Antes, no hace muchos años, un buen político que se preciara como tal, era indispensable que dominara dos materias como una condición necesaria para manejar el difícil arte de la grilla partidista, que no la política: geografía e historia o historia y geografía, como quiera usted ordenarlas, el orden de los factores no alteraba el producto, con ese conocimiento bastaba para hacer grilla.
Bajo esos parámetros, un buen político tenía que ser ducho en la confección de TARJETAS INFORMATIVAS –así con mayúsculas-, en donde plasmara sus sesudos conocimientos de la historia de un lugar en particular y de la geografía ídem. En cuanto a la “historia”, esta se refería a conocer a los principales “líderes” naturales del lugar en cuestión, los influyentes, que gracias a su liderazgo local eran capaces de mover voluntades en favor de un determinado propósito, que casi siempre era político. Así, entraban en esta lista los párrocos; maestros respetados como líderes morales por su probidad, formadores de generaciones de mujeres y hombres a nivel local; los líderes obreros o dirigentes campesinos con una fuerte vocación caciquil; los dirigentes de colonias y, por supuesto, también estaban los “ricardos” de la localidad, que tenían un peso específico muy fuerte en base a su potencial económico, así como otras figuras destacadas en los campos social, cultural y político.
Esa “historia” tenía una acepción muy particular cuando se la relacionaba con el arte de la grilla. Es decir, se refería más bien esa historia al conocimiento de personajes, acontecimientos y hechos locales relativos a una persona, grupo o a los miembros de una comunidad social determinada. En lo que correspondía a la “geografía”, como una acepción especial se refería al conocimiento de la ubicación geográfica de un determinado lugar (municipio) y de su región en que estaba enclavado éste, límites territoriales, vías de comunicación por tierra, agua o cielo, distancias de tal o cual lugar, hoteles, restaurantes, centros de convivencia social, clubes, asociaciones, etc. Con estos datos, de mucha utilidad en su momento, ya se podía dar un panorama a un político que anduviera en la búsqueda de un cargo de representación popular o cualquier otro que se le pareciera.
Quien dominaba estas dos herramientas indispensables para la grilla, era más que suficiente, eran su tabla de salvación para sobrevivir en el difícil ambiente de la grilla. No había necesidad de manejar otros conocimientos, inútiles diría yo. Lo cultural, por ejemplo, salía sobrando, haber leído alguna joya de la literatura universal también, ¡para qué! Con dominar historia y geografía bastaba para granjearse la confianza de un político que anduviera en una campaña política.
Y durante mucho tiempo así se hacía la grilla provincial en México, y así se ganaron muchas batallas electorales, con esos elementales pero indispensables conocimientos. Esa era la mecánica, digamos, con la que se movían las cosas. Ese era el tipo de liderazgos que hacían que los engranajes del sistema político mexicano a nivel provincial rotarán, prácticas que desde luego estaban amarradas con gobiernos, instituciones electorales y dinero, mucho pinche dinero para comprar lo que hiciera falta comprar, ¡ah, y claro también!, algo oculto a lo que los antiguos denominaban alquimia.
Pasó el tiempo y la operación de los sistemas electorales salió de la esfera de control del gobierno. Y entonces las cosas cambiaron, llegó la invitada indeseable de la competencia electoral y con ella la necesidad de aprender otras artes. Ya la historia y la geografía no fueron suficientes para ganar batallas electorales, hubo necesidad entonces de echar mano de otras ciencias, pero de éstas me ocuparé mañana.
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@marcogonzalezga