Guillén: “Revolución, eres una paloma que va volando de noche bajo la luna”. Camelot
LA CUBA SIN LOS CASTRO
Los Hermanos Castro han rendido la plaza. Se han ido, aburridos de gobernar mil años, ni Hitler. Entra uno nuevo que será controlado. A ver cómo les va, y si éste más joven que los viejitos, los mete a la modernidad y abre las puertas para que tengan lo que aspira todo pueblo: libertad y tecnología, que no la tienen. Hace 9 años, quien esto escribe anduvo y andó en Cuba. En la Habana de los Hermanos Castro. Paréntesis: (Cierta vez, Frank Sinatra vio en la entrada de Las Vegas, a un grupo que anunciaban como los Hermanos Castro, le llamó la atención y entró pensando que eran Fidel y Raúl, que iban a entonar unas rolas cubanas. No, eran los mexicanos Hermanos Castro, Sinatra, que ese día no estaba resfriado, se sentó, les escuchó y le gustaron, vocalizaban de primera, como el Peje en campaña rumbo al Debate dominical, de allí fue a saludarlos, los otros por poco se desmayan, desde ese lejano tiempo, diría un narrador bíblico, se hicieron amigos). Mi memoria me lleva a esa fecha, bajé en un avión de línea mexicana, después de haber hecho escala en Cancún. Llegué al aeropuerto José Martí con mis dólares y cambié a los pesos cubanos. Hacía mucho que la Guerra Fría se había ido y vivían en el desencanto y los apuros, aunque los dictadores hermanos decían que vivían bien. Qué va. Les faltaba todo. Mis columnas sufrían al buscar el Internet, al escribirlas en las noches en la soledad de mi cuarto del hotel español, Meliá. Una tarde fui al gran hotel Nacional, donde vivieron la historia, allí llegaban las grandes estrellas mexicanas y de Hollywood, y en sus galerías se ven. Fue el hotel, escena vista en la película El Padrino, que la noche de un 31 de diciembre mientras se contaban las doce campanadas y se tragaban las uvas, Fulgencio Batista salió por piernas, dicen los presentes que se le escuchó cantar: ‘la última noche que pasé contigo’, los barbones llegaban ya, y llegaban bailando ricacha. Muchos mexicanos plasmados en esas paredes. María Félix, Cantinflas, Tin Tan, Pedro Armendáriz, Lara, una pléyade de figuras del cine de antaño, cuando el cine mexicano era campeonísimo en América y en países de habla hispana, con las fotografías de Gabriel Figueroa. Aparece la Cosa Nostra: Lansky, Traficante, Lucky Luciano, aquel que solía decir: ‘en cualquier negociación lo importante es no ser el muerto’. Y Meyer Lansky, el mafioso judío, tesorero de todos los dineros de la mafia expulsada de Cuba, que murió en la cama, uno de los pocos en no ser ejecutado y baleado. Los grandes del canto: Nat King Cole, Harry Belafonte, Sinatra, las bellas, Ava Gardner y mujeres hollywoodenses que le daban brillo a aquella vieja Habana, cuando venían a probar el ron y a escanciarse en los amores furtivos en sus viejos casinos.
MÁS DE LA HABANA
Me habían dicho de llevarles cosas de perfumería y polvos de la cara, y en una tienda de cadena, Waldos, orizabeña, les llevé sus cosas. Las camareras te aman, cuando les das regalitos. Los mexicanos allí vivimos al grito de guerra. Muchos van buscando amores furtivos y es común verlos en las calles, a los viejos todos ridículos de la mano de esculturales jovencitas cubanas. Fui con mi sobrino, el infante Gustavo Lila Haaz, a ninguno de mis amigos les dieron permiso de ir. Las esposas celosas les cuidaban. ‘No me deja mi vieja’, decían lloroncitos. Al llegar, contraté a un viejo como chófer, Ciro, cubano que amaba a Fidel y que lo defendía a capa y espada. ‘Ciro, llévame a conocer la casa de Fidel’. ‘Chico, eso no se puede’, me decía intrigado de verme como agente de la CIA o como veterano de Bahía de Cochinos. Conocí la Habana y sus autos viejos, La Bodeguita del Medio; fui a la Finca Vigía, donde vivió Ernest Hemingway y allí escribió el Viejo y el Mar, que le dio el Nobel. Vi su alberca, donde aseguran que Hemingway les decía a sus invitados: “Toca el agua, para que sientas la piel desnuda de Ava Gardner”, pues allí llegó una vez con el torero Luis Miguel Dominguín, y solía nadar así, desnuda. Vi su forma de vivir, una tarde Ciro me invitó a su casa, una especie de condominios del Infonavitt, como los nuestros, allí les vi desde dentro, lo que comen, lo que sufren, lo que añoran, todas las jovencitas quieren salir a buscar otros territorios, o México o Miami, cualquier sitio donde mirar el mundo de otra forma. Aunque tienen educación de primera y sistema de salud por igual. Y en los deportes, excelentes.
UN POCO DE TODO
Vi lo que pude. Hablé con su gente. Conocí los edificios simbólicos, como el de Bacardí, donde se hacia el famoso ron que, a la llegada de los barbones, todos los pudientes huyeron de la Isla, como ahora algunos recelan de AMLO. En la bahía, frente al mar me bajé porque vi a unos chamacos pequeños que les enseñaban a jugar el béisbol, su deporte y alma. Eran chingones, me quedé extasiado, me acordé allí mismo que un equipo amateur había ido a Estados Unidos y les metió una paliza a un equipo profesional. Vi bailar a esas monumentales cubanas en El Tropicana, y compré unos libros viejos que ofertan en las calles. Me tomé una foto en la Plaza Revolución, donde celebran sus éxitos y fracasos y algún intento de invasión. Posé con una gorra del Che Guevara, y en un bar al mediodía, encontré a una mujer que adoraba y amaba a Toña La Negra, me cantó dos rolas de ella, y me transporté a Veracruz, pedacito de patria que sabe sufrir y cantar. Ciro me presumía: ‘aquí no hay violencia, chico’, no se conocen de secuestros ni de robos, uno camina tranquilo por las calles a altas horas de la noche, porque, me aseguraba, el que roba al turismo, lo pasan por las armas. Jajajaja. No era así, pero viven sin problemas delincuenciales, les envidiamos esa seguridad.
Hay cambio de mando y eso hay que celebrarlo. Los Castro se fueron, como las pelotas cuando se van fuera del parque. Que sea para bien de ese pueblo, que ama a Veracruz y a México, como dice aquella vieja canción de Beny Moré: “México y la Habana, dos ciudades que son como hermanas, para reír y cantar”.
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