Boca, cuando se encuentran las dos porras, ha habido muertes y apuñalados. Así es la pasión en Argentina. En el Robert F. Kennedy de Washington, en el Mundial de Estados Unidos (1994), me tocó ver a un vikingo noruego que se mofaba en el lado de la tribuna mexicana, cuando nos asestaron el gol. Sin la camisa, el calor era como terrablanquense, y enarbolando su bandera Noruega, gritaba improperios. Un mexicano panzón, robusto, de casi dos metros de altura y de panza, bajó de las gradas y, en defensa de la patria, le dio dos moquetes al intruso que se atrevió a tal afrenta. La tribuna lo elogió como salvador de la patria. Con México no se juega. Toco el tema porque en un juego mundialista, unos mexicanos iban vestidos o disfrazados como Vicente Guerrero, Morelos y un Hidalgo, que sin ser Cura iba en busca de otra independencia. Al transcurrir el juego, la cámara nos hizo ver la escena cuando se enfrentaba a un güero sudafricano, y poco después a nuestro Cura se lo llevaban detenido unos polis. Cosas del fútbol, cuando la pasión llega y el fanatismo se apodera de esa locura que se vive en las tribunas, que a ratos asemeja manicomio. Como el de la Champions con Cristiano Ronaldo, eliminando a la Juventus en sobre tiempo, lo que hizo que los asuntos se calentaran. Si era o no era penal, ya jamás se sabrá, una mitad opina que sí, otra, que no.