Los hombres que calzan tacos
Por Alberto Calderón P.
Escribir de futbol es una tarea interminable y más si se vive en un país como el nuestro en donde es el deporte nacional, previo al mundial de fuetbol aparecen en todos los escaparates, vitrinas, anuncios, cronistas deportivos, periódicos y revistas especializadas en el tema y analistas hablar sobre el tema.
Muchos críticos cuestionan porque los escritores no hablan de futbol, pocos son los que se atreven al tema como lo hizo en su momento Rafael Alberti, Mario Benedetti y un puñado escribas más. En etapas más recientes el escritor argentino Martín Caparros, El uruguayo Eduardo Galeano y el mexicano Juan Villoro llevan la vanguardia, otros aparecen esporadicamente.
Como dicen los antes mencionados que el futbol esta tan codificado e involucra de una forma tan precisa sus propias emociones, tragedias y comedias que hacer una descripción detallada de las mismas resulta inútil.
Otra desventaja es en el momento de ser narrado primero por radio y posteriormente con la llegada de la televisión, y a medida que pasa el tiempo con diferentes ángulos por las cámaras que captan hasta el mínimo detalle, dejan poco espacio para la recreación literaria, por eso los misterios novelados de patear el balón, suelen ser breves. Y es que el futbol es un deporte de palabra, de infinidad de directores técnicos, de narradores esplendidos en las oficinas, escuelas, en cualquier sitio. Los aficionados manejan estadísticas, y conocen a detalle la vida de los hombres que calzan tacos.
En los estadios y frente a la pantalla (antes se decía televisor), cuando se da el silbatazo inicial, el aficionado se llena de anhelos, de agitación, descargando todas su frustraciones con gritos y rechiflas, las burlas a los contrarios. El racismo brota al igual que la violencia en algunas ocasiones. Pero por lo regular después de noventa minutos de haber sacado todas las emociones contenidas, regresamos a nuestro estado normal.
El juego de futbol es algo que sucede a medias, o sucede mal o no sucede pero siempre queda latente que puede mejorar, por eso es sorprendente ver en los aficionados el conformismo de la resignación. Sin embargo el jugador numero 12 es una figura importante en los estadios, inventado en los años veintes por Pablo Rojas Paz comentarista argentino, como nos lo describe Martín Caparros en Biografía del boca Juniors, en esos tiempos, el mencionado habló del jugador número doce cuando eran llanos y los aficionados solían ser los familiares de los jugadores, pero su creación resultó cierta el tiempo le dio la razón, hoy en día el jugador número doce significa “jugar en casa”.
De pronto un futbolista vuela por los aires, cae con espectacular pirueta, se lleva las manos al rostro o cualquier otra parte del cuerpo y convulsiona, pero la magia de la resurrección se hace presente en el estadio y minutos después vuelve a correr tras el balón. Al pecador se le castiga con una tarjeta amarilla y lo obliga al arrepentimiento, si saca la roja lo manda al exilio. El trabajo de árbitro consiste en hacerse odiar, nadie galopa más que él, jamás le aplauden, todo el público recuerda a su madre, es el culpable de todas las desgracias, pero paradójicamente cuanto más lo odian más lo necesitan como dice Eduardo Galeano.
Otro protagonista del juego que muchas veces no le va muy bien es el portero ya que donde pisa nunca crece el pasto, condenado a mirar el partido de lejos, aguarda a solas en la portería su fusilamiento. Cuando un jugador comete un penal el castigado es el, los demás jugadores pueden equivocarse las veces que sean pero si una falla el portero es motivo de ruina total así se describe en Futbol a sol y sombra.
Ahora hablemos del capitán Nevill, atrincherado con su ejército inglés, este hombre, saltó de la zanja en 1919 en plena guerra mundial, se lanzó al asalto con un balón por delante corriendo tras la pelota, lo siguieron sus compañeros de combate en contra del ejército alemán, murió, pero fue considerada la primera victoria del futbol inglés en el frente de batalla.
En Ucrania hay un monumento a los jugadores del equipo Dinamo de Kiev de 1942, por derrotar a una selección de Hitler, les advirtieron ¡si ganan se mueren!, entraron resignados a perder, con hambre de triunfo y miedo, pero pudo más la dignidad y los once fueron fusilados al terminar el encuentro.
Como esos hay muchos casos de anécdotas importantes a lo largo de la historia del balompié, que sería muy extenso enumerar.
El tiempo se ha terminado y suenan los tres pitidos del silbatazo final de este grato encuentro, me despido no sin antes recordar que muchos jugadores fueron piezas claves en sus equipos y nunca reconocidos… en el llano, en los torneos de barrio, en las canchas de la escuela, los que se quedaron en la sombra por un hueso roto, falta de recursos, muchas circunstancia que se presentaron. La mayoría tomó otros rumbos para seguir en el más transcendental juego…, el de sus vidas, ellos, los nunca vistos; son tan importantes como los que llegaron a un estadio y triunfaron.
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