¡Ay Harry, Harry, Harry!
Lo que hay que ver o, mejor dicho, como diría Santo Tomás –el apóstol, no de Aquino-: ver para creer. Caracho, jamás me imaginé vivir para ser testigo de una boda real, al más rancio y puro abolengo, en donde los contrayentes fueran un príncipe de cepa, con toda la barba y linaje real de la Inglaterra imperial en su sangre -“la pérfida Albión”-, y una plebeya, americana, ex actriz, divorciada y mulatica (hija de una mujer afroamericana y un descendiente de irlandeses, como para acabarla de amolar).
Pero bueno, descendiendo el príncipe Harry, que en realidad se llama Henry Charles Albert David aunque nos cueste un poco de más trabajo, duque de Sussex, Conde de Dumbarton y Barón de Kilkeel, también para que no se nos olvide, porque decía yo, hablando de descendencias ilustres, que ya nada me sorprende a estas alturas. Harry, haciendo gala de su absoluta libertad individual, ha decidido casarse con una plebeya. Y es ¿que quién en su familia podría censurarlo por esa sabia decisión?, o todavía más, quién se atrevería a fustigarlo o a reclamarle por tal acto cuando entre su ilustre ascendencia se encuentra un hombre de la talla de Enrique VIII, una suerte como de Harvey Weinstein de antaño, que nada más entre sus travesuras está, además de casarse seis veces, el haber mandado a descabezar a Ana Bolena, acusada por el cruel de Enrique de haberlo engañado con su propio hermano (George Bolena), entre otros contertulios.
Y es ¡qué cosas tiene la vida!, hace exactamente 482 años, también un 19 de mayo, de 1536 para ser más precisos, Ana Bolena fue llevada violentamente por unos cancerberos al cadalso, después de una breve reclusión que antecedió a su ejecución en la tétrica torre de Londres, siendo insultada por el populacho que vitoreaba la muerte de la “adúltera que fue reina durante 999 días. Todo esto en medio de cismas mundiales en aquella época, cismas que cimbraron al mundo por el rompimiento de Inglaterra con Roma y el surgimiento de la iglesia anglicana.
¡Quién dijo que los británicos son fríos y flemáticos! ¡Por Dios, no los conocía!, Enrique VIII fue todo menos flemático. Para nada la reserva se llevaba con su personalidad avasalladora e inclemente. De lo que fue capaz de hacer con tal de tener un hijo varón y, lo que son las cosas, cuando la naturaleza no da, ¡no da y punto!, puro Power Girl. Desde de aquí, yo me permito felicitar al buen Harry, se ve que es un chaval alivianado y a Meghan también. Me gusta la chava porque su presencia viene a refrescar los dorados pero obscuros pasillos de Buckingham. Le viene bien a esa centenaria realeza la incorporación a su primera línea de sucesión de una mujer en toda la extensión de la palabra como lo es Meghan: liberal –open mind-, emancipada, inteligente, feminista, sin telarañas en la cabeza, madura joven, que además debe ser una mujer divertida, quizá un poco locuaz, con papás divorciados, la mamá de raza negra, intelectual, con una maestría en Trabajo Social y el papá, que por si fuera poco vive en México, un ex actor, de ascendencia irlandesa –mi querido amigo Pepe debe estar feliz-, que seguramente también es un liberal. Carajo, lo que estamos viendo, signo de estos tiempos.
Perdón que me ocupe de estos temas como de tabloide de espectáculos, pero es que las cosas de la realeza son seductoras y tienen un encanto indiscutible. Esto nada tiene que ver con mis convicciones republicanas, antimonárquicas y, de paso, también anti caudillistas. Estas historias son como de cuentos de hadas que me traen a la memoria películas de dibujos animados con las que crecí, de ensoñación: La Bella Durmiente, La Cenicienta, Blanca Nieves y los siete enanos, y otras, muchas fábulas universales que me bebí cuando fui un infante.
Gran boda ésta la de Harry y Meghan en la casi milenaria abadía de Westminster. Es que, caray, cuando habla o escribe uno de estas cosas, es como si estuviera invocando a la historia misma del mundo occidental.
gama_300@nullhotmail.com @marcogonzalezga