Ya lo dije antes, lo que pase con el fútbol mexicano no me quita el sueño. También dije que antes pensaba que este deporte, a nivel profesional por supuesto, era, como dice Javier Solórzano, lo más importante de lo menos importante. Pero de un tiempo para acá, desde hace muchos años diría yo –al menos desde que el Azul no acierta a campeonar-, que el fútbol de México es lo menos importante de lo menos importante.

Es un amor perdido, le he perdido cariño y mi afición ha decaído producto de, entre otras cosas, la forma en la que los hombres de pantalón largo manejan el fútbol profesional en este país. Hacen las cosas de tal manera que pareciera que su tirada es mantenerlo en la mediocridad más vergonzante. Ya hemos hablado de esos mini torneitos de medio año, sus reglas para contratar y alinear extranjeros en las oncenas de las ligas profesionales en sus diferentes divisiones son como para impedir el desarrollo del futbolista mexicano. Entre jugadores extranjeros y nacionalizados pueden alinear, me parece, hasta 10 elementos, es decir, con que se alinee a un solo jugador nacido en México basta. Abrase visto.

Y para colmo a los muy inteligentes directivos se les ocurre contratar como entrenador de la selección a un extranjero, colombiano para más señas, que se cree el último inventor de una Coca Cola en el desierto. Su sistema futbolístico era que en el fútbol no hay sistema futbolístico. Las derrotas ante Suecia primero, y luego ante Brasil, caray, pudieron haber tenido otro resultado, al menos ante los escandinavos el marcador pudo haber sido otro, el equipo mexicano tiene elementos y argumentos futbolísticos suficientes como para que, cuando menos, a los suecos les hubiéramos sacado el empate.

Y luego, gracias a que no pudimos negociar el empate en la etapa previa, la de grupos, en el cuarto partido que nos toca enfrentarnos a Brasil, y los cariocas que en el pasado mundial enviaron un equipo muy limitado, pues ahora traen un auténtico trabuco comandado por Neymar y Philippe Coutinho. El 2 a 0 le salió barato a los aztecas gracias al guardameta Ochoa, pero tranquilamente nos hubieran encajado 5. Brasil fue un vendaval, un torrente imparable de fútbol muy potente, volvió la magia brasileña, el “jogo bonito” del baile con las piernas, del dribling, del desborde, de la gambeta, del fútbol rápido, del ataque de todas la líneas, de la media hacia adelante y de jugadores sobrada y superiormente mejores a los nuestros, hombre por hombre, física y técnicamente fueron como una tormenta perfecta.

Ni hablar. Y a esperar a ver hasta cuando crece el fútbol de México y se decide de una buena vez y para siempre la mediocridad.

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@marcogonzalezga