Me cuesta trabajo hablar con moderación de mi tierra, la Patria Chica, como también se le dice al lugar de donde uno es originario. Confieso que siempre me gana el afecto, el orgullo y el profundo amor que le guardo a Córdoba. Nací cordobés, he vivido como cordobés y moriré como tal. Es como una enfermedad incurable, es como un cáncer que ha hecho metástasis en todo mi organismo. En este tema soy taxativo, sin discusión.
Y esto no es producto de un apasionamiento que, en mi caso, es perfectamente explicable. Voy a tratar de explicar en unas cuantas líneas lo que todo ello significa desde la profundidad del ser racional, de su relevancia histórica y de su importancia como una ciudad cuna y forjadora de algunos de los valores ubicados en lo más alto del rango cultural de México, más allá de su propia y rica historia, baluarte indiscutible de la Nación desde su fundación hace 400 años.
Para ello me voy a referir a dos de los máximos valores que en el campo de la filosofía y de la poesía han dado lustre a la tierra: Fernando Salmerón Roiz y Rubén Bonifaz Nuño.
De Fernando Salmerón Roiz fue un destacado académico, investigador y funcionario público, pero ante todo fue un gran humanista. Desempeñó los cargos de rector de la Universidad Veracruzana, fundó y fue el primer director de la Facultad de Filosofía y Letras, en la Secretaría de Educación Pública fungió como Director General de Enseñanza Superior e Investigación Científica, también fue director del Instituto de Investigaciones Filosóficas de la Universidad Nacional Autónoma de México, rector de la Universidad Autónoma Metropolitana, plantel Iztapalapa y luego fue el tercer rector general de la misma. Fue miembro de la Academia Mexicana de la Lengua y del Colegio Nacional.
Fue discípulo y estudioso de la obra del filósofo español exiliado en México, José Gaos, y abrevó los terrenos a veces inescrutables de la ética y la moral aplicados a la educación, como dos elementos, casi condiciones indispensables del proceso formativo de los estudiantes de educación superior. Dejó una vastísima obra a través de ensayos, artículos especializados y colaboraciones en libros. Quienes lo conocieron y tuvieron oportunidad de tratar lo refieren como un sabio caballeroso.
Del otro cordobés, Rubén Bonifaz Nuño, lo primero que diría es que fue una figura entrañable para mí, al que conocí a través de su poesía, a la que describiría como sencilla pero profunda a la vez. Antes debo decir que tanto él como Fernando Salmerón, en vida formaron parte del Colegio Nacional, que es algo así como el Olimpo del pensamiento de México. Son parte de él los mexicanos más ilustres –había un tercer cordobés, el Dr. Carlos Casas Campillo, en su momento un científico muy reconocido-. Pero decía de Bonifaz que se me hizo una figura entrañable a través de su sencilla escritura.
Hay que leerlo, lo recomiendo, en especial guardo entre mis preferidas una poesía que parece que me retrata en mi época adolescente, a mí y a mi flota de amigos, cuando íbamos a las fiestas y no éramos de los más afortunados en el difícil arte del baile y del ligue con las muchachas de aquellas esplendorosas épocas, se llama “Para los que llegan a las fiestas”, he aquí un fragmento de ese hermoso poema:
Para los que llegan a las fiestas / ávidos de tiernas compañías, / y encuentran parejas impenetrables / y hermosas muchachas solas que dan miedo / —pues uno no sabe bailar, y es triste—; / los que se arrinconan con un vaso / de aguardiente oscuro y melancólico, / y odian hasta el fondo su miseria, / la envidia que sienten, los deseos; / para los que saben con amargura / que de la mujer que quieran les queda / nada más que un clavo fijo en la espalda / y algo tenue y acre, como el aroma / que guarda el revés de un guante olvidado; / para los que fueron invitados / una vez; aquellos que se pusieron / el menos gastado de sus dos trajes / y fueron puntuales; y en una puerta, / ya mucho después de entrados todos, / supieron que no se cumpliría / la cita y volvieron despreciándose.
Y es que, ¡carajo!, tenía dos pies izquierdos y era el más tímido de los tímidos –hasta la fecha lo soy-. Ese poema la primera vez que lo leí me impactó porque me remitió a aquellos años idos. La pura nostalgia. No exagero si digo que Bonifaz es para un servidor el más grande poeta mexicano. Habrá quien no esté de acuerdo, lo respeto, pero su sencillez como poeta y como persona, sin duda, eran la mayor riqueza de mi paisano.
Bonifaz en vida recibió los premios Nacional de Letras (1974), Latinoamericano de Letras Rafael Heliodoro Valle (1980), el Diploma de Honor, certamen de capitolio en Roma (1981), el Doctorado Honoris Causa por la Universidad de Colima (1985) y el Internacional Alfonso Reyes (1984), entre otros galardones.
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