Por Ramón Durón Ruíz (†)

William Castelli, el médico experto en estudios del corazón que popularizó el concepto de colesterol “bueno” y “malo”, no siempre se distinguió por su agudeza y capacidad para disertar temas ante el público.
Comenta que la primera conferencia que dictó, para explicar a un grupo de médicos generales la acción de un nuevo fármaco para reducir el colesterol, exponía en el pizarrón los 26 pasos del metabolismo del colesterol. Cuando se volvió para pronunciar la frase culminante sobre la acción del medicamento, se encontró con que los asistentes estaban dormidos.
–– Yo no tenía disposición natural para enseñar, ni para dictar conferencias –explica–. Llegar a hacerlo bien me costó mucho tiempo de arduo trabajo.
Lo mismo sucede con cualquier oficio en la vida, “la práctica hace al maestro” Cuando me encuentro con personas que desean escribir, pero tienen miedo de expresar sus sentimientos, les comparto los “Secretos del oficio de escribir”, de la novelista Muriel Spark:
1. Escriba usted en privado… no en público.
2. Despójese del miedo y de la timidez… como si lo que escribe nunca fuera a publicarse.
3. Antes de empezar, ensaye mentalmente lo que va decir… algo interesante, su propia historia.
4. Pero no ensaye demasiado pues el relato se irá desarrollando conforme usted avance… sobre todo si le está escribiendo a un amigo o una amiga especial, a quien quiera hacer reír o llorar.
5. Recuerde: no piense en su público lector, pues perderá la inspiración.
Este Filósofo piensa que el que desea cultivar el arte de escribir debe hacerlo para sí mismo, expresar sus sentimientos de la forma más comprensible a los demás, como si estuviese platicando, hacerlo en la forma más coloquial posible. Cuántas veces nos hemos encontrado con el problema de descifrar algo escrito por quien a pesar de su alto grado académico, no sabe transmitirnos su idea, porque la esencia de transmitir una idea no está en lo que se escribe, sino en el cómo se escribe.
Quien desee escribir, debe saber que es un arte que se aprende a fuerza de escribir, topando con las dificultades propias del oficio, emborronando cuartillas, tachando, corrigiendo constantemente, buscando tener naturalidad, técnica, estilo y visión del mundo; el arte de escribir depende fundamentalmente de la constancia, el empeño, del arduo esfuerzo y el trabajo diario.
Escribir es acomodar las palabras y las frases exactas y claras, corrigiendo una y otra vez, es tener paciencia, es crear tu propio estilo para expresar ideas y pensamientos, es huir de la monotonía, es expresar la riqueza de tu espíritu, es revelarte a perpetuidad, pero, sobre todo, es transmitir una idea, vivir, gozar, parir, encontrarse consigo mismo, renovarse, reinventarse.
En la oralidad de los viejos de nuestros pueblos se transmite con cada palabra y cada sonido las más geniales de las historias, como artesanos del pensamiento cincelan las más bellas historias, construyen los más espectaculares relatos impregnando el aire con la riqueza regional de sus palabras, sólo que para que perduren más en los entretelones del tiempo, es importante escribirlos.
Charles Darwin, al final de su vida, confesaba: “Todavía tengo la misma dificultad que antes para expresarme clara y concisamente”, que no pasará en tu vida, que eres aprendiz de escritor.
Cómo no es nada complejo escribir para dejar al lector impregnando de la idea, permíteme comentarte lo que decía un letrero colgado en el escaparate del tendajo de don Simpliano, en Güémez:
“Nuestra tienda se fundó hace más de 100 años y desde entonces hemos complacido y dejado de complacer a muchos clientes; hemos ganado y perdido dinero; hemos sufrido las consecuencias de la revolución y las devaluaciones; hemos soportado visitas de inspectores, Hacienda, CFE, controles de precios y a los malos pagadores; nos han maldecido, han dicho pestes de nosotros y nos han bendecido; nos han mentido, robado y estafado. Sólo seguimos en el negocio… “¡PA’ VER QUÉ ‘INGAOS MÁS NOS PASA!”.

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