Llegar a Barcelona, la pujante capital de Cataluña, tras muchos años lejos, y advertir que a pesar de los acontecimientos políticos recientes, las cosas funcionan y funcionan bien, tanto para sus habitantes como para el turismo y para los negocios; que funciona para todos, con excelente calidad de vida, me parece un fenómeno muy singular que a los mexicanos nos conviene analizar.

Aun considerando los más positivos atributos de los catalanes: vocación de trabajo, actitud austera; consumo de cultura; diversidad y visión incluyentes, no es asunto menor que, tras las intensas movilizaciones que enfrentaron y dividieron a familias enteras, unos a favor de la independencia de España, otros por su permanencia, a menos de un año del polémico referéndum del 1 de octubre, la bandera de Cataluña pendiendo de los balcones de muchas viviendas, parezca ser la única reminiscencia visible de todo lo ocurrido, ya que la polarización y el enfrentamiento han cedido paso a la funcionalidad colectiva.

¿Qué hay detrás de esta vuelta a la “normalidad”, que no significa que el espíritu independentista haya aminorado o desaparecido? De entrada, que hay una tradición de participación ciudadana muy añeja, que se remonta al siglo XIX, que ha permitido que la gente esté informada de todo lo que le concierne; que tenga experiencia en su dialogo con las autoridades, un dialogo respetuoso y propositivo, un dialogo permanente en donde es la ciudadanía la que expresa sus necesidades y formula sus propuestas a las autoridades.

Sonia García mi anfitriona en la presentación de mi libro Agenda Ciudadana, Pensar Global, Actuar Local, razón de mi viaje, me habla del Plan Cerda de 1860, un proyecto que buscó cuadricular la ciudad con islas en los espacios interiores, entre las edificaciones, para beneficio de los vecinos: “Entre el mar y la montaña sólo se puede crecer hacia arriba” Derivado de este plan se construyeron infinidad de jardines interiores para beneficio de los vecinos que vivían en edificios.

Hoy día, a pesar del debilitamiento de la clase media, que vemos repetirse en casi todo el mundo, y de la precariedad salarial, que en España considera que 700 euros mensuales es un sueldo bajo, porque los arrendamientos cuestan el triple, Cataluña y España funcionan y lo hacen bastante bien, porque la noción que prevalece es atender el bienestar ciudadano, situación que en México no ocurre, porque son los altos funcionarios quienes deciden qué hacer y no hacer, sin dar cuenta siquiera, a la ciudadanía que les paga.

Porque en México, la participación ciudadana es incipiente, y vista por las autoridades como una piedra en el zapato. Paradójicamente, son los grupos vandálicos, los que se expresan con violencia y abuso, quienes son atendidos por las autoridades. A las demandas pacíficas, organizadas y respetuosas se les cierra la puerta.

Cabe destacar en este análisis de la ciudadanía catalana, cómo a pesar de su larga tradición participativa, su activismo se retrajo sensiblemente durante los años dorados del “Oasis Catalán”, después de las Olimpiadas de 1992, cuando todo lo que ocurría era muy bueno: inversiones, generación de empleo, buenos salarios, economía creciente, canalización de recursos de la Unión Europea, etc. Pero, ojo, esta pasividad, duro lo que el bienestar; en 2009 cuando estalla la crisis inmobiliaria en España entera, el Movimiento de los Indignados reactiva con creces, el activismo olvidado durante casi una década.

Hoy España ha sido capaz de instaurar un nuevo gobierno, en apenas una semana, tras la moción por corrupción al gobierno de derecha de Mariano Rajoy. El nuevo gobierno encabezado por Pedro Sánchez del PSOE llega pisando fuerte con un gabinete de once mujeres (contra seis) en las principales carteras ministeriales. También hay juicios y prisión para políticos de otros partidos y el marido de la infanta Cristina, Iñaki Urdangarín, enjuiciado por corrupción y expulsado de la familia real, deberá ingresar en la cárcel por espacio de cinco años.

En España, como en todo el mundo, se cometen excesos y abusos, actos de corrupción, negligencias y omisiones; la mayoría de ellos se paga aplicando la ley, lo que en México no ocurre porque en nuestro país, el tejido social, que permite la cohesión ciudadana en torno a un proyecto colectivo, es un tejido roto que tenemos que reparar mas pronto que tarde, si aspiramos a convertirnos en una democracia plena.