*Puede ser que tengas el reloj, pero nosotros tenemos el tiempo. Camelot.

EL PASTO SAGRADO DE WIMBLEDON

Los días son variados, los hay con calor y jalar la remera, como le llaman los argentinos a las playeras, otros donde desde la mañana el frio cala, y hay que jalar la chamarra. A la compra de los tiquetes, que varían entre 12 y 15 libras esterlinas, tarifas para niños, adultos y la tercera edad, llegamos a tomar la última tour de la tarde, después de la comida familiar, el recalentado que le llamamos en Veracruz. Un Uber nos llevó al estadio. El guía nos esperaba, todo en inglés, en una hora nos dio un paseo por las canchas aledañas donde practican los tenistas cuando llegan en julio a ese torneo, el más antiguo del mundo, desde 1877, el único de pasto que lucen orgullosos y lo cuidan como a su reina. Por cierto, la reina misma que al parecer no hace nada, pero tiene muchas actividades, se dio una vuelta al estadio, anticipo del torno que viene. El guía presumía todo, las canchas, el estadio central de 15 mil espectadores, hacía calor, uno se imaginaba ve una final, cuando el pasto, después de las dos semanas de combate cuerpo a cuerpo, el pasto ya se nota lastimado, como las porterías de los porteros cuando les llueve metralla, como muchos dirán que le ocurrirá a México el Día del Padre, que de regalo esos alemanes nos darán cuero al por mayor; al menos yo mero, que un día me dio por el tenis y, entre otras cosas, en un Abierto de Estados Unidos, en el Flushing Meadows de Nueva York, ahora llamado Billie Jean King, en honor a esa gran tenista, vi una final de lujo, Bjon Borg y John Mc Enroe, cuando aquellos no eran tenistas, eran unos dioses iluminados por el cielo, como lo es Messi y Cristiano Ronaldo y Neymar en el fútbol. Cuando llegas a la entrada principal, el guía menciona que allí solo verás relojes Rolex, patrocinador oficial del torneo, en el All England Tenis Club. Ahí han visto a los mejores del mundo, y ahí vieron también ganar en 1960 al mejor tenista mexicano, Rafael ‘Pelón’ Osuna, se lo dijimos al guía cuando vimos la galería de los ganadores de dobles, y también a Antonio Palafox, que lo ganó con el pelón Osuna, y Raúl Ramírez que hizo dupla con el gringo, Brian Gottfried. Glorias mexicanas, el Pelón muere trágicamente en aquel vuelo rumbo a Monterrey, donde volaba Carlos Madrazo y la conjura pensó que había sido un atentado llevado por Díaz Ordaz. Cuando el tenis no volvió a ser lo mismo, al menos para México. Vimos también la galería del tenista cordobés, Santiago González, que ranqueado va a los dobles y que año con año aquí juega, que ya con eso es un orgullo, ganes o no. Cuando llegas a la cancha principal y ves ese esa cancha en silencio, uno rememora las grandes odiseas que ahí se han dado, como Rafael Nadal lo hace en el Roland Garros de Paris, donde nomás lo ha ganado 11 veces, dejando un record difícil de batir. Al término, entramos a la tienda de souvenirs, mínimo hay que llevarse una gorra para decir: aquí estuve, en el mítico estadio de tenis de Wimbledon.

A LA BUSCA DE LOS BEATLES.

El camión del tour nos apeó cerca de la calle Abbey Road, la que los Beatles hicieron famosa. Cuando los cuatro iban a grabar a los estudios EMI, hoy Abbey Road, y no llegaban los ingenieros, incluido el quinto Beatle, George Martin, el otro era Brian Epstein, su manager, salieron a la calle y se tomaron una foto en ese paso de cebra, uno de ellos descalzo. Hay tantas historias que se contaron de esa foto, que a lo mejor ni los mismos cuatro de Liverpool se las saben, cómo tantas historias hubo de Waterloo, que ni el mismo Wellington supo muchas de ellas. Las leyendas crean historias, a veces inverosímiles, es como la vida, la vida es una ruleta en que apostamos todos, dijera Tomás Méndez, y a veces la vida es una tómbola, tom, tom, tómbola, dijera Mona Bell. Aquí estamos viviendo una vida de una semana londinense. De calor, cuando todos los güeros salen a los campos verdes, se quitan la playera y en short quieren ocultar ese amarillo Caterpillar que cargan. Uno no necesita de eso, nacimos cafecitos y ahí vamos. A veces unos más prietos que otros, pero nos defendemos. Hay ahí mismo, al pie, el estudio que era EMI, ahora le llaman Abbey Road, alguien filma algún documental. Un letrero al frente nos alerta; es propiedad privada, no se puede pasar. Gachos. Ahí mismo donde los Beatles grabaron sus grandes éxitos, ahora es sitio privilegiado para unos cuantos. Cuantas historias en ese cuarto de grabación, ahí nació, bueno en Liverpool, ahí creció más bien el cuarteto más grande que la música haya parido, ellos y Elvis Presley fueron lo máximo en aquella época, luego llegó Michael Jackson y el marcador se emparejó. A unos pasos, la tienda de los Beatles. Hay de todo: llaveros, camisetas, discos, imanes para refrigeradores, carteras, todo lo que se pueda ocurrir que vendan con la leyenda grabada The Beatles. Allí estuve, donde la música un día murió y se volvió triste, el día que mataron un diciembre a John Lennon y el día que, también jamás volvieron a unirse los cuatro, el cuarteto Liverpool, el más afamado y aplaudido del mundo. Fin en aquella azotea londinense, su última grabación. Con chispa, esos mismos que en un concierto, cuando la Reina Isabel estaba presente, John Lennon llegó a decir: ‘los que estén atrás, en gayola, aplaudan, los que estén al frente, en primeras filas, solo agiten sus joyas’.

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