«El otro día pasé caminando por azar, frente al edificio donde viva Sergio Pitol en París. Era la época en que Magui y yo lo conocimos. Donde nos reunimos muchísimos fines de semana y bailamos y comimos y llenamos de risa el silencio nocturno de la calle. Sergio, durante algún tiempo de iniciación parisina, casi nos adoptó. Nos invitaba a comer y cenar todo el tiempo y nos presentaba a sus amigos.. El era agregado cultural de la embajada mexicana cuando Carlos Fuentes era el embajador. Con Sergio se podía hablar como con nadie de las tripas de los libros, de sus estructuras, de sus mecánicas y geometrías, de su carnita y de sus músculos. Recuerdo una vez que estábamos en un cafetería y entró Julio Cortázar. Sergio se puso nerviosísimo. Me dijo que lo admiraba tanto que no podía controlarse. Cortázar nos vio y se acercó a saludarlo. «Hola, Sergio, como estás», le dijo». Lo escribe Alberto Ruy Sánchez en el suplemento «El Cultural» de «La Razón».