La partida del escritor Sergio Pitol ha unido al mundo cultural, intelectual y político para lamentar el fallecimiento del autor de El Mago de Viena, un grande de la literatura mexicana, y uno de los xalapeños más queridos. Y digo xalapeño porque en la capital de Veracruz el maestro decidió cerrar su ciclo de viajero y afincarse como un habitante más de la ciudad, un paseante a quien hasta el año 2010 más o menos veíamos recorrer las calles del centro histórico con una sencillez notable, donde saludarlo era frecuente y encontrarlo en los cafés, las ferias del libro o en actividades culturales también.
Un auténtico cosmopolita que vivió treinta años fuera de México y representó a nuestro país en legaciones extranjeras, políglota, traductor impecable, querido y celebrado en Latinoamérica y España, donde recibiría en el 2005 el Premio Cervantes de Literatura, el máximo galardón a las letras en Hispanoamérica, cerró su ciclo creativo y vital entre nosotros.
Pitol a lo largo de su prolífica vida obtuvo los más importantes reconocimientos que puede recibir un escritor: el Premio Xavier Villaurrutia, el Juan Rulfo, el Nacional de Ciencias y Artes, el Herralde de Novela, el Mazatlán, la Medalla de Bellas Artes y el Cervantes que recibió de manos de los Reyes de España. Solo le faltó el Nobel de Literatura. Su obra ha sido traducida a cerca de 30 idiomas y nos dejó libros imperdibles como El Arte de la Fuga, El Tañido de la Flauta, El desfile del amor, Domar a la Divina Garza, La Vida Conyugal, entre muchos otros.
Fue, junto a José Emilio Pacheco y Carlos Monsiváis, de los escritores más populares en nuestro país, en el sentido amplio del término. Muchos sabían de él, lo mencionaban y elogiaban, aunque hubieran leído muy poco o ninguna de sus obras. Y ello quedó de manifiesto con el alud de mensajes en redes sociales que publicaron políticos y personajes variopintos a quienes no imaginamos inmersos en la lectura de su obra. Pero de que era querido en México y particularmente Veracruz y Xalapa, ello está fuera de duda. Era uno de nuestros personajes entrañables porque formaba parte de nuestra cotidianeidad.
Comparto una anécdota que lo retrata de cuerpo entero en cuanto su afabilidad y sencillez. En una Feria Infantil y Juvenil del Libro que se llevó a cabo en la Casa de Artesanías de Xalapa hace algunos años, a donde concurrí con mi familia, lo encontramos en un pasillo viendo un stand y lo saludamos. En ese momento algunas personas que no lo reconocieron le comenzaron a preguntar los precios de algunos libros suponiendo que era el encargado y Pitol, tan tranquilo, comenzó a atenderlos, a dar precios, a pasarles títulos, a recomendar lecturas. Era la estampa de un hombre feliz y modesto, un genuino promotor cultural. Así era Sergio Pitol, quien pese a su grandeza nunca se creyó una divina garza; con su modestia, su cercanía humana, sus grandes cualidades y talento la domó desde muy joven.
Esa faceta de su personalidad la resume Francisco Segovia en un ensayo publicado en el suplemento de La Jornada hace algunos años a propósito de su trabajo como traductor. Dice de Pitol: “Avenirse a juntar y prologar sus obras reunidas para el Fondo de Cultura Económica, o a reunir bajo su propio nombre, para la Universidad Veracruzana, los libros de los muchos y diversos escritores que ha traducido, puede parecer presuntuoso, un saludo con sombrero ajeno, pero él sabe que negarse a hacerlo sería aún más presuntuoso: una intolerable exhibición de modestia. Por esa misma razón, aunque no busca los premios, tampoco los rechaza. Ésa es su modestia, una modestia verdadera, debida quizá a la soledad y la lejanía en que ha escrito siempre”.
Por ello y por su obra, la partida del autor de «El tañido de una flauta», se convirtió en uno de los temas más comentados en Twitter a nivel mundial y las instituciones culturales del país y la Universidad Veracruzana planean homenajearlo a nivel nacional. Merecidísimo reconocimiento para un personaje excepcional, que vivió con pasión y lo recordamos con su eterna sonrisa.
La escritora Elena Poniatowska, una de sus amigas más queridas ha contado que Pitol se sentía muy orgulloso, de su libro El Mago de Viena, texto autobiográfico donde literatura, experiencias personales, lecturas, estética y ensayo se confunde en una rica amalgama, y afirmaba que había ganado el Premio Cervantes justamente por ese libro.
La periodista contaba también lo que significó ese premio para Xalapa y para Veracruz. «Desde el gobernador para abajo, caminar en la calle era muy difícil, todos salían, lo abrazaban, lo besaban, le daban la mano, era una cosa tremenda, al final él sabía un camino y me decía ‘no nos vayamos por el parque, te voy a llevar por unas callecitas escondidas para no encontrar a la gente’ porque ya era demasiado, ya era un rockstar de Xalapa». Y en efecto, así era.
Ahora, como siempre que parte un gran escritor, el mejor homenaje que podemos rendirle es leerlo.
Descanse en paz el inolvidable maestro Sergio Pitol, un ejemplar del cosmopolitismo mexicano y para orgullo de quienes tuvimos la fortuna de conocerlo, uno de los escritores contemporáneos más importantes en lengua española.
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