Ahora que comenzó el Mundial de Rusia 2018, se me vinieron a la cabeza, cual flashbacks (flashazos), una serie de recuerdos, y lo que yo llamaría una especie como de referencias cruzadas, sobre la imperial Rusia. Desde que era un infante, me nació la afición por la lectura de fábulas, cuentos y leyendas inspiradas en el gigante euroasiático. Los de Afanásiev son de antología, ya sabe usted, cuentos de hadas, príncipes y princesas (zarévich, o sea, los hijos del zar) que te ponían la imaginación a volar, y de Hans Christian Andersen (danés) recuerdo algunas, en especial una que, cuando niño, me causó mucha gracia su lectura, se trata de Nicolasín y Nicolasón, dos personajes populares de algún remoto pueblo de las estepas rusas.
Mucho tiempo después, leí el Archipiélago Gulag, del escritor en aquel entonces soviético, ganador del premio Nobel, Alexándr Solzhenitzyn, que es un relato autobiográfico que narra de manera cruda y por demás terrible su vida bajo reclusión en una cárcel soviética, que en realidad era un campo de concentración de trabajos forzados en donde se recluía a los disidentes y enemigos del régimen. Impresionante relato que era imprescindible leer en aquellos lejanos años de los linderos entre los setenta y ochenta, en pleno apogeo de la guerra fría. Por supuesto que en estas referencias cruzadas no podía faltar alguna lectura sobre la emperatriz Catalina la Grande, de la cual me llamó poderosamente su genio político, pero también, debo decirlo, su animosidad sexual, cosa que también debo decirlo, fue como una especie de lectura cargada de mucho erotismo por como sus biógrafos pintaron a la germana. Ya me la imaginaba metida en la cama seduciendo a uno que otro súbdito y subordinados amantes que le acompañaban.
Lo que es el poder, porque según imágenes que se conocen a través de pinturas de la no muy gentil dama prusiana, la señora no era muy agraciada físicamente hablando. Pero tenía poder político, mucho pinche poder.
Y ahora que recientemente nuestro paisano, el jalisciense Isaac Hernández, el bailarín principal del Ballet Nacional de Inglaterra, fue reconocido con el Prix Benois de la Danse, que es como el Oscar que se entrega al mejor bailarín del mundo. A propósito de este premio, se me venía a la memoria que recién fue dirigido por Mikhail Barýshnikov en la versión del clásico El Quijote, interpretación por la que fue nominado al premio y por su actuación en La Sylphide, otra obra de ballet clásico. Y recordaba que en 1985 Barýshnikov interpretó junto al actor y bailarín excepcional de color ya desaparecido Gregory Haines, una película musical de gran factura, el “Sol de medianoche” (White Nights). Muy recordado film con grandes puestas coreográficas, sobre todo de tap (claqué), en donde los dos excelsos bailarines hacen gala de sus enormes dotes para la danza.
La película narra una historia todavía en la época de la Unión Soviética, en donde ambos bailarines, uno norteamericano y el otro soviético, en circunstancias diferentes tratan de desertar del férreo sistema comunista de la ex URSS. Un gran elenco encabezado por Barýshnikov, Hines y con las coactuaciones estelares de Helen Mirren, joven y guapa, Isabela Rossellini (Bergman), también de deslumbrante belleza, con impresionantes escenas en la propia Unión Soviética, Finlandia, Inglaterra, Escocia y Portugal. Barýshnikov, actualmente ya un hombre maduro que ronda los 70 y pico de años, salió de su país incluso antes de la perestroika y la glasnost, y actualmente ha dejado el cine pero se mantiene activo en el mundo del ballet clásico, que en realidad es lo suyo antes que la actuación.
El otro caso notable que recordaba de un bailarín nacido bajo el régimen soviético, es el de Aleksandr Godunov. Este notable bailarín fue uno de los principales astros del Ballet Bolshói. En 1979 durante una gira por los Estados Unidos solicitó asilo político. En este país se convirtió en el primer bailarín del American Ballet Theatre, pero en especial lo recuerdo trabajando en una película en especial, la primera de la saga “Duro de Matar” (Hard Die, 1985), en donde interpreta a un terrorista alemán, maldito entre los malditos, que toman de rehenes a los trabajadores de la torre Nakatomi, en donde se encontraba la esposa del detective de un policía de Nueva York genialmente interpretado por Bruce Willis. En esa película, que es difícil que alguien no haya visto, Godunov tiene dos escenas memorables por el realismo con el que fueron hechas, en donde el bailarín se agarra a madrazo limpio con Willis, hasta que cae dramáticamente ahorcado con unas cadenas en el piso cuarenta y tantos del rascacielos.
Godunov, que era poco menos que excelso para eso de la danza clásica, murió en 1995, se presume que de cirrosis hepática. Finalmente, de épocas ya muy remotas, me acordé de otro bailarín, también desertor de la Unión Soviética, Rudolf Nuréyev, personaje infaltable de las noches discotequeras del Nueva York del Studio 54. Gran bailarín también que sucumbió al SIDA en las primeras épocas cuando padecer esta enfermedad era una irremediable condena a muerte.
Rusia y sus ex satélites hoy convertidos en repúblicas independientes, han sido la cuna de grandes artistas y figuras notables. La lista es interminable, desde compositores como Tchaikovsky, Stravinsky y músicos como Shostakóvich, Rostropóvich, Prokófiev, Jachaturián… y de ahí me brincaría a uno de mis primeros héroes futbolísticos, uno de los mejores porteros de todos los tiempos, la Araña Negra, Lev Yashin. Eduardo Galeano, el escritor uruguayo aficionado de coraza al fútbol, lo describía así: “Lev Yashin tapaba el arco sin dejar ni un solo agujerito. Este gigante de largos brazos de araña, siempre vestido de negro, tenía un estilo despojado, una elegancia desnuda que desdeñaban la espectacularidad de los gestos que sobran”.
Rusia, un gran país, enorme en extensión territorial, comienza en Europa oriental y termina en el Pacífico. Estas son mis referencias cruzadas.

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